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Lo que el Bidasoa vio
Historias de Gipuzkoa

Lo que el Bidasoa vio

Del emperador Carlos V al emperador Napoleón I (1524-1812)

Martes, 6 de febrero 2024, 07:19

Hace 500 años en el Bidasoa se agolpaba un gran ejército. Era la hora decisiva para concluir la llamada Guerra de Navarra. Iniciada en 1512, se había prolongado nada menos que doce años con distintos altibajos y ganancias y pérdidas para ambos bandos. De un lado estaba la corona española, soldada por la unión de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y que formaba uno de los más temibles estados-nación europeos, especialmente tras la unión con la casa Habsburgo y el descubrimiento de las nuevas tierras americanas. Del otro lado estaba la Francia de los Valois que intentaba no ser aplastada, de nuevo, por una tenaza estratégica formada ahora, en 1512-1524, por la Inglaterra de los Tudor y esa España consolidada bajo la mano del que también era sacro romano germánico emperador: Carlos de Habsburgo, nieto de Isabel y Fernando.

El destino de esas grandes ambiciones políticas de esas dos grandes potencias se jugaba (otra vez) en un terreno intermedio, como antes se había jugado ya en Italia desde finales del siglo XV. Ese terreno intermedio era ahora también el cada vez más mermado (desde el año 1200) reino de Navarra. Así, entre 1512 y 1524, la mayor parte de las operaciones se habían centrado, por parte de los navarros leales a la dinastía Albret, en sostener la Navarra al sur de los Pirineos y en recuperar, sí era posible, la salida al mar perdida en 1200. Empezando por la que hoy es la ciudad de Hondarribia.

En mitad de las muchas derrotas sufridas por los navarros legitimistas y sus aliados de la Francia de los Valois, hubo sonadas victorias para ellos. Como lo fue la toma de esa población, que abría a lo que quedaba de Navarra la salida al mar y, por tanto, acercaba -al menos un poco- la posibilidad de recuperar el resto del viejo reino perdido tras la exitosa invasión de 1512 llevada a cabo por Fernando de Aragón.

El Ejército de Francisco I según una ilustración del 'Tableau d'histoire'

Un golpe de suerte militar que el nieto de aquel rey -que, dicen, inspiró al mismísimo Maquiavelo su maquiavélico «El Príncipe»- no podía permitirse. Si esa fortaleza guipuzcoana quedaba en manos de navarros legitimistas, era lo mismo que dejar a los Valois la llave de entrada hasta la corte española.

De ahí la inmensidad de tropas concentradas ante los muros hondarribiarras para comenzar, el 2 de febrero de 1524, un largo asedio en el que se utilizó, a conciencia, la nueva reina de las batallas: la Artillería, que batió sin descanso esos muros en ese momento en manos de los legitimistas navarros y los franceses. Todo ello a la espera de que estos se rindiesen o se pudiera lanzar un asalto general con las tropas de pie a tierra. Todas temibles. Desde los mercenarios (suizos, alemanes…) tan abundantemente contratados en la época para sostener la última razón de los reyes (la Guerra) hasta las milicias vecinales guipuzcoanas, alavesas, vizcaínas… convocadas una vez más para ayudar a su rey y señor desde 1200 (el rey de Castilla) en sus empresas militares.

Una tropa ésta de simples civiles pero muy bien fogueada en las técnicas de combate más modernas. Como se deduce de acciones suyas en Velate por ejemplo -al comienzo de la guerra- y en la documentación de época sobre su armamento, donde se indica que estaban entrenadas para luchar y armarse «a la suiza». Es decir: como esos temidos profesionales de la guerra conocidos como «lansquenetes» a los que ya habían derrotado incluso en acciones como esa de Velate o, en 1522, en la primera Batalla de San Marcial.

