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A Alejandra Seco le encanta pintar. Y si es mientras suena de fondo una buena jota como 'Quisiera volverme hiedra' -canción que, por cierto, se animó a cantar ayer-, mejor que mejor. A simple vista, no es nada fuera de lo normal, pero todo cambia si se tiene en cuenta que Alejandra tiene 105 años. Los cumplió ayer, y EL DIARIO VASCO fue testigo de cómo lo celebraba junto a su familia. 15 hijos -ahora viven seis-, 33 nietos, 42 bisnietos y 2 tataranietos. Se dice pronto...
No estuvieron todos, pero no hay duda de que estuvo bien acompañada. Natural de Autilla del Pino, una localidad palentina con poco más de 200 habitantes (cerca de 1.000 cuando ella nació), llegó a Donostia hace 52 años. El 8 de febrero de 1996, hace 23, ingresó en la residencia Nuestra Señora de la Paz del barrio donostiarra de Egia. Y hay que ser claros: está como un pincel. Y no lo decimos porque le encante colorear...
«Me gusta ojear el periódico, aunque ahora no veo demasiado bien y poco puedo leer, solo lo que aparece en letras grandes», explica con gran claridad. «Las fotos sí que las miro». Hoy, seguro que hace un esfuerzo -no demasiado grande, todo hay que decirlo- para verse junto a parte de su familia en las fotografías. Y si no es capaz de ver estas líneas, se las leerán en alto. «Me ha hecho mucha ilusión que mi familia haya venido», dice justo después de soplar las velas y escuchar un 'cumpleaños feliz' en su honor. Eso sí, ayer no se puso pendientes para que sus orejas no sufrieran. 105 tironcitos tienen que doler...
«Me han traído orejuelas de Palencia. Anda que no habré hecho yo de estas... ¡Comed, comed! También hacía pan», continúa Alejandra antes de empezar a explicar el proceso de elaboración que seguía. «Me gusta jugar a las cartas, al bingo... Aquí estoy entretenida».
«Vine a San Sebastián hace muchos años». De pronto, una de sus hijas interrumpe a Alejandra para detallar que ya ha pasado más de medio siglo, 52 años concretamente, y ella, la protagonista del día, no duda: «¡Hija! ¡Que no me dejas hablar!».
Todos se ríen y ella, concentrada, sigue con el relato de su vida. «Mi marido era pastor. Era un santo. Yo le ayudaba a ordeñar y, además, tenía que cuidar de mis hijos. Con la voluntad de hacerlo, sacaba tiempo para todo. Llegamos a San Sebastián después de que uno de mis hijos viniera en busca de trabajo. Al poco fue nuestro turno y ellos, claro, encantados. ¡Esta ciudad está compuesta por gente que ha llegado de muchos lugares!», exclama.
Cuestionada por cómo ha cambiado el mundo a lo largo de sus 105 años de vida, no duda en señalar que le gustaba más cómo era antes.
Alejandra es un libro abierto y es una mujer de costumbres. «Me despierto a las 8.00 todos los días. Me acuesto a las 20.30. Voy todos los días a misa. Me ponen la televisión, pero no me gusta porque solo veo desgracias: que si uno mata a su mujer, que si otro... A mí no me hizo falta la televisión para entretenerme; con 15 hijos ya lo estaba. ¡Y los 15 sin médico al lado!».
Sus hijas -ayer cuatro acompañaron a Alejandra, además de alguna de sus nueras y otros familiares- no dudan a la hora de indicar que «siempre ha sido una mujer muy trabajadora que ha sufrido mucho. De los quince que tuvo entre 1937 y 1961, perdió a cuatro siendo muy jóvenes. Hace once años, en solo cuatro días murieron dos de ellos. Suele acordarse de ellos, pero es realmente fuerte y siempre ha sido un ejemplo para nosotros».
De pronto, en la sala de la residencia entra su nieto José Luis. «Es el primero de los que lleva el apellido González, el de su marido. Fíjate cómo empieza a sonreír...», apunta su hija Mari Cruz. Y así es. A Alejandra se le ilumina el rostro. «Cuando él está cerca, no existe nadie más para ella». Es una persona especial a la que tiene mucho cariño dentro de esta familia en la que viven miembros de cinco generaciones diferentes.
Ayer, entre felicitación y felicitación -también por teléfono-, entre orejuela y orejuela, entre canción y canción... Alejandra fue feliz gracias a su familia y también a los trabajadores y compañeros de residencia. Dicen las cuidadoras que llevaba días contando las jornadas que quedaban para su cumpleaños, para su 105 aniversario...
No son tantos los descendientes que ha visto nacer -92 entre hijos, nietos, bisnietos y tataranietos- como años tiene, pero, sin duda, pocas mujeres habrá en Gipuzkoa con una salud de hierro como la suya y con tanto que contar. 105 años dan para mucho.
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José Mari López e Ion M. Taus | San Sebastián
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Javier Bienzobas (Texto y Gráficos) | San Sebastián
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