Borrar
El año del hambre de Madrid. El cuadro representa alegóricamente la hambruna padecida en la capital española durante la ocupación francesa. Óleo de José Aparicio e Inglada (1818). Museo del Prado
Estampas guipuzcoanas de las guerras napoleónicas
Historias de Gipuzkoa

Estampas guipuzcoanas de las guerras napoleónicas

Octubre de 1813: Napoleón no era pacifista o una buena razón para ir a la guerra

Martes, 1 de octubre 2024, 07:02

Woody Allen es, quizás, quien mejor ha resumido en uno de sus geniales guiones el porqué de las guerras y la razón para luchar en ellas por espantosas que parezcan.

Ese resumen era parte de la parodia que Allen hizo de «Guerra y paz» en «La última noche de Boris Grushenko». Boris, el protagonista de esa película, no quiere tomar las armas contra Napoleón, alegando que no cree en la guerra porque es pacifista… a lo que otro personaje de la película, Dimitri, responde con una frase rotunda, lapidaria: «¡Él no cree en la Guerra! ¡Ja! Napoleón sí cree en la guerra»...

Esa misma respuesta que Dimitri da a Boris Grushenko se podría haber oído, de haberse planteado el caso, a las orillas del Bidasoa entre septiembre y los primeros días de octubre de 1813. En esas fechas había allí tres ejércitos llenos de hombres, jóvenes en su mayoría, que tal vez se sentían pacifistas, pero a los que Napoleón, con su falta de pacifismo, no les había dado otra opción que ponerse sobre las armas y vivir situaciones nada agradables y, desde luego, temibles.

Uno de ellos, el teniente Matías de Lamadrid, se tomó la molestia de contarlo en su diario de los días que pasó en aquella guerra.

Aquel joven palentino tenía 21 años cuando se une a uno de eso tres ejércitos -el español- que, apostados en las arenas y vados guipuzcoanos en el otoño de 1813, se aprestan a cruzar el Bidasoa para acabar con el poco pacifista emperador de los franceses.

Matías de Lamadrid había vivido hasta ese momento todo lo que era, en realidad, una guerra de esas que hay quien se empeña en llamar «románticas». La de Independencia española, parte de las napoleónicas, debía de serlo porque se desarrolla realmente en la época que, en Arte, Literatura…, se asocia con lo que definimos como «Romanticismo».

Desde luego a Matías de Lamadrid no le faltaron momentos que hoy identificamos con lo esencial del Romanticismo. Por ejemplo con las novelas de Jane Austen, una de las contemporáneas del galante teniente De Lamadrid.

Así, en la primera entrada de su diario, sin más fecha que el mes de mayo de 1813, Matías de Lamadrid cuenta como, al estar su regimiento de guarnición en Oviedo, tiene ocasión de participar en bailes «de suscripción» (por el alto valor de 40.000 reales), en los que concurre lo más elegante de la sociedad ovetense y de sus cercanías. Posteriormente, ya acantonado en territorio guipuzcoano, Matías de Lamadrid tendrá ocasión de seguir acudiendo a bailes como esos hoy inmortalizados en las numerosas películas basadas en las novelas de Miss Austen. Uno de ellos será en la casa que ocupa en esos momentos el general Gabriel de Mendizabal e Iraeta, el 17 de julio. Al día siguiente el baile lo ofrece el restaurado Ayuntamiento hondarribiarra en su propia Casa Consistorial.

Pero si algo caracteriza al diario de Matías de Lamadrid es su sinceridad. Entre baile y baile donde lucir el elegante nuevo uniforme que se les ha dado en Asturias -de paño azul con cuello y puños rojos y chacó con plumero también rojo- el teniente De Lamadrid habla de una penosa marcha hasta tierras vascas primero -es testigo, como fuerza de reserva, de la Batalla de Vitoria- y guipuzcoanas después, cuando se le manda tomar posiciones, con otros, para la que será la Batalla de San Marcial.

