Edward Hyde retratado por William Dobson (hacia 1643)
Historias de Gipuzkoa

La Diputación guipuzcoana y el otro Mister Hyde

¿Qué hacía el tutor del futuro rey de Inglaterra a principios de noviembre de 1649 en los confines guipuzcoanos ?

Martes, 14 de mayo 2024, 06:59

La idea habitual que se tiene de los documentos históricos es que se trata de pesados volúmenes, con los bordes carcomidos, compuestos de cientos -o acaso miles- de polvorientas páginas con una escritura normalmente ilegible.

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Es cierto que existen documentos así, que requieren horas y ... más horas de estudio y mucha habilidad para descifrar la letra de los escribanos del siglo XVI que, a veces, ni siquiera parece escrita en alfabeto latino.

Sin embargo hay otros en los que, en apenas un par de páginas de pulcra escritura, se contiene todo un universo histórico. O los cielos en un grano de arena, como lo describió el antropólogo Clifford Geertz hablando de asuntos similares.

Ese parece ser el caso de uno de los muchos documentos que conserva el Archivo general guipuzcoano. Se trata de, en efecto, apenas dos hojas fechadas en el otoño de 1649 y contenidas en el legajo JD IM 1/23/13. La más interesante de las dos es una breve nota de agradecimiento firmada por dos caballeros ingleses: lord Cottington y otro de apellido de curiosas evocaciones, Edward Hyde.

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Esa breve nota, escueta en sus términos, escrita en un castellano del siglo XVII muy pulido, llama sin duda la atención, suscita preguntas. Como por ejemplo quiénes eran esos dos caballeros ingleses y qué hacían en los confines guipuzcoanos en el otoño de 1649. O, también, qué les llevaba a escribir una nota de agradecimiento como aquella a las autoridades guipuzcoanas de esa fecha.

Lord Cottington. Autor desconocido. National Portrait Gallery.

Buscar respuesta para tales preguntas nos devuelve un curioso retazo de nuestra Historia que se entremezcla con la Historia general de Europa en unos momentos en los que ha rodado, ese mismo año, sobre un cadalso, la cabeza de un rey inglés para horror y asombro de muchos. Esa circunstancia, precisamente, es la que había traído a esos dos caballeros ingleses hasta territorio guipuzcoano.

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La Diputación había dado órdenes para que las poblaciones por las que pasasen los caballeros ingleses les obsequiasen con un buen recibimiento

La Diputación de esa provincia, como se deduce de este documento, enterada de ese viaje, había dado órdenes para que las poblaciones por las que pasasen lord Cottington y aquel otro señor Hyde, les obsequiasen con un buen recibimiento y los tratasen de acuerdo a su calidad de embajadores ingleses.

Algo que, según la nota firmada en 11 de noviembre de 1649 por ambos -Cottington y Edward Hyde- se había cumplido a rajatabla, quedando así ellos obligados a reconocer que la provincia les había hecho «muchas mercedes». De ellas no la menor el haberles dado escolta hasta los confines de la provincia por medio de alguien al que ellos llaman don Francisco de «Etrangunen». Sin duda una mala transcripción de un apellido netamente vasco, difícil de entender para el oído de aquellos diplomáticos ingleses como cabe suponer...

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Lo cual no quitaba para que, en esta breve misiva a la Diputación guipuzcoana, se deshiciesen en elogios hacia tan atenta compañía a la que calificaban de buen caballero y «discreto amigo» que había cumplido a la perfección las instrucciones dadas por esa misma Diputación de tratarlos con tanto esmero, acompañándolos hasta la frontera guipuzcoana desde la que escribían.

Los caballeros ingleses quedaban como muy humildes y «afficionisimos» servidores de Gipuzkoa

Todo ello llevaba también a lord Cottington y Edward Hyde a confesar que quedaban así como muy humildes y «afficionisimos» servidores de dicha provincia que tan bien les había tratado…

Con esto parece quedar definitivamente clara la razón por la cual aquellos dos embajadores ingleses colmaban de elogios a la Diputación guipuzcoana. Pero quizás no es tan evidente quiénes eran realmente los autores de esos elogios. Ni la razón última por la que necesitaban pasar por tierras guipuzcoanas con destino final, evidente, en la corte de Madrid.

