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Paisaje del Bidasoa a su altura por Endarlaza. Siglo XIX. Biblioteca Nacional de Francia
Un bulo que pudo terminar en guerra
Historias de Gipuzkoa

Un bulo que pudo terminar en guerra

En 1509, el embargo de unas sacas de lana en el Bidasoa desencadenó una serie de actos violentos. La difusión de una historia falsa inflamó aún más la tensión

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 19 de noviembre 2024, 06:41

Un día de julio de 1509, Martín de Yerobi recibió el encargo de transportar 20 sacas de lana desde Endarlaza, en el límite entre Gipuzkoa y Navarra, hasta Hondarribia. Debido a que cada saca pesaba unos 78 kilos, necesitó la ayuda de dos compañeros para introducirlas en una gabarra. De no haber contado con ellos, además de tardar más, habría sufrido un buen lumbago. Y es que cargar 1.560 kilos era demasiado para un solo hombre.

Martín era una persona experimentada en el transporte fluvial. A sus 37 años, había pasado más de la mitad de su vida navegando por el Bidasoa con su gabarra cargada de cereal, vino, hierro, cal o lana. Su experiencia y lealtad lo convirtieron en un hombre de confianza para los mercaderes navarros, quienes le encomendaban mercancías valoradas en más de 400 ducados, una cantidad con la que se podría comprar un terreno o una vivienda en aquella época. De hecho, su fama era tal que todo el mundo lo conocía como Martín de Endarlaza.

Endarlaza era un pequeño puerto fluvial, desde donde salían las mercancías procedentes de Navarra en dirección a Gipuzkoa. Todas las embarcaciones que navegaban desde Endarlaza hasta la desembocadura del Bidasoa debían pagar un arancel a las autoridades de Hondarribia. Lo cierto es que esa localidad era la propietaria de esa parte del río.

El clérigo que quería su caballo

Una vez cargados los sacos, Martín y sus dos compañeros pusieron rumbo a Hondarribia. A mitad de la travesía, poco antes de llegar al paso de Behobia, oyeron unos gritos que procedían de la orilla francesa. Al dirigir la mirada hacia las voces, se percataron de que un grupo de siete hombres los apuntaban con unas ballestas y lanzas. Entonces entendieron que, si no detenían la gabarra, recibirían una saeta en el cuerpo.

Cuando Martín ordenó parar los remos, cuatro de los siete hombres que los amenazaban entraron en el agua y caminaron hacia la gabarra con las ballestas preparadas para disparar. Ninguno de ellos tuvo necesidad de nadar ni de mojar el arma, pues el río no cubría demasiado. Poco después de que el agua les llegara a la altura del pecho, lograron alcanzar la gabarra. Luego uno de ellos trepó a la embarcación, después los otros tres, de forma que en todo momento Martín y sus compañeros tuvieron un arma apuntándoles. El gabarrero no tuvo forma de evitar el abordaje.

Plano del curso del río Bidasoa a su paso por Irun, Hendaya y Hondarribia. Siglo XVII. Bibloteca Nacional de Francia

Martín conocía a aquellos hombres. Uno de ellos era un clérigo de Hendaya, otros dos, sus hermanos y el cuarto era otro vecino de esa localidad francesa. Cuando Martín les exigió una explicación, el clérigo le contó que hacía unos días, cuando intentó cruzar la frontera, unos navarros le habían quitado un caballo que había comprado en Castilla. Según él, las autoridades francesas le habían autorizado a apresar una mercancía para recuperar los 160 ducados que le había costado el animal. Así funcionaban las cosas en esa época.

Finalmente, Martín no tuvo más remedio que acercar la gabarra hasta la orilla francesa. Después el clérigo y sus acompañantes descargaron la lana y la llevaron a un lugar seguro, la casa torre de Hendaya que había cerca de la orilla.

Un ambiente caldeado

En cuanto las autoridades de Hondarribia se enteraron del incidente, acudieron a Hendaya. Allí se reunieron con el señor de Urtubia, la persona con mayor autoridad de Hendaya, Urruña y Biriatu. En la reunión, le recordaron que Hondarribia era la única localidad que tenía los derechos de pesca, navegación y transporte en el Bidasoa. Es más, eso era así desde hacía tres siglos. Por tanto, el clérigo no tenía ningún derecho a tomar las lanas.

Pero el señor de Urtubia no les dio la razón. En su opinión, el clérigo había actuado de forma justa. De hecho, era costumbre en aquella frontera que cuando alguien se apropiaba de un bien de manera indebida, la persona perjudicada tenía derecho a tomar en prenda otro bien de alguien del reino vecino, y esto incluía a los transportistas del Bidasoa. Esa era la regla del juego.

