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Un día de 1698, el llanto de un bebé captó la atención de los clérigos de la iglesia de Nuestra Señora del Juncal de Irun. ... Ante las puertas del templo, alguien había abandonado a una criatura recién nacida. Como habían hecho en otras ocasiones, los clérigos la recogieron y la llevaron al hospital para que allí una enfermera le cambiara el fardel orinado y una nodriza calmara su hambre. Más tarde, la persona que examinó al bebé anotó el género en un libro de registro: se trataba de una niña.
Aquella no era la primera vez que alguien abandonaba una criatura en la iglesia. Aunque ese lugar era el más común para que los padres renunciaran a sus bebés, en ocasiones los dejaban en el portal de una casa, junto a una fuente o bajo un humilladero. Los padres elegían estos lugares porque eran espacios muy frecuentados. Sabían que pronto alguien oiría el llanto del bebé o vería un leve movimiento en el hatillo de tela donde lo habían envuelto. De manera que, si querían que sus criaturas sobrevivieran, tenían que exponerlas en zonas públicas. De hecho, esa «exposición» fue la que dio origen al apellido que muchos de esos niños y niñas adoptaron: Expósito.
Cuando las autoridades de Irun se enteraron de que habían abandonado a esta niña, comenzaron a investigar para tratar de averiguar quién era la madre. Por una parte, verificaron si las mujeres embarazadas habían dado a luz. Por otra, se aseguraron de que las recién paridas tenían a su criatura. Además, indagaron si había sospechas de que alguna mujer podía haber ocultado su embarazo.
A pesar de las pesquisas, nadie en Irun parecía conocer a la madre; de manera que, las autoridades continuaron con el protocolo establecido. Primero, bautizaron a la niña con el nombre de María Jesús, y debido a la necesidad de un apellido, le dieron el de Juncal, en honor al lugar donde los clérigos la habían encontrado. Luego, debatieron quién debería cuidar y criar a María Jesús.
En aquella época, tanto la Iglesia como los Ayuntamientos o Concejos se ocupaban de la crianza de los bebés abandonados. Cuando las autoridades eclesiásticas se hacían cargo de las criaturas, estas crecían en los centros benéficos que estaban bajo su responsabilidad. Es decir, compartían techo con enfermos, pobres y peregrinos. Por otro lado, cuando la custodia recaía en las autoridades civiles, los niños y niñas eran criados por una familia, en consecuencia, tenían un entorno teóricamente más adecuado para su desarrollo infantil. En estos casos, el Ayuntamiento firmaba un convenio por el que se comprometía a pagar los gastos de cuidado y crianza.
Aunque las fuentes documentales no nos permiten saber si María Jesús creció en el hospital de Irun o bajo la custodia de una familia, a los diez años, la niña tuvo que buscar trabajo, pues a esa edad debía dejar de ser una carga para el municipio. Además, se entendía que a partir de los diez años el cuerpo era capaz de acarrear herradas de agua de la fuente, barrer los suelos de una vivienda, frotar la ropa en el río o servir carnero asado en la mesa de los señores. En definitiva, era capaz de trabajar.
María Jesús encontró empleo en una casa de Donostia y allí trabajo hasta que cumplió 16 años. Entonces, empaquetó la escasa ropa que había logrado comprar, guardó en su faltriquera las monedas que había ahorrado y regresó a Irun. Allí había contactado con una viuda que le alquiló una habitación en su casa, lo que le permitió compartir gastos. Además, su experiencia en Donostia le sirvió para apalabrar un trabajo en el servicio doméstico.
En Irun, todo el mundo sabía que María Jesús había sido una niña abandonada y aunque su apellido formal era Juncal, había gente que la llamaba María Jesús Expósito. La condición de persona expósito en aquella época le confería un estigma social. En primer lugar, porque su origen generaba dudas; después, porque su manutención había supuesto una carga económica para la comunidad. Sin embargo, a María Jesús no le importaban las habladurías y vivía según sus propios deseos, haciendo y diciendo lo que le apetecía.
