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Baiona estuvo a punto de ser conquistada por las tropas de Felipe II a finales del siglo XVI. La capital labortana se convirtió en uno de los objetivos prioritarios de la monarquía hispana en un periodo especialmente turbulento en el que se intentaba frenar por todos los medios el ascenso al trono francés del hugonote –protestante– Enrique IV. Una red de espías y colaboradores coordinada desde la corte por el secretario de Estado Martín de Idiáquez, perteneciente al influyente linaje de origen guipuzcoano del mismo apellido, urdió una conspiración que contemplaba la toma de la ciudad en lo que hoy se conocería como una operación de comando con la intervención de un centenar de soldados vascoparlantes y de una flota procedente de San Sebastián.
Sobornos, medias verdades, intrigas políticas, planos secretos, engaños... El complot que urdió a finales del siglo XVI la corona hispana para hacerse con la ciudad de Baiona no tiene nada que envidiar a las mejores novelas de espías. Felipe II estaba especialmente interesado en la maniobra en la medida en que podía cortocircuitar el acceso de Enrique IV al trono de Francia. El monarca hispano temía que la presencia de un protestante –el aspirante Enrique IVera hugonote– a la cabeza del país vecino le complicase las cosas en los muchos frentes que tenía abiertos, sobre todo en el de Flandes. La posibilidad de que Francia se sumase a la alianza anticatólica de Inglaterra y Países Bajos constituía una seria amenaza para sus intereses estratégicos. Consciente de que la toma de Baiona limitaría seriamente las posibilidades de Enrique IV de ocupar el trono francés, el monarca hispano alentó en todo momento la operación de la mano de su secretario de Estado, Martín de Idiáquez.
A la cabeza de la trama se situaba Juan Velázquez de Velasco, gobernador de Hondarribia y capitán general de Gipuzkoa, que en la práctica era el hombre que coordinaba las redes de información de la monarquía hispana (fue nombrado espía mayor de la corte cuando en 1599 Felipe III sustituyó a Felipe II). El principal protagonista sobre el terreno fue el navarro Sebastián de Arbizu, un hombre de leyes que se había visto obligado a refugiarse en Pau después de que en Pamplona se dictase una orden de destierro en su contra por una acusación de falsificación de moneda. Tal y como cuentan los historiadores Carlos Carnicer y Javier Marcos en el libro 'Sebastián de Arbizu, espía de Felipe' (Nerea, 1998), que es la principal fuente en la que se inspiran estas líneas, el letrado navarro intervino de forma activa en diferentes intrigas en suelo francés, pero la más ambiciosa de todas sus misiones fue planificar la invasión de Baiona.
La capital labortana era en la época la base principal de un nutrido grupo de agentes en busca de información sobre los movimientos que se producían en España. En los libros de cuentas de la Corporación de Baiona constan las retribuciones que percibían por su labor de espionaje, lógicamente sin mencionar su verdadero nombre. La inteligencia española, a su vez, también tenía en nómina a unos cuantos franceses encargados de trasladar al capitán general de Gipuzkoa las novedades que se producían en la ciudad. El más activo de todos ellos era un tal Pierre d'Or, un comerciante lionés que había vivido varios años en España y que era conocido con el alias de Chateo Martín.
El plan para hacerse con Baiona empezó a cocinarse hacia 1592. En una primera etapa se buscó la complicidad del gobernador de la ciudad, Denis de La Hilliére, quien al parecer no hizo ascos a la promesa de una generosa recompensa. El primer tropiezo con el que se toparon los conspiradores, sin embargo, fue la resistencia de la corte hispana a la hora de adelantar dinero para la compra de voluntades. Cuando la red apremia desde el terreno para que se retribuya a La Hilliére por sus futuros servicios, la corona responde que «bien considerado es todo lo que apuntays a proposito de lo que ayudaria ganar al goveror (gobernador) de Vayona y los que pueden mover a la razon si la experiencia no huviese mostrado que con esta gente no conviene pagar anticipadamente sino offresçer gruesa recompensa del servicio que hizieran aviendo este preçedido».
