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Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar (San Sebastián, 1868-Santiago de Chile, 1944)
El diputado duelista Barroeta-Aldamar
Historias de Gipuzkoa

El diputado duelista Barroeta-Aldamar

El periodista donostiarra se batió a espada y pistola contra militares, políticos y colegas de profesión

Lunes, 28 de octubre 2024, 06:52

Decimos que la actual vida política está crispada, lo que parece fuera de toda duda, pero no viene mal recordar, aunque ello apenas nos consuele, que hace un siglo la agresividad de sus señorías alcanzaba cotas hoy inconcebibles, al extremo de que en ocasiones las diferencias políticas y personales se resolvían a tiros o a sablazos.

Si hubo un diputado que destacó en el manejo de la palabra a la vez que de la espada y la pistola fue el donostiarra Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar. Apellido enraizado en la antigua nobleza feudal vasca, su bisabuelo ocupó la presidencia de la Diputación cuando la invasión francesa de 1794 y tuvo altas responsabilidades durante el gobierno de José Bonaparte, mientras que su aitona, Joaquín Francisco Baldomero de Barroeta-Aldamar, fue un prohombre del fuerismo liberal, alcalde de Getaria, senador y también Diputado General de la provincia. La calle Aldamar de San Sebastián lo recuerda.

Nacido en 1868 en el aristocrático ambiente familiar de Villa Aldamar, situada en terrenos donde luego se edificaría el Palacio Real de Miramar, heredó de sus antepasados guipuzcoanos un odio visceral hacia el carlismo y de su padre, el pintor mallorquín Benito Soriano Murillo, recibió Rodrigo una esmerada educación artística. «Yo hubiera sido uno de tantos señoritos inútiles para quienes el trabajo es un crimen y la holganza un signo de distinción —escribió en un artículo—. Pero me rebelé contra tal absurdo. Detesté la vida fácil, busqué los libros, pasé los años de mi juventud en el trabajo periodístico, labrando silenciosa y ocultamente la obra de mi porvenir, que era el de las ideas del progreso».

De ese modo, Rodrigo renunció a títulos y prebendas de clase para entregarse de lleno a la escritura. Publicó varios libros y cientos de artículos de temática artística y cultural en numerosos medios locales como La Galerna, La Voz de Guipúzcoa, Euskal Erria, de la diáspora como La Baskonia, y en los madrileños La Época, El País o La Ilustración Española. Y aunque nunca abandonó el periodismo, con el tiempo fue «ganado para la política y perdido para la literatura», en palabras de Andrés Trapiello.

Caricatura satírica de 1903 sobre el duelo periodístico-pistolero entre Blasco Ibáñez (director de El Pueblo) y Soriano (director de El Radical).

'Blasquistas' contra 'sorianistas'

Tras la desastrosa gestión que llevó a España a perder sus últimas colonias, Rodrigo abraza la causa republicana. Para su defensa crea la revista Vida Nueva, que sentó las bases de lo que se daría en llamar 'el espíritu del 98' y donde imprimieron sus colaboraciones gentes como Valle Inclán, Baroja o Juan Ramón Jiménez, entre otros. Fue la primera de varias cabeceras que alumbró a lo largo de los años, como España Nueva, periódico polémico, o El Radical, rabiosamente hostil contra la Iglesia y contra El Pueblo, diario de quien había sido su mentor político, el novelista Vicente Blasco Ibáñez, promoviendo con ello la escisión de los republicanos valencianos entre 'blasquistas' y 'sorianistas'. El cainismo de las izquierdas no es un asunto nuevo.

Porque fue en Valencia donde en 1901 consiguió su primera acta de diputado a Cortes, en las que se sentaría un total de dieciséis años hasta 1933. Así en el Parlamento como en la prensa, nuestro paisano fue conocido por su temible mordacidad, su radicalismo ideológico y por un estilo oratorio provocador que desconcertaba a sus adversarios. Figura del teatro político de la Restauración, conquistó gran popularidad pero al precio de algunos disgustos. En 1917, un atentado estuvo a punto de costarle la vida. Aunque él quiso rebajarlo a la categoría de «simple accidente de trabajo».

