Secciones
Servicios
Destacamos
La Encuesta del Ateneo de Madrid realizada entre los años 1901 y 1902 en relación a costumbres populares de nacimiento, matrimonio y muerte en España, contiene unas fichas manuscritas con curiosas anotaciones en bae a las respuestas obtenidas en Gipuzkoa sobre cómo era el momento del alumbramiento. Llama la atención de que a pesar de ser San Sebastián la capital solo aparecen dos escuetas menciones que no tienen autor. En una de ellas se destaca que, al igual que en otros municipios del territorio, era costumbre entre las parturientas atarse fuertemente un pañuelo a la cintura para evitar que la criatura subiera, así como también soplar en el interior de una botella vacía para expulsar las secundinas, es decir, la placenta y membranas que envuelven el feto.
Es curioso, asimismo, el caso de Elgoibar en los años veinte del pasado siglo, puesto que había parturientas que lo hacían de rodillas encima de la mesa de la cocina. El estudio confirmó, por otra parte, que en el parto participaban tanto la mujer como el hombre. Cuando la mujer sentía los primeros dolores, su marido se sentaba en una silla con las piernas abiertas y la mujer se colocaba en su regazo. Permanecían en esta posición hasta que naciera el niño, tardara lo que tardara.
En Leintz-Gatzaga se contestó a la encuesta del Ateneo de Madrid que antaño, en el momento de dar a luz, la parturienta se sentaba en una silla baja o en el peldaño de la escalera o simplemente se ponía en cuclillas asiéndose al cuello del marido que permanecía a su espalda sosteniéndola. También se consideraba idóneo el peldaño del hogar ya que sentada en el mismo podía agarrarse a la chimenea. Al recién nacido se le recogía con un cedazo.
En Tolosa «con excepción rarísima de la gente menesterosa», parían con la asistencia del médico, se indica en una ficha que no firma nadie. Después del parto, si no estaba presente el facultativo, ataban fuertemente un pañuelo a la cintura de la recién parida para que, según se decía, «el viento no les diese por arriba». Ataban también el cordón umbilical al muslo de la puérpera «para que no se escapase para arriba». Enseguida recurrían además al remedio antes citado de hacerle soplar fuertemente en una botella para que expulsase las secundinas. La encuesta señala que esta costumbre estaba desapareciendo. «Algunas clandestinamente beben algunas infusiones de plantas diureticas», se indicaba.
También era habitual que antes de que llegase el médico «preparaban los aldeanos un cedazo de los que empleaban pata cerner el maíz, con una sabana cubierto para recibir al chico. El cedazo así preparado lo metían debajo de la cama y una vez nacida la criatura, la colocaban sobre él le llevaban a la cocina como en una bandeja para lavarla y vestirla».
Noticia relacionada
En la ficha de la encuesta referida a esta localidad también se puede leer: «El único vaticinio, bastante arraigado en la parte rural, es el que, cuando una madre da a luz siete hijos seguidos (todos varones) el séptimo trae una cruz debajo de la lengua, por lo cual tolera el aceite hirviendo con la virtud de curar la rabia ó las mordeduras de los perros rabiosos; este séptimo hijo es Saludador».
No menos curiosa es esta cita: «Pocos años ha todas las mujeres parían sobre las rodillas de sus maridos o de algún amigo o amiga; hoy todas, todas, paren en cama».
En Mendaro. según el informante, Eusebio Izaguirre, también era costumbre general después del parto fijar fuertemente un pañuelo a la cintura de la parturienta. En otras ocasiones le introducían la trenza del pelo hasta la garganta para provocarle arcadas o le hacían beber agua fría. Si aún así no las expulsaba le ataban los restos del cordón umbilical al muslo con una cuerda o colgaban de aquéllos una llave u otro objeto «para evitar que las parias subiesen al estómago y ahogasen a la mujer». Terminado el alumbramiento ataban fuertemente en la cintura un pañuelo, colocando en el epigastrio unas medias arrolladas u otra prenda análoga que ejerciese presión para evitar que subiese el histerio o urdilleko y pudiese ahogarlas instantáneamente. Para evitar los dolores uterinos (entuertos) y las hemorragias, colocaban debajo de la almohada de la parturienta, sin que ésta se apercibiese, la tijera con la que se había cortado el cordón umbilical.
En Azpeitia, el informante Manuel Celaya, señala que la asistencia al parto la hacía generalmente el médico. Si no llegaba a tiempo alguna vecina o «comadre» que se dedicaba a estas funciones. Para que la puérpera pudiera expulsar la placenta también se le hacía soplar en una botella.
En esta localidad, para preservar a la puérpera del pelo se le hacía llevar colgado del cuello un saquito de lienzo con una ramita de perejil fresco, o una piedra cuarzosa tallada en numerosas facetas que se vendían en los comercios. Algunas mujeres se colocaban este saquito en una axila. Mal o bien aseada, la puérpera tomaba una taza de caldo de gallina y un sorbo de vino. La encuestadas destacaron que durante el puerperio era tratada la mujer con más mimo que en el parto. A los tres o cuatro días del alumbramiento abandonaba el lecho, y se entregaba a sus ocupaciones habituales, y a cuidar de la criatura, a quien había amamantado en las primeras 48 horas alguna vecina, pues el calostro lo extraían unas mujeres llamadas «mamonas» que se dedicaban a formar pezones. Tan pronto como terminaba el parto con la expulsión de las secundinas, salía el padre de la alcoba «para descansar de las fatigas que le había costado el trabajo de su esposa». Después de echar un buen trago de vino, se entregaba a sus tareas ordinarias como si nada hubiese ocurrido. En este municipio también se contó que «si al subir una escalera la mujer embarazada apoya en el primer peldaño el pie derecho parirá hembra; y si pone el pie izquierdo, parirá varón».
En Zestoa, en una ficha en la que no aparece el informante, se dice que la asistencia se hacía por lo general por los médicos titulares, sin embargo como había también mujeres que creían estar «enteradas de la cuestión de partos», eran muchas las parturientas que las preferían.
En Oñati, los autores de la ficha, Ciriaco Sesé Trespuentes, Benito Mocoroa, José María Arcelus Aierbe, Francisco Apaolaza Azcárate, manifiestan que en general era el médico quien asistía a los partos. Si el parto se prolongaba, algunas parturientas se envolvían en una túnica del Jesus Nazareno y se colocaba una rosa de Jericó en un vaso de agua.
Es evidente que en estas últimas décadas han cambiado mucho los modos de venir al mundo, pero no esta célebre cita del poeta bengalí Rabindranath Tagore: «El niño llama a su madre y le pregunta: «¿De dónde vengo? ¿Dónde me encontraste? La madre escucha, llora y sonríe, mientras aprieta a su hijo contra su pecho. 'Eras un deseo de dentro de mi corazón'».
Publicidad
María Díaz y Álex Sánchez
Almudena Santos y Leticia Aróstegui
Mikel Madinabeitia | San Sebastián y Gorka Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.