La Fama, como se sabe desde que Maquiavelo hablaba de ella en «El Príncipe», tiende a ser escurridiza y suele ser difícil de asir. Quien la persigue nunca suele tener bastante. O, en muchas ocasiones, no suele tener nada. O, a veces, le llega desde ... los rincones más dispares y más insospechados. Y demasiado tarde. O la gana por motivos que no todo el mundo valora por igual. Ese podría ser el caso del cantante irunés Luis Mariano.
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Según el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia, Luis Mariano Eusebio González García nace en esa localidad guipuzcoana un 13 de agosto de 1914. Es decir: vendrá al mundo justo cuando estalla la Primera Guerra Mundial que tantas cosas iba a cambiar en la Europa que había surgido tras la derrota de Napoleón y el triunfo del Congreso de Viena.
Parece que ese nacimiento, bajo el signo de Marte, influirá en la vida de Luis Mariano de manera bastante decisiva. Así, otra guerra, la civil española de 1936 a 1939, lo convertirá, junto con sus padres, en un exiliado más. En su caso hacia Francia, hacia la vía de escape más cercana a la ciudad que había sido la casa de ese joven que cuenta 22 años cuando, de nuevo, la guerra viene a cruzarse en su camino y escapa de ella por poco.
Esa escapada, sin embargo, no traerá mucha tranquilidad al futuro Luis Mariano, príncipe de la opereta (como también llegará a ser conocido). En efecto, su país de acogida no tardaría demasiado en convertirse en un nuevo campo de batalla de la guerra que se luchaba en España. Así apenas pasados tres años de su huida al otro lado del Bidasoa, Luis Mariano volverá a ver cómo el coloso de la Guerra aplasta de nuevo su existencia con una conflagración general en Europa en la que entra su país de adopción -Francia- tan sólo para ser aniquilado, junto a los británicos, los polacos, los checoslovacos…, en la guerra relámpago lanzada por el III Reich alemán para apoderarse de todo el continente.
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Así Luis Mariano debe vivir, desde el verano de 1940, en un país ocupado y tratado como tal. Con verdadera dureza por una Alemania que sueña con convertir en realidad lo que ella misma había impedido -en 1815- a los franceses guiados por Napoleón Bonaparte.
Aun así Luis Mariano, el ya cada vez menos joven irunés exiliado, sabrá sobrevivir en esa Francia ocupada. Por ejemplo eludiendo el servicio de trabajo obligatorio que impone el III Reich sobre los derrotados franceses, o a todo lo que suponen esos cuatro años de sorda guerra subterránea en el exágono francés, que va desde operaciones de comandos en las playas francesas (unidades en las que, en otros frentes, militan otros exiliados vascos como Justo Balerdi en el SAS británico), golpes de mano de la Resistencia (también repleta de vascos y otros exiliados republicanos) y, finalmente, autenticas batallas campales como la de París en 1944, cuando Luis Mariano celebra su trigésimo cumpleaños. Una vez más bajo el fuego. Esta vez de los aliados que llegan en socorro de la Resistencia parisina levantada en armas contra el ocupante alemán.
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Allí, en efecto, estará un Luis Mariano llegado a la capital francesa en 1941 acompañado por su fiel madrina en el mundo de la Música: Jeanne Lagiscarde, que le había animado a seguir con su carrera de cantante iniciada en Burdeos donde ella gestiona la empresa discográfica Bermond.
Así, pese a esas circunstancias, el cantante irunés va abriéndose paso como cantante en los teatros de aquel París que trata de olvidar que es zona ocupada por un enemigo implacable.
Pasados esos malos tiempos en los que, pese a todo, triunfa, Luis Mariano comenzará a codearse con otros famosos supervivientes de esos años de plomo. Como la célebre Édith Piaf o el director de cine Sacha Guitry, que sufrirá tanto la ocupación como las represalias de una Resistencia que, como a muchos otros, le acusará de un inexistente (o indemostrable) colaboracionismo con el invasor.
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Será gracias a este peculiar director, Guitry, cómo la carrera artística de Luis Mariano acabará cruzándose, de modo un tanto paradójico, casi causal, con un fiel hijo del dios de la Guerra como Napoleón Bonaparte...
El príncipe de la opereta irunés cantará para el emperador (de manera figurada, claro está) en el año 1955. En esa fecha Sacha Guitry estrenará su ambiciosa película sobre la vida de Bonaparte.
Una ocasión que será prueba de la buena fama de la que ya disfruta para entonces Luis Mariano como cantante, a la altura de una Édith Piaf que también triunfa en esa Francia de posguerra.
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Guitry, en efecto, quiere que Luis Mariano, ya completamente consagrado, haga siquiera una fugaz aparición en su película dedicada a Napoleón.
La aparición será, sin duda, fugaz, pero no por eso menos notable. Sacha Guitry, que se reserva para él el papel estelar del narrador (nada menos que el sinuoso Talleyrand) hizo que Luis Mariano interpretase lo que mejor sabía interpretar. Es decir: un cantante y actor. Y no uno cualquiera sino uno de la categoría histórica de François-Joseph Talma.
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Ese actor y director teatral, coetáneo del pintor David y de Napoleón, se había ganado la admiración del futuro emperador corso, impresionado por sus papeles como personaje de obras de teatro del mundo antiguo -o que lo evocaba- y que él tratará de interpretar con un realismo tal que, en efecto, despierta la admiración de un hombre en general tan frio como Napoleón Bonaparte.
Eso es justo lo que representa la breve escena en la que aparece Luis Mariano en el «Napoleón» de Guitry. Cuando el ya casi inminente emperador aparece en el teatro, el Talma representado por Luis Mariano interrumpe su declamación cantada y saluda al general con una interpretación vibrante de la canción revolucionaria preferida por Napoleón. Es decir: el «Chant du Départ» donde se celebra la victoria de las tropas revolucionarias que forjaron la fama de Bonaparte y la Libertad que, se suponía, iban extendiendo por el mundo esas mismas tropas.
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Con ese espontáneo homenaje del Talma interpretado por Luis Mariano, todo el teatro se ponía en pie y homenajeaba a aquel general salido de esas filas revolucionarias que iba camino de convertirse en emperador…
Ese, en definitiva, era el breve, pero significativo, importante, papel que Guitry otorgó a Luis Mariano. Al antiguo muchacho irunés, huido de una guerra tras otra, que para entonces, para el año 1955, se había convertido ya en ese príncipe de la opereta que aún se venera en fama póstuma. Tanto en el irundarra Paseo de Colón (o en la coral de esa ciudad que lleva su nombre) como en una Francia que no puede olvidar sus canciones e interpretaciones. Como aquella en la que, durante unos importantes minutos, Luis Mariano glorificaba a Napoleón, cantando en su honor bajo la fina dirección de un Sacha Guitry que no dudaría en contar -al menos una vez más- con aquel ovacionado príncipe de la opereta irunés...
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