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Óleo de autor desconocido mostrando la ejecución de Carlos I Estuardo. Galería Nacional de Escocia

Y es que Inglaterra, en esos momentos, está sumida en el marasmo de su segunda guerra civil entre la Corona y el Parlamento que duraría hasta ese año de 1649. Y en ella algunos nobles -de la misma estirpe de la que proceden Cottington y Edward Hyde- no habían dudado en unirse a las fuerzas del Parlamento e incluso en votar en enero de 1649 por la ejecución de Carlos I bajo la acusación de traición.

¿Cuál podía ser, pues, la verdadera naturaleza de la visita de esos dos caballeros tan agradecidos a la Diputación guipuzcoana? ¿A quién había facilitado ésta el paso? ¿A rebeldes y traidores a la monarquía inglesa o a leales cortesanos de lo que quedaba de ella?

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Vida del otro señor Hyde

La respuesta a preguntas como esas, descansa en los retazos biográficos de Edward Hyde. Sus orígenes eran relativamente plebeyos. Hijo de un terrateniente que pensaba dedicarlo a servir como clérigo en la Iglesia Anglicana, seguirá, sin embargo, la carrera de abogado de su padre -tras licenciarse en Oxford- a causa de la muerte de sus hermanos mayores.

Así formará parte de ese Parlamento reunido por Carlos I Estuardo en 1640 que acabaría por detonar la revolución, la guerra civil y la ejecución, finalmente, del propio Carlos.

En ese Parlamento Edward Hyde se mostraría, en principio, crítico con el rey, pero al final de la guerra sus lealtades se habían decantado por la causa monárquica. Tanto que el difunto rey le había confiado la educación de su hijo, el futuro Carlos II.

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Se considera que, sin embargo, tras la derrota monárquica, el señor Hyde se limitó a refugiarse en la isla de Jersey y comenzar allí su labor como historiador de esa guerra civil tan funesta para su rey. Obviamente el documento guipuzcoano del que hoy hablamos aquí desmiente esa versión de los hechos. Es patente por él que lo que había traído a Edward Hyde hasta tierra guipuzcoana, de paso para Madrid, era servir a su pupilo, Carlos II, pidiendo ayuda en la corte de Felipe IV.

Retrato de Carlos II, pupilo de Edward Hyde, por Godfrey Kneller (1685). Walker Art Gallery.

Un extremo que confirmaba el 'The British Plutarch' de Thomas Mortimer, que en la página 277 de su segundo volumen (edición de 1808) relataba esos avatares de Edward Hyde en compañía de lord Cottington. Gestiones que, decía Mortimer, no llegaron a buen puerto porque el nuevo régimen republicano de Inglaterra amenazó a Felipe IV lo suficiente como para que el rey Planeta se desentendiese cortésmente del asunto.

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Algo que no llevó a Edward Hyde a abandonar la causa de su rey. Con él volvería a Inglaterra y con él medraría en la nueva corte restaurada. Tanto que en 1661 Carlos II lo nombraba primer conde de Clarendon. De hecho llegaría, desde ahí, a emparentar con la Familia Real, casando a su hija con el hermano de Carlos II llamado a sucederle en el trono como Jacobo II…

Ese era, pues, el singular visitante que en el otoño de 1649 quedaba como humilde y agradecidísimo servidor de las autoridades guipuzcoanas, que lo agasajaron como si todavía en el trono de Inglaterra se sentase un rey y no un caballero campesino llamado Oliver Cromwell. El hereje, regicida, fabuloso estratega militar que, para aquel año, había llevado a la victoria a las tropas del rebelde Parlamento inglés con su Ejército Nuevo Modelo, poniendo en fuga a personajes como Edward Hyde y aventándolos tan lejos como para que llegasen, en busca de ayuda, hasta cierta pequeña provincia vasca.

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