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Fragmentos de la lápida del sepulcro de María Ruiz de Zurco y su esposo. Colección San Telmo Museoa. Estaz piezaz se conservan en Gordaliua.
Disputa por una sepultura en el Irun de 1625
Historias de Gipuzkoa

Disputa por una sepultura en el Irun de 1625

María Ruiz de Zurco quiso grabar en piedra rostros y danzantes, pero el concejo vio en su lápida un desafío a las normas y los símbolos establecidos.

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 25 de marzo 2025, 00:10

El 18 de diciembre de 1625, María Ruiz de Zurco esperaba la llegada de unos carromatos junto al cementerio de la iglesia de Nuestra Señora del Juncal, en Irun. Combatía el frío navideño enfundada en una capa de tela cara y una toca de color negro que cubría su cabeza. Para no esperar sola, había pedido a su yerno que la acompañara. Al fin y al cabo, sabía que el montaje de un sepulcro iba a durar unas horas.

El traqueteo de los carros y la pisada rítmica de los bueyes sobre el camino anunciaron su llegada. En cuanto los carromatos se detuvieron, los cuatro hombres que los conducían descendieron. Tras saludar a María Ruiz de Zurco y a su acompañante, comenzaron la descarga. Primero bajaron dos losas de piedra, luego, extrajeron cinceles, martillos, palancas, pinceles, sacos de cal y pigmentos. El suelo quedó como un expositor de herramientas de cantería.

María Ruiz indicó al cantero principal el lugar exacto donde debían colocar las losas recién descargadas. Antes de dar la orden, se acercó a las piedras, se aseguró de que estuvieran todos los elementos del escudo de armas y revisó las figuras que habían esculpido en los frontales: unas personas danzantes, el rostro de una de sus hijas, el suyo propio y el de su marido difunto, enterrado en Renteria. Después dio el visto bueno.

Una lápida incómoda

Enseguida corrió la voz de que tres canteros y un pintor de Oiartzun habían llegado al cementerio. Los carromatos cargados con dos grandes losas no habían pasado inadvertidos. Varias personas los habían visto descender por la calle Mayor, atravesar la plaza y circular hacia la iglesia. Otras los habían visto llegar cuando velaban a un familiar en su tumba. Más tarde, el golpeteo de los mazos sobre la piedra hizo que el vecindario cercano a la iglesia se asomara a la ventana para averiguar la procedencia del ruido.

En una población pequeña como era entonces Irun, cualquier novedad era motivo de especulaciones. Unos decían que María Ruiz de Zurco se había apropiado de una sepultura. Otros que quería romper el escudo de armas que había en una losa antigua. También había quien pensaba que aquella mujer no tenía derecho a poseer una sepultura, pues no era de Irun. Incluso, hubo quien dijo que María Ruiz de Zurco estaba cometiendo sacrilegio.

Estela funeraria del cementerio de Irun de principios del siglo XVII. Colección Privada.

El revuelo fue tal que tres diputados y el bolsero del concejo se dirigieron al cementerio para comprobar por ellos mismos qué había de cierto en aquellos rumores. Cuando llegaron, vieron cómo los canteros estaban terminando de colocar una losa en un nicho que estaba a la derecha de la puerta de la iglesia. Estufepactos, obsevaron el relieve que el escultor había labrado en un frontal de la losa: unos hombres y mujeres se cogían de las manos a modo de danzantes, mientras otros se abrazaban. La imagen les pareció indecente: en un lugar sagrado no había espacio para la alegría mundana y la irreverencia de unos cuerpos bailando.

En otra de las losas, observaron el escudo de armas de la familia de María Ruiz y el busto de tres personas: un hombre y una mujer con el característico cuello lechuguilla, y una joven de pelo suelto. Todo ello estaba rematado de color.

Para colocar las losas, los canteros habían tenido que extraer la que hasta ese momento cubría el nicho. En ella apenas se leía el nombre del difunto y se intuía el escudo de armas en un extremo. Ahora los diputados y el bolsero vieron la vieja losa en el suelo.

En cuanto los representantes del concejo preguntaron quién les había dado la orden de extraer la vieja losa y colocar las nuevas, los canteros señalaron a María Ruiz de Zurco. Así que se acercaron a ella y le pidieron la documentación que acreditara que aquel nicho le pertenecía. Debido a que María Ruiz no llevaba encima ningún documento, los diputados ordenaron paralizar la obra hasta que demostrara la propiedad. En opinión del concejo, nadie podía tocar una losa del cementerio si no mostraba antes la titularidad de la tumba.

