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Hoy se cumplen 46 años de un accidente ferroviario que pudo desembocar en la que sin duda supondría una de las mayores tragedias vividas en Gipuzkoa en toda su historia. Las manecillas del reloj de la parroquia de Santa María de Tolosa estaban a punto ... de marcar la 1.30 horas de la madrugada del 28 de marzo de 1978. Los habitantes de la antigua capital del territorio dormían de forma apacible acostumbrados desde hacía décadas al ruido que dejaban a su paso los trenes nocturnos. De pronto un fuerte ruido procedente de las cercanías de la estación ferroviaria sobresaltó a todos los tolosarras. ¡Un accidente! es lo primero que pensaron todos ellos. No imaginaban que sus vidas corrían serio peligro. Estaban a punto de sufrir una de las mayores catástrofes ferroviarias en España, en la que una nube tóxica podría haber borrado la villa foral del mapa.
El mercancías 6.012 había partido de Lyon. Transportaba tres vagones con piezas de automóvil para la factoría valenciana de Ford en Almussafes y una cisterna con una carga altamente letal que tenía como destino una empresa química de Burgos. Contenía en su interior 55 toneladas de ácido cianhídrico. Se trata de un líquido límpido, soluble en agua y alcohol, que es altamente volátil y con un olor que se describe similar al de las almendras amargas.
El ácido cianhídrico produce hipoxia tisular multiórganica, muerte celular por inhibición de la respiración celular y arterialización de la sangre venosa por acumulación del oxígeno no utilizado. Una concentración de 300 partes por millón en el aire es suficiente para matar a un humano en cuestión de minutos. Este compuesto químico es usado, entre otros, en tintes, explosivos y producción de plásticos. Fue utilizado en la Segunda Guerra Mundial por los nazis en los campos de exterminio, donde fue conocido como Zyklon B/Cyclon B. En la actualidad se emplea en algunos países para las ejecuciones en la cámara de gas.
El mercancías circulaba poco antes de la 1.30 de la madrugada a unos 80 kilómetros por hora y descarriló al tomar una curva situada a la entrada de la estación de Tolosa. Nada más conocerse la mortal carga que llevaba cundió la alarma. Las autoridades locales dieron aviso inmediato a las provinciales, y éstas a las de Madrid. Un clima de psicósis y de angustia colectiva se apoderó rápidamente de parte de la población, sobre todo de los tolosarras que residían cerca del lugar del siniestro y de las vías. En la zona había una barriada importante y el ambulatorio. El centro sanitario quedó cerrado hasta descartarse totalmente una nube tóxica y los pacientes fueron derivados a clínicas de Tolosa y de San Sebastián.
Se calcula que unas 5.000 personas huyeron esa noche de la villa foral, que contaba en 1978 con cerca de 19.000 habitantes. Los atemorizados vecinos cerraron a cal y canto sus viviendas y se dirigieron con sus familias, en coche y presas del pánico, hacia localidades límítrofes e incluso hasta San Sebastián. No faltaron quienes optaron por estacionar sus coches en las campas de Larraitz e intentar dormir, considerando el monte el lugar más seguro si se producía una nube tóxica en Tolosa. Algunos volvieron a sus hogares a las pocas horas tras quedar controlada la situación por parte de las autoridades, y otros optaron por mantenerse alejados de la localidad hasta ver alejado totalmente el peligro para sus vidas.
Hasta los propios maquinistas del tren accidentado quedaron en estado de shock nada más producirse el siniestro. Ignoraban que transportaban un líquido tan letal. Lo supieron cuando supervisaron las guias de carga.
Renfe estableció servicios de autobuses especiales para cubrir el trayecto ferroviario entre Irun y Beasain interrumpido por el siniestro.
Afortunadamente, a pesar de la espectacularidad del descarrilamiento del mercancías no se derramó el líquido acumulado en el vagón cisterna, que quedó volcado sobre las vías y seriamente dañado. «No existe ningún peligro de explosión de la cisterna», se apresuró a destacar Renfe, saliendo al paso de algunos rumores que no hacían más que aumentar la psicósis de miedo entre los tolosarras. Para descartar que se pudiera producir una contaminación por ácido continuamente se fueron realizando mediciones con un detector 'Drager'.