Ballestero vasco. Principios del siglo XVI. por Christoph Weiditz

Todo terminó ante las murallas hondarribiarras para abril de 1524. Sin mucha épica. Fue, de hecho, la Alta Política la que dio por imposible mantener aquella cabeza de puente de los Valois en territorio guipuzcoano amenazando el mismísimo corazón de los vastos dominios del emperador Carlos I de España y V de Alemania, nieto del sibilino Fernando de Aragón que había iniciado aquella guerra que terminaba en un gran disgusto para el rey francés. Ese que, sin embargo, hizo recaer la culpa sobre el comandante que debía haber resistido, a ultranza (al menos en teoría), tras los muros hondarribiarras, a aquellas bombardas y tropas que se agolpaban para, cuando llegase el momento, entrar al asalto en la villa y reconquistarla.

Templarios, afrancesados y mariscales del Imperio

Durante muchos años, desde 1524, nada cambió en ese territorio en disputa a orillas del Bidasoa y en las estribaciones de los Pirineos. La Guerra continuó, hubo más asedios, más ataques, represalias… pero desde entonces los reyes de Navarra y Francia (la misma persona desde 1589) sólo serán dueños efectivos de territorio guipuzcoano en condiciones excepcionales como las de 1638, 1719...

Algo que cambió radicalmente cuando ese mundo de reyes y reinos se vino abajo y sobre sus escombros se alzaron primero una revolución y luego un imperio de nuevo cuño conocido como 'napoleónico'.

Las grandes ideas políticas del antiguo teniente de Artillería Napoleón Bonaparte devenido cabeza de ese nuevo imperio, cambiaron las cosas. También, en torno a aquella fortaleza guipuzcoana tan ferozmente asediada entre el invierno y la primavera de 1524.

Louis-Alexandre Berthier luciendo sus galas de alto dignatario napoleónico. Por Jacques-Augustin-Catherine Pajou. Hacia 1804. Museo de Versalles.

Si algo distinguió a Napoleón es la fascinación que ejerció sobre miles de europeos que veían en él una especie de profeta de un futuro más que prometedor. Esa semilla no cayó en tierra yerma en territorio guipuzcoano. Aquí también hubo entusiastas de su persona. Gente notable. Como José de Astigarraga, que se presentaba como comandante general de la Marina de la que llama «provincia de San Sebastián» y su sobrino Luis que, aparte de haber sido caballero de la orden de Montesa (según algunos autores, como Juan G. Atienza, refugio de antiguos templarios), decía ser tesorero general de la Aduana irunesa y apoderado de otras poblaciones guipuzcoanas como Zegama, Idiazabal…

Ambos proponían en 1812 a un alto dignatario napoleónico, el mariscal Berthier -conocido por ellos también como príncipe de Neufchâtel y Wagram, vice-condestable del Imperio...- una faraónica obra. A saber: un canal que uniría la costa hondarribiarra con Navarra, haciendo así realidad aquellas viejas pretensiones que el asedio de 1524 había truncado. Probablemente sin que los Astigarraga, tío y sobrino, pensasen en nada de eso, pues su carta al mariscal Berthier -de un contumaz afrancesamiento- sólo miraba a hacer, cada día, «más brillante la gloria de Napoleón el Grande y la de su augusto hermano, nuestro benéfico Monarca don José Napoleón 1º»…

Algo que los Astigarraga querían materializar merced a ese canal guipuzcoano-navarro. Proyecto que no llegó a materializarse, pues aquellos fantásticos planes se volvieron a truncar del mismo modo que aquellas otras grandes esperanzas políticas del otro lado de los Pirineos se habían truncado en 1524. Una segunda batalla en San Marcial, el 31 de agosto de 1813, devolvía a la realidad a soñadores como aquellos dos entrañables afrancesados guipuzcoanos, tío y sobrino, José y Luis de Astigarraga, cuyos planes de unir, otra vez, Navarra y la costa guipuzcoana, elevados nada menos que al mariscal Berthier, quizás hoy miremos con una condescendiente sonrisa...

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