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No es ningún secreto que San Sebastián ha sido una ciudad portuaria codiciada durante siglos. Prácticamente desde que se funda algo parecido a un asentamiento permanente a la sombra del monte Urgull, durante los «siglos oscuros» de la Edad Media.
Tanto el emplazamiento de una ... cómoda bahía como el hecho de ser zona fronteriza entre grandes potencias como Castilla (en esa Edad Media), Navarra y Francia, hacen de «Irutxulo» y sus posesiones -como la mitad de la bahía de Pasajes- una presa, un botín de guerra, más que interesante.
Todo lo cual también ha hecho de la ciudad un escenario histórico a veces, incluso, inesperado.
Eso es lo que ocurrió entre el otoño del año 1745 y la primavera de 1746. En esas fechas el trinomio España-Francia-Gran Bretaña está envuelto en una nueva guerra (la de Sucesión austríaca) para decidir quién va a controlar los mares y con ellos la mayor parte del globo terrestre dividido en numerosas posesiones y provincias de esos tres poderosos estados.
Esa guerra se llevará a cabo en múltiples frentes. En el americano, por ejemplo, que resultaba ser el más ambicionado. Prueba de ello es el hoy tan recordado asedio a Cartagena de Indias de 1741, donde tanto destaca el almirante guipuzcoano (también hoy muy recordado) Blas de Lezo. Una pieza clave que los británicos trataban de arrebatar a los españoles aliados con los franceses por sus Pactos de Familia, a fin de apoderarse de la que creían en Londres sería la llave de entrada a la rica América española. Clave, a su vez, para dominar tanto los mares como un imperio mundial que aún tardaría mucho tiempo en ser algo más que un vago proyecto. Como lo era en ese año 1741, donde todas esas ilusiones británicas se estrellaron contra los baluartes de Cartagena de Indias y en otros escenarios. Por ejemplo en los campos de batalla europeos. Unos lugares con una extensión verdaderamente amplia sobre el mapa del viejo continente, porque esas tres potencias, Francia y España aliadas y Gran Bretaña, no tenían inconveniente alguno en atacarse en cualquier lugar y con los medios que fueran precisos.
Así es como, entre finales del verano y comienzo del otoño de 1745, Escocia se convirtió en otro teatro de esa Guerra de Sucesión austríaca, aunque, quizás, no fue el escenario más brillante de la misma, lejos de bien ordenados ejércitos en formación de orden cerrado bajo coloridos estandartes (como los españoles que combaten en Italia o los franceses que luchan en lo que hoy es Bélgica, en la célebre batalla de Fontenoy).
Eso, sin embargo, no fue impedimento para que la guerra en Escocia fuera producto de intrigas cortesanas, de bajos golpes diplomáticos y bélicos y que todo eso, finalmente, repercutiera en áreas tan alejadas de Edimburgo, Londres, París… como el pequeño, pero estratégico, puerto de San Sebastián.
La Guerra de Sucesión austríaca había empezado oficialmente para Escocia el 5 de septiembre de 1745. En esa fecha el príncipe Carlos Estuardo ganaba, en apenas treinta minutos, la Batalla de Prestonpans contra los escoceses e ingleses leales a los que él consideraba usurpadores del trono de su abuelo, Jacobo II, derrocado por la revolución de 1688.
Así Carlos Eduardo Estuardo, conocido como el bello príncipe Charlie, triunfaba tras alzar el estandarte de su casa reclamando ser los legítimos reyes de Escocia y convocar a los clanes escoceses leales a su causa con el objetivo de someter a su dominio primero a ese país -en el que contaba con tanto apoyo- y después a una Inglaterra donde los llamados «jacobitas» eran más bien una minoría, que sin embargo podría crecer por la fuerza de las armas una vez que los ejércitos de los Hannover hubieran sido derrotados en Escocia.
Ni que decir tiene que los exiliados Estuardo habían buscado, y obtenido, apoyo en Francia. Lo cual significaba, en esos momentos, que también lo iban a obtener en España.
Es así como, entre finales del año 1745 y los comienzos del de 1746, se expidieron ordenes desde la corte española para que sus tropas de origen británico prestasen toda la ayuda posible a esa insurrección jacobita que sólo podía dañar a los intereses de Gran Bretaña. Lo cual, evidentemente, sólo podía redundar en pro de los intereses de España y su aliada Francia.
San Sebastián, por su emplazamiento fronterizo y por ser un puerto que recibía numerosas visitas de barcos y comerciantes del Norte de Europa, contaba a menudo en su guarnición como plaza fuerte con efectivos de ese origen. Como los regimientos irlandeses al servicio de España, siempre útiles para el caso de tener que tratar con británicos. Ya fuera en casos de paz o de guerra.
Es así como en ese año de la insurrección jacobita se encuentra entre la población flotante donostiarra un capitán de origen inglés por lo que se deduce de su apellido: Browne. En esos momentos el descrito en el documento del Archivo General de Simancas «Secretaría de Guerra, suplemento, legajo 475», como capitán Miguel Browne -agregado al estado mayor que rige la plaza de San Sebastián- recibe la orden de salir de allí, en enero de 1746, y unirse a las fuerzas puestas sobre las armas en Escocia por el que ese documento llama «Príncipe Carlos Estuardo».
Para ello daba orden la corte española de que se le adelantasen al capitán Miguel Browne cuatro pagas y se le considerase como presente en todas las revistas que su regimiento realizase desde el momento en el que él abandonaba, por orden real, ese puesto en la guarnición donostiarra.
A partir de ese momento se hace un tanto oscuro el itinerario del capitán Browne desde San Sebastián hacia Escocia, para ponerse al servicio de los Estuardo. Está claro que no se presentó voluntario, como otros oficiales que, incluso no pedían nada a cambio de asumir esa misión, ni dinero ni ascensos. Tal cual era el caso del capitán de la compañía de granaderos del regimiento Irlanda David O´Chaharrecy. Pero tampoco consta en ese expediente que desertarse o se negase a cumplir esas órdenes de enero de 1746.
Podemos suponer por tanto que Browne se unió a los distintos oficiales que la corte española movilizó para apoyar a los Estuardo en su nueva, aunque finalmente fracasada, guerra contra la corte de Londres.
Es posible así que estuviese con los que llegaron, tarde, a la Batalla de Culloden, a bordo del transporte francés Neptuno. Aunque también es posible que fuera parte de los piquetes formados con otros militares de línea irlandeses y escoceses que cubrieron la retirada de las fuerzas de Carlos Estuardo en ese páramo de Drummossie, escenario de esa última batalla que acaba en derrota para los jacobitas y en uno de los pocos triunfos que Londres obtuvo en esa Guerra de Sucesión austríaca que acabó en victoria para las armas españolas en 1748. Una, naturalmente, celebrada en San Sebastián. Hogar, durante algún tiempo, de cierto capitán Browne. Hasta hoy perdido entre las brumas escocesas de la última guerra jacobita.
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