Batalla del Bidasoa, 7 de octubre de 1813. Grabado para el libro de James Jenkins sobre las campañas de Wellington (c. 1815)

Así cuenta, por ejemplo, en su entrada del 8 de agosto, que a esas orillas del Bidasoa las mujeres que venden suministros, lo hacen a un precio elevadísimo y con víveres de pésima calidad: arroz en mal estado, bacalao aún peor y un pan que el joven teniente De Lamadrid describe como poco más que salvado con agua…

La escena del 14 de agosto no es mejor. El de 1813 será un característico fin de verano guipuzcoano: lluvioso y frío. La situación de los hospitales, de la que se encarga en parte Matías de Lamadrid, es la de alojar a enfermos y heridos en caseríos medio arruinados, donde no hay más cama que el suelo y una alimentación igual de pésima que esa con la que tratan de sobrevivir los que no están aún ni enfermos ni heridos. El alojamiento sobre tierra guipuzcoana para oficiales como De Lamadrid, descrito en esa misma entrada del 14 de agosto de 1813, habla por sí solo de lo que supone aquella guerra «romántica»: el joven teniente palentino las llama «barracas», hechas con paja, hojas y helechos y que, al carecer de tablas, quitan poco más que el sol, pero no el frío, que ya es grande, ni la fina y persistente lluvia guipuzcoana que llama la atención a Matías de Lamadrid...

Matías de Lamadrid con su mujer y una sobrina, en los últimos años de su vida (c. 1868). ValledeLiebana.info

7 de octubre de 1813

Así pues, cabe preguntarse leyendo el diario del teniente De Lamadrid, ¿por qué se seguía luchando tras casi seis años de una guerra llena de tantas penalidades? ¿Por qué no arrojar el escudo, como el poeta y mercenario Arquíloco, y salir huyendo del frente alegando el mismo Pacifismo del ficticio y cómico Boris Grushenko de Woody Allen?

La respuesta a esa pregunta la da el mismo Matías de Lamadrid en otros fragmentos de su diario.

Ese muchacho de 21 años ascendido a teniente del Cuarto Ejército español, sigue teniendo buenos motivos para no moverse ni una pulgada de esa tierra guipuzcoana a la que ha llegado tras arrostrar duras marchas, cruzar ríos, montes cargados de frío y de niebla, sobreviviendo a costa de raciones infectas a falta de otra cosa, y tras participar en batallas sangrientas como la de Vitoria o la de San Marcial, donde tendrá que soportar un fuego enemigo que califica como «infernal» hasta ver la derrota napoleónica.

Matías de Lamadrid sabía bien, en efecto, la razón por la que sigue luchando pese a todas esas penalidades y horrores bélicos. Su entrada dedicada al 7 de octubre de 1813 lo describe perfectamente. Ese es el día en el que las tropas aliadas cruzan el Bidasoa para entrar en suelo francés...

Unas lo hacen por los vados hondarribiarras, otras, como las que están en la sección que ocupan regimientos como el de Matías de Lamadrid, lo hacen más arriba, en Mendelu, por el vado que él llama «de Socoa». Allí, formando en columna, pasan el río mientras una batería británica cañonea a las tropas de Soult que, en vano, tratan de evitar ese avance con un fuego que Matías de Lamadrid llama «terrible»…

Portada de una edición moderna del diario de Matías de Lamadrid. Región Editorial (2009)

Tras eso llega la victoria, la razón, el porqué de ese arriesgar la vida. El teniente De Lamadrid lo describe diciendo que las banderas aliadas tremolaban así finalmente sobre tierra del imperio napoleónico. Ese que había conquistado casi toda Europa al tiempo que su emperador proclamaba que jamás entrarían en él ejércitos enemigos. La paz contra aquel genio de la guerra que era Napoleón estaba, por tanto, ya al alcance de la mano. ¿Había pues alguna razón mejor que aquella para afrontar valientemente esa guerra impuesta y menos romántica de lo que parecía a primera vista?

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco Estampas guipuzcoanas de las guerras napoleónicas