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Casa consistorial de Bergara en 1940. Pascual Marín
Casas consistoriales de Gipuzkoa: orgullo municipalista
Historias de Gipuzkoa

Casas consistoriales de Gipuzkoa: orgullo municipalista

En los siglos XVII y XVIII, la prosperidad económica y la fortaleza del poder local se plasmó en la edificación de algunos de nuestros más importantes ayuntamientos

Jueves, 16 de noviembre 2023, 07:15

Desde su origen histórico, las poblaciones guipuzcoanas se administraban a través de la institución del concejo abierto, asamblea de todos los cabezas de familia. A estos 'batzarres' o 'aiuntamientos', germen del régimen municipal vasco, se convocaba «a campana tañida», celebrándose al aire libre (a la sombra de los árboles en Elgoibar, Zestoa, Oiartzun o Usurbil, en un descampado junto a la casa de Ibarra en Eibar, en los arenales de Deba, Getaria y otras villas costeras…), o en los pocos edificios con capacidad suficiente, que por entonces eran fundamentalmente las iglesias. Interesante matización hizo al respecto Manuel Lekuona cuando escribió: «Desde luego era costumbre general ésta de todos nuestros pueblos, si bien no en todos ellos se reuniesen en el interior de la iglesia sino en las inmediaciones del edificio parroquial, al cual, para dicho intento se adosaron, en efecto, los grandes pórticos cubiertos ('elizpe') que aún se admiran en todos los pueblos en general de la provincia (vid. Régil, Olaberría, Legazpia, Berástegui, Elduayen, etc.)».

El arkupe o atrio de Santa María acogía las reuniones de la asamblea concejil de San Sebastián hasta su quema hacia el siglo XIV, momento en que se trasladó al sobrado de la basílica de Santa Ana. Y todavía a finales del cuatrocientos el pueblo de Bergara, de la misma manera que muchas otras comunidades locales, elegían a sus alcaldes y oficiales en la parroquia.

De este amparo bajo sagrado proviene el nombre de 'anteiglesia' con que en Bizkaia se denominaron las pequeñas agrupaciones donde subsistió el concejo abierto. Porque a partir de la segunda mitad del XIV las cosas empezarían a cambiar con la institucionalización del concejo cerrado por el que solo una minoría de vecinos con millares, es decir, propietarios, podía elegir y ser elegida para integrar el gobierno municipal. El historiador azpeitiarra Carmelo Echegaray fundamentó en dos factores esa oligarquización: el crecimiento demográfico y la necesidad de «una organización menos rudimentaria» que asegurase mayor eficacia en la gestión administrativa y judicial. Eficacia que implicaba el acondicionamiento de una sede con dependencias para reuniones a puerta cerrada y otras necesidades. Es así como el concejo cerrado impuso una nueva exigencia infraestructural: la casa del concejo o ayuntamiento.

Casa consistorial de Eibar, en un día de nieve.

Dinero de América

De este modo, durante los siglos XV y XVI las poblaciones guipuzcoanas se dotaron de los que luego se designaron como 'kontzeju-zarrak', modestas casas para las reuniones en concejo cerrado, mientras que la asamblea general, convocada a campana tañida cada vez que algún asunto lo aconsejara, se hacía en soportales, atrios o al aire libre si el tiempo acompañaba. Suponemos, no obstante, que las dieciocho poblaciones que de forma rotatoria servían de sede a las Juntas Generales dispondrían de locales más aseados y espaciosos, pero tampoco notables.

Hernani ya tenía casa concejil «de cal y canto» en 1551, Oiartzun en 1554, Orio en 1566, y Eibar y Astigarraga terminando la centuria. Con el nuevo siglo la edificación de ayuntamientos se acelera: Zestoa (1601), ya con el característico balcón corrido, Getaria (1603), Errenteria (1605), Ataun (1658), Tolosa (1672), Beizama (1674), Oiartzun (1676)... La posada de Legorreta, obra de 1616, contaba con una estancia para reuniones, y en 1626 comenzó la construcción de la primera casa concejil de Legazpi (la actual es cien años posterior).