A pesar de que María Ruiz les aseguró que el nicho le pertenecía desde hacía más de treinta años, aceptó que los canteros dejaran de usar los martillos, los cinceles y las palancas. Ahora bien, como los operarios no habían terminado de colocar la cal para sujetar la losa, les pidió que rellenaran los huecos con piedra pequeña. María Ruiz no estaba dispuesta a que el escudo de armas y sus retratos se rompieran. Además, estaba convencida de que en breve colocaría las losas de forma definitiva.

Antes de abandonar el cementerio, María Ruiz ordenó a los canteros cargar la losa vieja en uno de los carromatos y llevarla a casa de su yerno. Aquella piedra representaba la memoria del difunto que un siglo antes habían enterrado allí. A pesar de que el letrero era poco legible, todavía conservaba una inscripción en letras de plomo. Se trataba de la tumba de Sancho García de Yerobi, uno de los hombres más ricos de la localidad a finales del siglo XV y principios del XVI; de ahí que su sepultura estuviera en un lugar privilegiado, adyacente a la iglesia.

Una mujer que sabía hacerse valer

María Ruiz de Zurco era una mujer acostumbrada a luchar por lo que era suyo. Desde que hacía veinte años había enviudado, había peleado por recuperar herencias, finiquitar negogios, vender embarcaciones y pleitear para cobrar deudas. Durante años trató con letrados, comerciantes, acreedores y familiares para recuperar lo que su marido, el general Pedro de Zubiaur, dejó tras su muerte. María Ruiz no estaba dispuesta a ceder lo que le correspondía.

De manera que reivindicar la propiedad de la tumba se convirtió en una lucha más. De hecho, María Ruiz era propietaria de aquel nicho desde que se casó en 1595. Sus padres la incluyeron en la dote que le entregaron junto con la casa que llamaban Sanchotenea, la casería Mendiola, la casa del difunto Sancho García de Yerobi, varios montes, manzanales, castañales, robledales, cultivos, un molino y la herrería de Alzubide. Es decir, le dieron una buena dote.

Texto de la inscripción de la lápida de Sancho García de Yerobi. Archivo de la Casa Olazabal.

Sin embargo, sabía que localizar la escritura de propiedad no iba a ser fácil. Primero debía rebuscar entre los papeles de su escritorio o en uno de los arcones. Es probable que en algún cajón o cofre apareciera una copia del contrato de matrimonio, el testamento de sus padres, una escritura de donación o una de compraventa que acreditase que el nicho era suyo. En el caso de no conservar ningún testimonio, debería dar con el escribano que redactó alguno de esos documentos y pedirle una copia. Eso le llevaría días.

María Ruiz no quiso esperar. Al día siguiente del incidente, varias personas de Irun vieron que las piedras pequeñas que sujetaban la losa habían sido sustituidas por cal. Sin duda, un cantero había trabajado esa noche. Ahora difícilmente se caería.

No obstante, las losas con los relieves y el escudo de armas no duró mucho tiempo. Un día después, la piedra apareció rota en el suelo. Alguien había aprovechado la oscuridad de la noche para aflojar la sujeción. Según parece, en aquella ocasión nadie oyó los golpes del mazo y la palanca.

Para evitar que María Ruiz continuara con la obra, el concejo la denunció por apropiación indebida ante el corregidor de Gipuzkoa. Por su parte, María Ruiz acudió al tribunal eclesiástico. En su opinión, al tratarse de un conflicto sobre un espacio que concernía al camposanto, el asunto debía resolverse por los jueces de la Iglesia y no por los del tribunal civil como pretendía el concejo.

María Ruiz consiguió que el tribunal eclesiástico aceptara el caso. Así que, ambas partes se enzarzaron en un pleito que duró años. Mientras el concejo exigía que María Ruiz restaurara la losa antigua porque no le pertenecía, María Ruiz reclamaba que el concejo colocara su lápida de nuevo.

Con el fin de probar que aquella tumba era de su propiedad, María Ruiz mandó hacer una copia en papel de la inscripción que se leía en la losa antigua que conservaba en casa de su yerno: «esta sepultura es de Sancho García de Yerovi». Este texto, unido a la dote que sus padres le habían otorgado, demostró la titularidad.

Finalmente, en 1642, dicisiete años después de la primera colocación de las losas y tras varias apelaciones, el concejo de Irun tuvo que acatar la sentencia del tribunal eclesiástico. María Ruiz de Zurco tenía derecho a colocar la losa que había mandado esculpir.

A partir de entonces, el rostro de María Ruiz de Zurco, su hija Ana María, y su marido Pedro de Zubiaur quedaron a la vista de todas las personas que accedían a la iglesia y cementerio de Irun. Una vez más, María Ruiz de Zurco se hizo valer.

Actualmente, la lápida de María Ruiz de Zurco pertenece a la colección de San Telmo Museoa y se conserva en el Centro de Colecciones Patrimoniales de Gipuzkoa Gordailua.

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