Los acontecimientos que tuvieron lugar hace dos siglos y diez años en el río Bidasoa han sido descritos numerosas veces. Es lógico porque son hechos que implicaron a personajes tan relevantes para los británicos como el duque de Wellington. Alguien fundamental para esa nación que ... con tanto cuidado cultiva su propia Historia.
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Los hechos en cuestión experimentaron su punto álgido en la madrugada del 7 de octubre de 1813. En ese momento, según contaba, en 1823, el capitán de los granaderos de la Guardia Robert Batty en sus memorias de guerra de largo título - Campaign of the Left Wing of the Allied Army, in the Western Pyrenees & South of France, in the Years 1813-1814, under Field-Marshal The Marquess of Wellington- desde el campanario de la parroquia de Fuenterrabía se lanzó un cohete o bengala. Era la señal para que se pusiera en marcha un Ejército inmenso que iba desde la misma orilla hondarribiarra frente a Hendaya, hasta un vado en lo que entonces era conocido como «Vera de Bidasoa».
Allí estaban las tropas bajo mando de un general donostiarra de las guerras napoleónicas, Pedro Agustín Girón, que mandaba el ala derecha de ese dispositivo y tenía como objetivo tomar la mayor eminencia al otro lado del río: La Rhune.
Un puesto de confianza que sin duda obedecía tanto a la pericia de ese general, sobrino del vencedor de Bailén, Francisco Xavier Castaños y Aragorri, como al hecho de ser uno de los pocos amigos españoles de Wellington.
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La operación fue, desde luego, todo un éxito pero no había sido nada fácil mover bajo una formidable tormenta otoñal -con rayos, truenos, granizo, cortinas de lluvia intensa…- a miles de hombres, bagajes, Artillería, caballos, armas y equipo.
Como en todas las guerras por un lado estuvo el heroísmo y el momento épico de ese asalto bajo la luz de esa bengala lanzada a primeras horas de la mañana desde el campanario hondarribiarra, pero detrás de todo aquello había otro drama bélico más racional, más científico. Algo que había empezado meses antes y que el 7 de octubre iba a permitir a Wellington respirar aliviado, al ver que el gran Ejército bajo su mando no quedaba empantanado ante la frontera Sudoeste del Imperio francés después de haber conseguido la resonante victoria de San Marcial, más de un mes atrás, el 31 de agosto de 1813…
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El ya mencionado capitán Batty en sus memorias nos habla también con verdadero detalle de lo que ocurre en Pasajes en esos momentos del año 1813 en los que se prepara la invasión de Francia que tanto necesitan los aliados, Gran Bretaña y, sobre todo, Wellington. Aún muy erosionado por su fiasco ante Burgos un año antes y seguramente temeroso de que la gran operación logística en torno a ese puerto guipuzcoano acabara en un derroche que los exhaustos aliados no se podían permitir.
Batty habla de un puerto, el de Pasajes, que le impresiona vivamente cuando lo ve entre el verano y el otoño de 1813, mientras avanza con las tropas de Wellington hacia la frontera. No falta detalle en lo que cuenta. Tanto que, mientras leemos sus páginas, evoca imágenes que conocen bien quienes conocen Pasajes. Como las calles en túnel de la villa que ha sido construida, dice este granadero británico, prácticamente apoyada sobre el monte que él llama «Jaysquibel». Allí, en el escaso espacio despejado de esa población que se ha dignificado, dice él, con el nombre de plaza del mercado, ve, desde el día 21 de septiembre en el que Wellington pide apoyo naval, desembarcar constantemente tropas traídas desde Inglaterra, munición, provisiones y bagajes de todas clases para uso del Ejército. El pasaje más impresionante es, sin duda, la descripción de la descarga de los caballos desde esos transportes. Los animales, dice Batty, eran bajados directamente al agua y guiados hasta la orilla por cuerdas que se les atan al cuello. Muchos de esos magníficos ejemplares de monturas para la Caballería británica, morirán en esa operación por el contraste entre el calor de las bodegas en las que los traen alojados y el frío de las aguas de la Bahía en las que se les hace sumergirse para abreviar esa operación de desembarco.
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El capitán Batty se extasía, a partir de ahí, en detalles más artísticos. Como el magnífico paisaje de los bosques y caseríos guipuzcoanos que, afortunadamente, se han salvado de la situación bélica. Pero es evidente -por esas líneas- que el Ejército aliado tiene un considerable problema logístico a resolver en ese final de verano y comienzo del otoño de 1813. Cuando Pasajes se convierte en la arteria principal por la que debe fluir todo lo necesario para que la invasión de la Francia napoleónica sea posible…
¿Quién podrá poner todo ese músculo bélico en condiciones de pasar del puerto a la frontera del imperio que se quiere invadir? La respuesta a esa pregunta es alguien que no aparece (aunque debería) en las páginas escritas por Robert Batty. Se trata de otro capitán, en este caso guipuzcoano, llamado Pedro Manuel de Ugartemendia.
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Personaje de biografía poliédrica (y todavía por esclarecer en algunos aspectos) es un antiguo alumno de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Y como tal con una formación artística que habría sido la envidia de un dibujante, pintor y grabador notable como el capitán Batty. Además de eso Ugartemendia es oficial de línea del Ejército, con grado de capitán, ingeniero, especulador en tierras en Tolosa y San Sebastián, buscador de supuestos tesoros abandonados por el Ejército napoleónico y cerebro de la vasta operación de reconstrucción de una Donostia arrasada hasta los cimientos el 31 de agosto de 1813.
Acaso también fue parte de la red de espionaje antinapoleónico dirigida por otros conspicuos guipuzcoanos de la época. Como Joaquín Gregorio de Goicoa...
Desde luego Ugartemendia será poco sospechoso de connivencia con el enemigo napoleónico (pese a haber permanecido en territorio ocupado toda la guerra a despecho de su condición de oficial de línea) porque, en aquel otoño de 1813, recibe el encargo de las autoridades guipuzcoanas restauradas para ocuparse de que todos los caminos -entre Pasajes y el Bidasoa- estén en perfecto estado, conducir así al frente todo ese material que Batty describía y finalmente materializar la invasión del corazón del imperio francés.
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La correspondencia del capitán Ugartemendia, entre el 5 y el 27 de noviembre de 1813, muestra una lucha denodada de él y sus peones por mantener esos caminos abiertos, trabajando sin descanso bajo las típicas lluvias torrenciales del otoño vasco que dificultan sus operaciones y con las interferencias de tropas mal disciplinadas contra las que pide guardias eficaces.
Así, aunque el capitán Batty (y muchos otros) lo pasasen por alto, ese trabajo fue, en definitiva, el que permitió a milord Wellington abrirse paso en aquel otoño -ya invernal- hasta el corazón del Imperio francés. Tal y como su ensombrecida reputación y la causa aliada lo necesitaban en aquellos días en los que se juega el destino de Europa en suelo vasco...
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