Historias de Gipuzkoa
El enigma de los tejos del escudoHistorias de Gipuzkoa
El enigma de los tejos del escudoNo abundan los árboles en los escudos de las provincias españolas. Con la excepción de Huelva, que luce un olivo, y la de Bizkaia, que sitúa en un primer plano al roble de Gernika, Gipuzkoa es de los pocos territorios con un blasón inequívocamente arbóreo. ... Es verdad que la supresión hace ya cuatro décadas de los cuarteles en los que aparecían un rey y doce cañones dieron a los tres árboles un protagonismo insospechado, pero también lo es que forman parte del sello del territorio desde su origen. Así, la primera representación gráfica del distintivo de Gipuzkoa, que data de 1482, muestra dos campos principales: el de un rey, que fue eliminado en 1979, y el de tres árboles bañados por las olas del mar.
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Dado que no hay forma de identificar los árboles por el trazo (no se aprecian detalles como las hojas o las semillas), hay que recurrir a las fuentes documentales. Sobre ese extremo caben pocas dudas, ya que en la descripción más antigua del sello que se conoce se precisaba que eran tejos. Lo que ya no está tan claro es la razón que llevó a los primitivos integrantes de la Hermandad, antecedente de lo que luego sería la provincia, a elegir esa especie. Hasta ahora se ha dado como cierto que era un reconocimiento al valor de los várdulos, los antiguos pobladores de la actual Gipuzkoa, que recurrían al veneno que contienen las hojas de los tejos para suicidarse y evitar ser apresados por los romanos.
Esa hipótesis se sostiene sobre todo en base a afirmaciones como la del influyente periodista y escritor Juan Mañé, que en su obra 'Viaje al País de los Fueros' (1880) mencionaba una descripción del escudo guipuzcoano que el jesuita Gabriel de Henao dejó escrita en 1689: «Los tres Arboles Berdes Representan la tierra montuosa de Guipúzcoa,(...) algunos Curiosos quieren dezir quelos Arboles tejos Representan las muertes que con el beneno de este Arbol tomaron los Cantabros Guipuzcoanos en la Guerra que con el Emperador Octaviano tuvieron por no rendirse al Imperio Romano».
Se refiere Henao a un episodio de las llamadas guerras cántabras conocido como el asedio al monte Medulio, un enclave que algunos historiadores contemporáneos ubican en la parte más occidental de la actual Cantabria. Acosados por las legiones romanas, los cántabros y astures que aún se resistían a ser asimilados por la nueva cultura optaron por suicidarse. El historiador romano Floro lo describió así: «Cuando los bárbaros se ven reducidos a extrema necesidad, a porfía, en medio de un festín, se dieron la muerte con el fuego, la espada y el veneno que allí acostumbran a extraer de los tejos. Así la mayor parte se libró de la cautividad, que a una gente hasta entonces indómita parecía más intolerable que la muerte».
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La asunción de esa gesta como propia en la mitología del País Vasco explicaría la presencia de los tejos en el escudo de Gipuzkoa. La supuesta resistencia al invasor romano fue al fin y al cabo una de las premisas que alimentaron el mito de una Vasconia irredenta que tanto arraigo adquirió a partir del XIX contra toda evidencia científica, de ahí que la teoría del envenenamiento se haya incorporado a la doctrina fundacional de la provincia sin suscitar demasiadas reticencias.
Sin embargo, los últimos estudios sobre el papel que desempeñaron los árboles singulares, especialmente los tejos, en las sociedades primitivas del arco atlántico europeo abren la puerta a nuevas hipótesis. El naturalista y escritor Ignacio Abella, que lleva décadas de paciente investigación sobre esos árboles, hace un detenido análisis del papel desempeñado por determinados ejemplares en un trabajo que escribió para Eusko Ikaskuntza bajo el título 'El árbol de batzarre: patrimonio e identidad'.
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Abella recuerda los cultos dendroláticos (de dendro, árbol en griego) que asignaban al árbol «el papel de templo y residencia de la divinidad o los espíritus» y añade que «algunos árboles singulares fueron también lugares de reunión;los primeros ayuntamientos o parlamentos, magistraturas y notarías, en una suerte de 'dendrocracia' en la que árboles ancianos y majestuosos ejercían un rol fundamental presidiendo las tribus o sociedades y los territorios».