Descartada la vía del soborno, la trama optó por un cambio de estrategia y se decantó por una operación de corte militar. Sebastián de Arbizu es llamado a Madrid para informar de la situación de Baiona y de los posibles planes para conquistarla. El abogado navarro redactó un informe en el que detallaba los puntos débiles de las defensas de la capital labortana y planteaba varias alternativas para desactivarlas. El documento se detenía de forma especial en las cadenas que cerraban el paso del río Nive. La toma de la caseta desde la que se controlaban, precisaba el espía navarro, permitiría neutralizarlas y franquear la entrada de una flota. Ni los castillos –el Viejo y el Nuevo– que defendían Baiona ni las cuatro puertas que daban acceso a ella constituían un obstáculo insalvable, escribe Arbizu, porque la plaza carecía de una guarnición militar permanente.
El abogado navarro planteó en su informe dos planes para tomar la ciudad. En el primero proponía reunir a un centenar de soldados vascoparlantes vestidos «en habito de Bascos y gente de Labort» para que entrasen a primera hora de la mañana en la ciudad haciéndose pasar por campesinos de la comarca que se dirigían al mercado semanal. Armados con espadas y bastones con púas, los intrusos se apoderarían de la caseta que controlaba las cadenas del Nive para franquear el paso a una flota procedente de San Sebastián que transportaría a otros 500 hombres que culminarían la conquista de la plaza apoderándose del ayuntamiento, que era el sitio donde se depositaban las armas y las municiones.
Una segunda alternativa contemplaba la toma de una de las puertas, la de Saint-Espirit, con una compañía de un centenar de hombres armados que se desplazarían por la noche a Baiona desde Urdax. Controlados los accesos, los intrusos neutralizarían también las cadenas para facilitar el paso por el Nive de la flota procedente de San Sebastián. Arbizu apostaba en su informe por cualquiera de esos dos planes y advertía que «otros medios podria tambien haver entendiendose con algunos de dentro pero yo no tengo por seguro fiarse de nunguno dellos». Es decir, que el navarro ya intuía que la red de dobles agentes y espías que operaba en Baiona al servicio de los intereses hispanos tenía demasiados agujeros, algo que la realidad se encargaría de demostrar.
La conspiración se puso en marcha en la primavera de 1595 mientras Arbizu continuaba en Madrid. Velázquez, el capitán general de Gipuzkoa, aprovechó algunas de las propuestas del espía navarro pero diseñó un nuevo plan que consistía en prender fuego a la ciudad durante la noche anterior a la de San Juan para que las tropas que habían navegado desde San Sebastián desembarcasen sin oposición valiéndose de la confusión creada.
La nueva estrategia contemplaba la participación en la operación de algunos de los agentes de los españoles en Baiona. Fue precisamente el criado de uno de esos colaboradores el que fue interceptado por los franceses mientras llevaba un mensaje del capitán general de Gipuzkoa dando luz verde a la operación. Al gobernador de Baiona, que algo conocería de la trama por las promesas de soborno que había recibido en el pasado, no le costó mucho neutralizarla y arrestar a sus tres agentes más activos, todos ellos vecinos de la capital labortana. Los tres fueron interrogados y reconocieron su papel en el complot. Pierre d'Or, que era el destinatario del mensaje interceptado, rechazó la propuesta del gobernador, que le ofreció seguir con vida si escribía al capitán general de Gipuzkoa una nota diciéndole que todo estaba listo y que podía enviar la flota que permanecía a la espera de órdenes en San Sebastián.
Enrique IV, que por entonces ya había accedido al trono de Francia después de haberse convertido al catolicismo –a él se le atribuye aquello de 'París bien vale una misa'–, aprovechó el episodio para dictar una sentencia ejemplarizante que disuadiese a sus compatriotas de trabajar para los españoles. Los tres encausados fueron condenados a muerte y ejecutados en público en Baiona por un método especialmente cruel: el del desmembramiento sobre una rueda horizontal. Sus cabezas fueron colocadas en picas en la puerta de Saint-Léon, la que mira hacia la frontera española. El episodio fue conocido como la conspiración de Chateo Martín, que era como los españoles conocían a D'Or. En las crónicas bayonesas se dice que su cabeza aún seguía expuesta en una jaula de hierro en la puerta de Mousserolles en 1610, es decir, quince años después de su ejecución. Todo un aviso a navegantes.
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Miguel Ángel Mata | San Sebastián y Amaia Oficialdegui
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