Una vez controlado que no se había producido una fuga tóxica se procedió a acordonar toda la zona y a estudiar cómo se podía realizar el arriesgado trasvase de las 55 toneladas de ácido cianhídrico a otra cisterna. Fue una operación lenta y díficl en la que se tomaron importantes medidas de seguridad.
En las labores de extracción del ácido participaron personal de Renfe, varias ambulancias de Cruz Roja y DYA, retenes de bomberos de los parques de Tolosa y San Sebastián, miembros de la Guardia Civl y un cuadro médico completo. Llegaron técnicos de Sodeti, la empresa burgalesa destinataria de la carga. También se se prepararon vehículos pesados con cuarenta toneladas de sosa, única sustancia que puede neutralizar el ácido cianhídrico. Los conductores de camiones del Ejército fueron puestos en situación de alerta por si era necesaria su participación.
En representación del entonces Consejo General Vasco acudieron a Tolosa el responsable de Transportes y Comunicaciones, Juan María Bandres, y el de Cultura, José Antonio Maturana.
La cisterna dañada tuvo que ser sacada del vagón descarrilado que la transportaba y movida con grúas por la posición en la que quedaron sus válvulas tras el impacto contra las vías y la inclinación que presentaba.
Se llegó a construir una gran piscina especial de ladrillo y cemento sobre las vías , que contenía agua y sosa, donde quedaría sumergida la cisterna, que finalmente no se tuvo que utilizar.
Un bombero resultó levemente intoxicado durante las labores de extracción y fue trasladado urgentemente a la clínica de San Cosme y San Damián, en la misma Tolosa. Al parecer, se le ladeó la careta antigás en el momento de abrir una de las válvulas.
El paso del ácido cianhídrico de una cisterna a otra finalizó la mañana del 1 de abril. La circulación en doble vía de los trenes se restableció la noche del día siguiente. En esos tensos días la mayoría de los que trabajaron en la difícil operación durmieron en total solo 14 horas.
Desde el primer momento el siniestro tuvo una amplia repercusión mediática tanto a nivel local como estatal, lo que muestra la gravedad del accidente ferroviario. Periódicos, radios y la única televisión existente entonces, TVE, siguieron el suceso desde la misma estación de Tolosa durante varios días.
En aquel entonces era presidente de la Gestora Municipal de Tolosa Iñaki Linazasoro, quien señaló que el peligro había sido «grave», pero que en ningún momento se vio la necesidad de evacuar en masa a la población. Para tranquilizar a sus paisanos llegó a afirmar que estuvo junto a otros ediles siguiendo en todo momento las labores de trasvase 'in situ' para demostrar que ya había pasado el peligro para la población. Admitió que, con todo, «no se pudo evitar un clima de angustia colectiva». El escritor y periodista confesó en una entrevista concedida a este periódico en 2004, pocas semanas antes de morir, que el accidente supuso «el peor momento» de su vida.
«Gracias a Dios todo quedó en un susto», remarcó el regidor. Una vez restablecido el tráfico ferroviario, el 5 abril, el obispo de la diócesis de San Sebastián, Jacinto Argaya, presidió una misa de acción de gracias en la iglesia de Santa María, en Tolosa. En su homilía subrayó que «de no mediar la intervención celestial, quizá podía estar vuestro obispo presidiendo un acto fúnebre ofrecido por las almas de muchos de los que os encontráis aquí».
¿Fue un milagro que no se produjera la temida y fatal fuga de ácido que pudo provocar una catástrofe? Para muchos sí. No sólo estuvieron en peligro las vidas de los tolosarras, y quien sabe si también de cientos o miles de habitantes de localidades limítrofes. También habían corrido peligro los pasajeros del entonces siempre muy concurrido tren 'Puerta del Sol', con destino a París. No pasó a esa hora por la villa foral porque iba con media hora de retraso y pudo ser detenido en la estación de Zumarraga.
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