Poco después de aquella reunión, una embarcación de vela cargada de trigo salió del puerto de San Juan de Luz, navegó hasta la desembocadura del Bidasoa, tomó el río y continuó hasta Endarlaza. Allí plegó la vela y desembarcó el trigo para que unos mulateros lo llevaran a Navarra. Cuando el capitán del barco se dispuso a pagar los aranceles a los oficiales de Hondarribia, un grupo de 80 franceses armados apareció en la orilla francesa. El cabecilla dijo venir en nombre del señor de Urtubia para que le pagara a este los impuestos por la descarga del trigo.

Escena de pesca de salmón. Siglo XVI. Biblioteca de Lyon

A pesar de que el barco era francés, su capitán se negó a pagar al señor de Urtubia. Consideró que era mejor seguir haciendo las cosas como siempre. Ante la negativa, los amigos del señor de Urtubia propinaron una paliza al insubordinado y al compañero que iba con él en el barco. Sin embargo, no lograron que el capitán soltara un solo maravedí.

Unos días más tarde de aquel incidente, cuando varios hondarribitarras aprovecharon la bajamar para recoger lombrices y camarones en la desembocadura del Bidasoa, una lombarda –un cañón de pequeño tamaño– les disparó desde la orilla francesa. Por fortuna, no hubo muertos, pero el susto fue morrocotudo. Ante la situación de amenaza continua, Hondarribia tomó la decisión de pagar a los franceses con la misma moneda.

Un bulo interesado para crispar a la población

El 16 de octubre, varias pinazas armadas salieron del puerto de Hondarribia. En ellas había embarcado un grupo de vecinos dispuestos a reventar una de las principales fuentes de ingresos del señor de Urtubia: el molino de Santiago que se ubicaba en la orilla francesa, en la jurisdicción de Hendaya. Cuando las barcas llegaron a la altura de su objetivo, los hombres desembarcaron, entraron en el molino y le prendieron fuego. Esa también era la regla del juego.

Lejos de apaciguar los ánimos, el señor de Urtubia continuó alentando a las vecindades de Hendaya, Urruña y Biriatu a que le pagaran a él los aranceles. Además, ordenó fortalecer la casa torre para poder disparar desde ella a Hondarribia. Asimismo mandó colocar lombardas frente al paso de Behobia. Lo cierto es que tenía clara la intención: arrebatar a Hondarribia el control del Bidasoa.

Aunque con aquellas acciones logró generar un ambiente de tensión entre las dos orillas, el señor de Urtubia no terminaba de tener el apoyo suficiente para alcanzar su propósito. De ahí que comenzó a extender una información falsa. Según él, varias tropas de soldados castellanos entraron en territorio francés, se dirigieron con sus cañones hacia el centro de Hendaya, los colocaron frente a varios edificios, dispararon y, finalmente, derruyeron la iglesia y varias casas. Aquel bulo corrió de puerto en puerto, de taberna en taberna, de mercado en mercado hasta llegar a oídos de Luis XII de Francia.

El bulo consiguió el efecto deseado: enfadar a la población y legitimar acciones violentas. Así, por ejemplo, en el puerto de San Juan de Luz, los capitanes hondarribitarras fueron amenazados con ser arrojados al agua, atándoles piedras en el pescuezo. Por su parte, en el Bidasoa, el señor de Urtubia obtuvo permiso del rey francés para actuar como mejor considerara. Aquel salvoconducto le sirvió para apresar más cargas de lana y hierro, y también para destrozar las nasas con las que los hondarribitarras pescaban salmones. El señor de Urtubia era un buen incitador de conflictos.

Ante la escalada de violencia, en noviembre de 1510, la reina Juana I de Castilla y su gobierno tomaron riendas en el asunto. Si aquella situación no se frenaba, podía desencadenar un conflicto armado entre los dos reinos vecinos. De manera que varios emisarios de la reina fueron a Hondarribia, se reunieron con el señor de Urtubia, comprobaron que la iglesia y las casas de Hendaya estaban en pie y preguntaron a la población de ambas orillas sobre el uso del Bidasoa. Una vez finalizadas las averiguaciones, redactaron un informe de más de ochocientas páginas, donde además de demostrar que el Bidasoa era propiedad de la corona Castellana, desmentían el bulo.

Por su parte, Luis XII de Francia también mandó a sus emisarios a la frontera, quienes llegaron a la misma conclusión que los castellanos: ninguna tropa había entrado en Hendaya y mucho menos había derribado edificios. Y aunque los hondarribitarras habían incendiado el molino de Santiago, el señor de Urtubia sumaba muchos más actos violentos.

Gracias a la intervención diplomática de ambos reinos, en 1511 la tensión se calmó en la frontera. Ahora bien, el deseo por controlar el Bidasoa continuó siendo motivo de discrepancia entre Hendaya y Hondarribia. Y es que la pesca, la navegación y el transporte eran una fuente de ingresos muy importante para quien dominara el río.

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