En cierta ocasión, María Jesús abrió la ventana de su casa, se asomó y gritó que tenía una relación amorosa con María de Garro, su vecina de enfrente. Aquellas palabras llamaron la atención de las personas que caminaban bajo la ventana en ese momento. Para sorpresa de todos, desde la ventana opuesta, salió la ofendida desmintiendo aquella relación. Así, durante varios minutos, las dos vecinas se enzarzaron en un intercambio de insultos, mientras los transeúntes observaban atónitos la escena.
Al día siguiente, María de Garro denunció a María Jesús por injurias. Durante el juicio, María Jesús confirmó que había tenido relaciones sexuales con su vecina. Ante las preguntas del juez, relató que aprovecharon las ausencias del marido de María de Garro para intimar. Durante esos encuentros, su amante le introducía una pipa de ahumar tabaco como objeto de placer.
Cuando le preguntaron por qué había gritado esas afirmaciones, María Jesús explicó que todo surgió a raíz de una discusión entre la viuda con la que compartía piso y María de Garro, relacionada con una deuda. Durante la disputa, la viuda acusó a María de Garro de haberse acostado con María Jesús. Al regresar a casa, la viuda se lo contó a María Jesús y esta decidió salir a la ventana y confirmar la acusación.
Por su parte, María de Garro aseguró que jamás había tenido una relación lésbica. Finalmente, la presión social pudo con María Jesús quien rectificó el testimonio y tuvo que declarar públicamente que había mentido.
Cuatro años más tarde, en 1719, María Jesús conoció a un alférez del Regimiento de Aragón. Ese año Irun se había llenado de tropas que habían acudido para defender el territorio de la invasión francesa. Dado el estigma que María Jesús arrastraba debido a su origen, le resultaba más sencillo entablar una relación amorosa con un forastero que con un nativo de Irun. Por su parte, el alférez, consciente de que su estancia era temporal, no tuvo ningún problema en vincularse con María Jesús. Como fruto de esta unión, María Jesús dio a luz una criatura. No obstante, cuando el Regimiento de Aragón se despidió de Irun, el alférez partió también, dejando atrás a María Jesús y su hijo.
Con un bebé a su cargo, María Jesús tuvo que ampliar su jornada laboral. Además de limpiar las casas de los demás, no dudó en aceptar el trabajo de cortar el junco que crecía en las cercanías del río Bidasoa. Gracias a su salario pudo mantener a su hijo y continuar pagando el alquiler de la habitación.
A pesar de los rumores, María Jesús continúo viviendo según sus deseos y tuvo dos hijos más con diferentes forasteros que también abandonaron Irun sin asumir la paternidad. Sin embargo, la comunidad no tardó en señalar este comportamiento como excesivo y así se lo hizo notar.
Un mañana, María Jesús se cruzó con dos vendedoras de paños en el humilladero de Mendelu. Al pasar junto a ellas, oyó que le gritaban «puta incontinente» y «puta gorria». María Jesús dio media vuelta, se acercó a ellas y las empujó haciendo que cayeran las cestas repletas de telas que llevaban sobre las cabezas. En ese momento, apareció Ventura Rivas, un vendedor de manteca y amigo de María Jesús que salió en su defensa. Con el fin de tranquilizar a María Jesús, Ventura la invitó a una sidra en la casa de Uranzu, pues allí servían unos tragos.
Sin embargo, las vendedoras de telas acudieron a las autoridades para denunciar que María Jesús vivía «bajo escándalo». Pocos días después, unos oficiales apresaron a María Jesús y le preguntaron sobre el origen de sus hijos. Durante el interrogatorio, Ventura Rivas intervino para comunicar que tenía intención de casarse con ella. Las autoridades, convencidas de que con aquel enlace María Jesús llevaría una vida acorde a la moral, la dejaron libre.
María Jesús se casó el 15 de agosto de 1731 en la iglesia de Nuestra Señora del Juncal, el mismo lugar donde la habían abandonado 33 años atrás. Después de la boda, el rastro de María Jesús desaparece de las fuentes documentales. Es posible que, una vez casada, sintiera la necesidad de encajar en los roles impuestos por la sociedad. Y es que el estigma social que María Jesús arrastraba era una carga demasiado pesada como para añadirle más a su ya compleja historia de vida.
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