Peculiarmente, los ediles de Mutiloa y Zerain siguieron reuniéndose en un castañal (el de Oyarte) para tratar asuntos de interés común hasta la muy tardía fecha de 1858, cuando acordaron que, «dado que es mal sitio para escribir actas», en lo sucesivo se encontrarían en sus casas concejiles, alternándose en una y otra.

En general, los cabildos del XVII presentan excesiva severidad estilística dentro de una respetable volumetría, son algo rígidos y funcionales, en contraste con los del siglo XVIII donde arquitectos de la talla de los Carrera, Ibero o Lizardi desarrollarán un estilo con mayor prestancia y vivacidad. El ayuntamiento de Bergara, de 1693, resalta como jalón entre ambos períodos.

En no pocos casos su erección fue posible por la aportación económica de hijos de la tierra enriquecidos en la aventura americana. Y es que la arquitectura consistorial guipuzcoana surge en un período de crecimiento económico, al mismo tiempo que ilustra sobre la vitalidad de las comunidades locales del territorio, base del poder provincial. En palabras del citado Echegaray, cronista de las Provincias Vascongadas: «Quien contemple las Casas Concejiles de que se ufanan en Guipúzcoa pueblos de tan reducido vecindario como Anzuola, Legazpia y Asteasu, no podrá menos de ver en ellas un signo de la grande importancia que en esta tierra tuvo la vida municipal».

Casa consistorial de Arrasate-Mondragón.

Siglo de Oro de la arquitectura civil

Los edificios consistoriales cumplían funciones que hoy diríamos 'multiusos': cárcel con cepos, candados y grillos, taberna y abacería para el suministro de artículos de primera necesidad, depósitos y almacén de pesas y medidas, archivo... En algunos casos también escuela de párvulos y consultorio del médico ambulante. En Donostia, el edificio concejil oficiaba como sede del Consulado y Casa de Contratación (institución fundada en 1682 para reanimar la actividad económica y el comercio).

Al Siglo de Oro de la arquitectura civil guipuzcoana corresponden hermosas arquitecturas edilicias muchas de ellas aún hoy en funciones: Abaltzisketa, Albiztur, Alegia, Andoain, Antzuola, Asteasu, Astigarraga, Azkoitia, Berastegi, Deba, Elgoibar, Hernialde, Hondarribia, ldiazabal, Irun (obra del ingeniero militar-arquitecto belga Phelipe Cramer), Legazpi, Mondragón, Oñati, Pasai Donibane, Soraluze, Urnieta, Usurbil, Zaldibia, Zerain, Zizurkil y Zumaia. Contemporáneos a estos eran también los antiguos ayuntamientos de Getaria y Aretxabaleta, el de San Sebastián destruido en 1813 sin haber cumplido un siglo (vistosa creación del italiano Hércules Torelli), las alcaldías pedáneas de Hernani (1738) y de Urnieta (1747) en Lasarte, y otros más que no se han conservado.

Casa consistorial de Elgoibar.

Por regla general, los ayuntamientos guipuzcoanos del siglo XVIII exhiben un barroco comedido y elegante, sin apenas estridencias. Aunque hay excepciones. En contraste con esa austeridad decorativa destacan los ayuntamientos de Arrasate-Mondragón, Oñati y Elgoibar (Monumentos Nacionales de Euskadi), los dos primeros con admirables fachadas rococó de Martín de Carrera, autor también de las casas concejiles de Alegia y Albiztur; el tercero, más modesto en su programa decorativo, se ha atribuido a Ignacio de Ibero si bien, como mostró Mª Isabel Astiazarain, debe mucho a Sebastián de Lecuona.

No podemos terminar este repaso sin una mención al azkoitiarra José de Lizardi, arquitecto quizá de menor aptitud que Carrera con una larga nómina de construcciones dentro de los cánones que venimos señalando: Asteasu, Azkoitia, Legazpi (a partir de una traza de Pedro de Carrera), Pasai Donibane, y muy probablemente también Astigarraga.

La interpretación del barroco que aquí se hizo, fusión de influencias italianas y de la severidad del caserío tradicional, termina con la irrupción del neoclasicismo a finales del XVIII y principios del XIX, movimiento que inspiró las trazas de los ayuntamientos de San Sebastián en la primitiva Plaza Nueva (hoy Constitución), debido al aragonés Silvestre Pérez, y del ya desaparecido de Eibar.

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