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Es una de esas anécdotas que nos fascinan y sobre las que nos gusta volver. Porque definía el ambiente de la época, la lejana primavera ... de 1947, y tenía más implicaciones de las que parecía.
Nos referimos a aquella audaz medida del alcalde de Pasaia contra los gamberros, que explicó Alfredo R. Antigüedad en uno de aquellos reportajes suyos en la última página de EL DIARIO VASCO, bajo la siguiente cabecera…
«Hace algún tiempo –contaban–, los domingos y días festivos se producían en Pasajes desagradables incidentes provocados por unos mozallones de fuera que se trasladaban a la inmediata villa para realizar actos de gamberrismo. Poco a poco sus audacias y licencias fueron subiendo de tono, determinando una intervención de los agentes municipales para frenarlos».
«Al principio se impusieron algunas multas y se llevó a los gamberros, durante algunas horas, a los calabozos municipales. Pero resulta que una detención breve resultaba del agrado de los gamberros, quienes hacían alarde de su aventura. Y volvían al domingo siguiente, dispuestos a superar sus hazañas».
El alcalde tomó una medida sin precedentes en cualquier código civil o penal. Tras una noche en los calabozos, ponía a los presuntos gamberros a barrer las calles.
Describían en 1947: «El lunes por la mañana, cuando el carro de la basura recorría las calles de Pasajes realizando la recogida de detritus, el vecindario miraba con admiración lo que creían un nuevo equipo de barrenderos. Iban detrás del carro, armados de escoba y barriendo las calles, unos cuantos mozallones, vestidos con trajes de señoritos y flamantes corbatas».
El vecindario se sorprendía ante aquel peculiar grupo de «barrenderos elegantes», hasta descubrir que con ellos «la autoridad municipal pasaitarra ensayaba un medio de restablecer la policía de costumbre».
Hoy se hubiera desatado una larga polémica, pero en 1947 nadie chistó y el reportero apoyó la medida con entusiasmo: «Muy bien, señor alcalde de Pasajes. Le felicitamos por el procedimiento empleado. Hay que acabar con los brotes de gamberrismo y el obligarles a barrer es un castigo bien ideado».
Ver a señoritos de la capital barriendo en un pueblo tenía su morbo. Días después, el 15-IV-1947, escribían que «varias personas de San Sebastián y muchos pasaitarras admiraban la maña de tres señoritos, barrenderos eventuales y forzosos, que de siete a once le dieron bien a la escoba, después de haber pasado la noche en el calabozo».
Esta curiosa historia escondía un giro de guion, un detalle que acaso hasta cambiase su sentido, aportándole un matiz de enfrentamiento soterrado entre los jóvenes donostiarras de visita y los gallitos locales. Lo escribió en una carta en DV uno de los que solía acudir los domingos desde San Sebastián a los bailes pasaitarras…
«Yo, ferviente admirador de Pasajes, me desplazo a él todos los domingos y demás días festivos. Pero en este pueblecito abundan, por decirlo así, los que nos pinchan. Basta que usted lleve corbata para que sea uno llamado 'nene-pera' y de un tirón se quede con media corbata en la mano».
«Ante esto, lo lógico es ponerse a la defensa y atizar; pero uno se arma un 'bollo' ya que en dicho pueblecito todos se unen muy bien y en seguida de castigar al 'provocador' aparecen diez o veinte en su defensa. Y ellos mismos son los que llaman más tarde a los municipales y van señalando uno a uno a todos los inocentes donostiarras. Por eso le digo a usted, ¿está bien que le hagan barrer a un ignorante las calles, mientras el verdadero gamberro ríe viéndole barrer?».
Advertía complicidad entre los provocadores pasaitarras y sus guardias municipales, dado que «en cuantos líos ha habido nunca han encerrado a un pasaitarra sino, siempre, a los inocentes donostiarras».
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