Historias de Gipuzkoa

El día de San Napoleón en San Sebastián, 15 de agosto de 1810

Un santo por decreto imperial: San Napoleón

Martes, 6 de agosto 2024, 06:29

No es ninguna novedad hablar de cómo Napoleón Bonaparte, desde su coronación como emperador en 1804, toma, en ocasiones, decisiones verdaderamente arbitrarias. Todas ellas, de un modo u otro, destinadas a consolidar un poder absoluto.

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Una de esas decisiones, la de la creación, casi de ... la nada, de un San Napoleón, fue bien descrita hace ya muchos años, en 1936, por un historiador vasco, Juan José Mugartegui.

Con esto Napoleón quería desplazar una fiesta católica muy arraigada (por ejemplo en ciudades vascas como San Sebastián): la de la Asunción de la Virgen María, celebrada cada 15 de agosto, y consolidar así el culto a su persona y a su régimen santificando el día de su cumpleaños a costa de eclipsar, incluso, a la madre de Cristo.

Napoleón, buen conocedor de los resortes de poder en la Iglesia católica -como sobrino que era del cardenal Joseph Fesch- desde que accede al poder, como cónsul vitalicio, demostrará lo que era capaz de hacer a ese respecto con tal de manejar a su antojo la religión de la mayoría de los franceses, que también era la de muchos europeos que soñaba con poner bajo su férula. Un lote en el que, por supuesto, estaban incluidos los guipuzcoanos, siempre tan próximos a la frontera francesa.

La ceremonia de su coronación como emperador en Notre Dame de París, donde el Papa Pío VII se limitó a entregarle la corona imperial, disipó toda duda a ese respecto. Incluso antes de que tomase como prisionero de estado a ese mismo Papa cuando le convino.

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Con esos precedentes proceder a inventar un santo que coincidiera con su fecha de nacimiento no era, evidentemente, difícil. Y así, desde el 19 de febrero de 1806, por decreto imperial, se estableció que había un nuevo santo en el santoral católico: San Napoleón, hábilmente derivado de imprecisas alusiones en martirologios católicos por el cardenal Caprara y el obispo de Tournai.

Desde entonces, y hasta 1815, en Francia se celebró el día de San Napoleón el mismo día de la Asunción. Posteriormente se impondría también en territorios ocupados. Uno de ellos, precisamente, fue la ciudad de San Sebastián...

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Los festejos donostiarras del cumpleaños de Napoleón

El artículo que Juan José Mugartegui publicó en uno de los números de la Revista Internacional de Estudios Vascos de 1936, describía, con todo detalle, los festejos celebrados en la capital donostiarra el 15 de agosto de 1810 en honor de ese nuevo santo creado a mayor gloria de Napoleón Bonaparte. Mugartegui, historiador y alcalde marquinés, encontraba en ese año 1936, en el archivo de esa localidad vizcaína, una copia de la «Gaceta de Oficio del Gobierno de Vizcaya». Es decir: el Boletín Oficial del gobierno de ocupación bonapartista que Mugartegui, con buen criterio, creía desaparecido del archivo donostiarra a causa del incendio de 1813.

En esa «Gaceta» se describía, punto por punto, la ceremonia con la que la ciudad ocupada había celebrado el 15 de agosto el día de San Napoleón, arrinconando el de la Asunción de la Virgen María, patrona de la ciudad por otra parte, como recordaba Mugartegui.

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Así nos cuenta el artículo que, de acuerdo a esa «Gaceta» napoleónica, en la noche del 14 de agosto se lanzaron salvas de Artillería desde las murallas donostiarras para avisar de que al día siguiente se celebraría el santo y cumpleaños del emperador. Esa Artillería habló de nuevo el 15 de agosto, antes de que se cantase un solemne Te Deum en la parroquia de Santa María del Coro para festejar la ocasión y que tuvo como público al general gobernador de la plaza, Thouvenot, al frente de una nutrida representación de autoridades civiles y militares tanto francesas como españolas. Incluidos los empleados municipales donostiarras.

Tras esto hubo una corrida de novillos en la actual Plaza de la Constitución y después Thouvenot ofreció un banquete a esas autoridades al que asistió un destacado general francés, Drouet d´Erlon, de paso por la ciudad. Todo ello bajo un árbol coronado de laurel en el que colgaba una inscripción, en francés, que dejaba constancia del amor que los franceses sentían por su emperador y sus victorias.

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Amor que fue coreado en un brindis por todos los asistentes, vitoreando al emperador y a su nueva mujer, Maria Luisa de Austria.

Ya en aquel entonces no faltó la hoy tradicional exhibición de fuegos artificiales que en esa ocasión fue servida, desde las murallas, por los artilleros franceses de guarnición en la ciudad ocupada.

Por lo demás la propaganda bonapartista llenó las calles donostiarras con diversas inscripciones emplazadas en transparentes para hacerlas más visibles a toda la población. En ellas se exaltaba, sobre todo, y en francés, la gloria del emperador Napoleón presentado como genio militar victorioso. La única concesión al euskera, parece ser, fue la leyenda «YRURAC-BAT», exaltando la unidad de las tres provincias vascas peninsulares en medio de aquel entusiasmo de propaganda napoleónica.

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La fiesta donostiarra de San Napoleón de ese 15 de agosto de 1810 se coronó con un baile y «buffet» ofrecido -una vez más- por Thouvenot, al que asistieron numerosos vecinos y que duró hasta el amanecer, teniendo a los asistentes ocupados en comer, beber y bailar contemplados por los retratos de Napoleón y Maria Luisa, enmarcados en el laurel de los vencedores y con una nueva inscripción que exaltaba esas glorias imperiales. Así acababa en San Sebastián aquella festividad de San Napoleón del año 1810.

Bajo tan afrancesada apariencia, sin embargo, bullían en la ciudad los mecanismos que iban a llevar a la derrota de los ejércitos napoleónicos en apenas tres años. Mugartegui nada dice de hasta qué punto la presencia de muchos donostiarras en esa fiesta era de grado o por fuerza, pero habría que suponer que muchos acudieron por contemporizar. O incluso por estar más cerca del enemigo a batir y saber de sus próximos movimientos.

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Suposición razonable teniendo en cuenta que tan sólo dos años antes el paso de José Bonaparte de camino a Madrid, fue recibido fríamente en esa misma ciudad. Algo a lo que habría que sumar que por cada afrancesado donostiarra gustosamente invitado a esa fiesta de San Napoleón -ejemplares como José María de Soroa- había al menos tres propietarios o vecinos de la ciudad -Miguel Ricardo de Álava, Enrique José O´Donnell y Pedro Agustín Girón- que figuraban entre los generales del Ejército aliado. Eso sin olvidar tampoco que otro general guipuzcoano, Gabriel de Mendizabal e Iraeta, trató por todos los medios de que el asalto contra San Sebastián, en el verano de 1813, no se convirtiera en una represalia general contra una población a la que se consideraba ocupada y no colaboracionista en su mayoría.

Hecho sin duda bien conocido para este general bergarrara a través de la red de espionaje del donostiarra Joaquín Gregorio de Goicoa, con órdenes expresas del Alto Mando aliado, desde 1808, de extraer información sobre los movimientos de tropas francesas a lo largo de la frontera. Como por ejemplo los del general Drouet d´Erlon, invitado en San Sebastián a la fiesta de San Napoleón del 15 de agosto de 1810...

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