Con ese temple, no ha de extrañar su afición por los duelos, bien que preguntado al respecto ya en su vejez despachara el asunto diciendo que los consideraba «muestras de barbarie» a las que se sintió obligado «por fanfarrones monopolizadores del honor». Lo cierto y real es que Rodrigo Soriano Berroeta-Aldamar era un duelista de mucho cuidado. Se conocen al menos siete enfrentamientos consumados con diputados tanto monárquicos como republicanos, ministros y militares, unas veces a sable, otras a espada francesa y también a pistola.

Su duelo con Vicente Blasco Ibáñez dio mucho que hablar. Se dijo que detrás de la animadversión que se profesaban quienes años antes habían sido íntimos amigos y correligionarios de prensa y partido, latía una cuestión de celos en torno a la esposa del valenciano. En el momento de la verdad, Soriano disparó deliberadamente al aire, mientras que el autor de 'Sangre y arena' erró la puntería.

Cruce de espadas con Primo de Rivera

Tampoco hubo víctimas en su lance con el ministro de la Gobernación José Sánchez Guerra, ofendido por que Rodrigo le había tachado de corrupto y de «hijo de Cabra», en alusión al nombre del distrito cordobés por el que era diputado. El conde de Romanones actuó como juez de campo en un duelo acordado a espada francesa, asaltos de cuatro minutos y a primera sangre, es decir que concluiría en cuanto uno de los contendientes fuese alcanzado. Es lo que sucedió: Sánchez Guerra pinchó a Soriano en el muslo y este, herido más en su amor propio que en el pernil, tuvo que aceptar la derrota.

Portada de Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar

Otras consecuencias tendría el cruce de espadas con el entonces coronel Miguel Primo de Rivera en 1906. Los dos sintieron el metal en sus carnes: el militar en la mejilla, lo que le dejaría una marca de por vida, y el diputado radical en la mano derecha. Pero la inquina entre ambos no quedó ahí. Ya con Primo como dictador, Soriano denunció desde la tribuna del Ateneo de Madrid las relaciones del militar con una prostituta madrileña y traficante de drogas a la que los jueces, presionados por el caudillo 'regeneracionista', habían dejado en libertad sin cargos. Y recordando lo sucedido dieciocho años antes, Soriano le retó a volverse a batir en cuanto abandonara el Gobierno, amenazándole con que esta vez no le perdonaría la vida.

La venganza del general no se hizo esperar: al día siguiente se decretó su destierro a Fuerteventura en compañía del también opositor a la dictadura Miguel de Unamuno. Desde la isla, enviaba cartas provocativas al espadón con la advertencia de que, a la proclamación de la República, sería sometido a la peor de las condenas para un cafre como él: ¡encerrarlo en una biblioteca!

Último desafío

Fascinado por la Rusia soviética, quiso que la República le nombrara su embajador ante Stalin, pero tuvo que conformarse con la legación en Chile. Allí afrontaría su último desafío, esta vez diplomático y no por cuestión de honor sino de humanidad: el rescate de los republicanos exiliados. Con ayuda del poeta Pablo Neruda y del entonces joven ministro de Asistencia Social Salvador Allende, consiguieron que Chile abriera sus puertas al vapor Winnipeg en el que viajaban más de dos mil españoles, en lo que constituyó la mayor operación de apoyo internacional al término de la Guerra Civil.

En Santiago de Chile falleció en 1944 quien sería considerado por el hispanista Pitollet como «uno de los más cultos escritores españoles de principios de siglo, y uno de los periodistas más soberanos de Madrid. Quizá el único que viera la actualidad con ojos de artista».

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