Abella, que dedicó al tejo uno de sus libros ('La cultura del tejo', 2009), menciona la presencia en Lekeitio de un majestuoso ejemplar de esa especie que servía de punto de encuentro de los vecinos y que ya es citado en un acta de 1497. «La complejidad de significados de los árboles de junta se comprende mejor cuando contemplamos los tejos seculares que crecen junto a los cementerios o iglesias de todo el arco atlántico europeo. Desde Normandía hasta Galicia, pasando por el 'texo' de la villa de Lekeitio que fue árbol funerario y acogió también el concejo de vecinos que tomaban sus decisiones en este lugar sagrado 'en presencia de los ancestros'».
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«El carácter sagrado de estos tejos de cementerio –sigue Abella– viene también de algún modo por la vieja idea de que el propio árbol ha absorbido y asimilado los cadáveres del camposanto y es por tanto la representación del pueblo, mausoleo vivo para todos y cada uno de los vecinos que al fin de sus días iban a ser enterrados entre sus raíces».
Nadie pone en duda que los tejos, árboles de extraordinaria longevidad, tuvieron un destacado protagonismo en las sociedades primitivas de la Europa que se asoma al Atlántico. No es por tanto descabellado imaginar que las reuniones de los representantes de los primitivos guipuzcoanos se celebrasen a la sombra de algunos señalados ejemplares de esa especie distribuidos por el territorio. Dado que esas reuniones fueron durante muchos años itinerantes, cabe pensar que los integrantes de la Hermandad, el embrión de la actual Gipuzkoa, escogiesen los tres tejos para el sello en memoria de algunos de esos árboles de junta. Un símbolo que se consolidó cuando el sello adquirió forma de escudo.
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Es cierto que no hay documento alguno que avale esa hipótesis y que incluso el propio Abella admite que «no parece que los tejos del escudo de Gipuzkoa estén inspirados en tejos de concejo», pero la acumulación de evidencias sobre el papel que desempeñaron esos árboles invita a tomarla en consideración. El naturalista apunta en esa dirección cuando recuerda la «etimología del vocablo 'hagin', que designa al tejo en euskera y que tiene su exacta concordancia con las funciones de este árbol tutelar en la sociedad tradicional, tal como parece desprenderse del verbo 'agindu', que significa 'ordenar' y 'prometer'. Asímismo llama la atención que el vocablo 'adin' signifique en euskera 'edad' y 'entendimiento' o 'juicio' en el dialecto vizcaíno. En definitiva, se diría que la función presidencial de este árbol parece encontrar un arcaico eco etimológico».
En el inventario recopilado por Abella en su trabajo para Eusko Ikaskuntza se contabilizan un total de 35 árboles de junta en el País Vasco, Navarra e Iparralde, solo diez de ellos aún con vida. El más relevante de todos ellos, como es lógico, es el roble que preside la Casa de Juntas de Gernika.
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Gipuzkoa es el territorio menos representado con dos únicas menciones: el robledal de Enecosaustegui, en Zestoa, y el roble de Legazpi, ambos desaparecidos hace ya siglos. Es muy probable que los ejemplares más venerables de esos árboles de concejo que sin duda hubo en el territorio terminasen siendo derribados para alimentar los hornos de las ferrerías. Los tres tejos del escudo de Gipuzkoa serían de esa forma el recordatorio de una época en la que los árboles fueron algo más que combustible para fundir metal.
No es el tejo un árbol que se prodigue en Gipuzkoa. El lento crecimiento de la especie, capaz de vivir miles de años, hace que se descarte para aprovechamientos forestales. Su madera fue en otra época muy apreciada por su consistencia y también por su flexibilidad: los mejores arcos se fabricaban con ramas de tejo. Los ejemplares más antiguos de Gipuzkoa crecen en el Parque Natural de Pagoeta, en Aia. Son árboles que estaban en montes particulares de la zona de Alzola que fueron adquiridos hace unas décadas por la Diputación y que se salvaron de la tala porque quedaban a desmano de todo y porque su propietario no estaba necesitado de dinero rápido. En Pagoeta hay tres ejemplares con troncos de más de tres metros de diámetro, el de Behorbarrutia, el de Zezenerreka y otro cercano al caserío Azkarate. Hay una teoría que dice que los tejos de más de tres metros de perímetro tienen al menos mil años; otros bajan esa cifra a la mitad. Lo único que se puede afirmar con certeza es que son los seres vivos más longevos de Gipuzkoa. El tejo de mayor porte del País Vasco es el de Antoñana, que está en el parque natural de Izki, en Álava. Se trata de un majestuoso ejemplar de 5,3 metros de diámetro. En Turquía hay un tejo al que se le atribuyen nada menos que 4.119 años.
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