Historias de Gipuzkoa
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La estela de santidad de 65 hombres y mujeres dentro y fuera de GipuzkoaA. Iparraguirre y J. Guillenea
San Sebastián
Domingo, 7 de abril 2024
Gipuzkoa cuenta con cinco santos, 21 beatos, nueve venerables, catorce siervos de Dios, catorce con fama de santidad y dos que entran en la categoría de otros. En esa lista se encuentran jesuitas martirizados en Japón, monjas, mujeres piadosas, misioneros venerados en otros países, religiosos ... asesinados en la Guerra Civil española, un santo que nació en dos pueblos, un obispo incomprendido y un guerrillero. Así se recoge en un mapa de la santidad de Gipuzkoa donde se muestra el origen de todos los guipuzcoanos nombrados santos, beatos, venerables y siervos de Dios, o que entran dentro del rango de las personas fallecidas con fama de santidad. El mapa fue elaborado en 2016 por una familia de fieles donostiarras y entregado en mayo de ese año por el entonces obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, al cardenal Angelo Amato, prefecto para la Congregación para la Causa de los Santos, tras una una misa de acción de gracias en el Buen Pastor de San Sebastián con motivo de que un mes antes el sacerdote, José María Arizmendiarrieta, creador del movimiento cooperativista en Mondragón, había sido declarado venerable por el Papa Francisco en diciembre de 2015.
Sobre este tema también hay un libro publicado en bilingüe, 'Gipuzkoa santuen lurraldea - Gipuzkoa tierra de santidad', de la editorial Idatz, que se puede adquirir en la librería Idatz o leer en diversas bibliotecas de Gipuzkoa. Contiene un completo mapa de referencia que recoge las biografías de las personas que aparecen en el mismo.
La primera plaza en el ranking guipuzcoano de la santidad, en base al mapa elaborado por una familia de fieles donostiarras, la ocupa Idiazabal, que cuenta entre sus católicos más ilustres con diez representantes. Por detrás se halla Azpeitia, con siete miembros del selecto club pero bastante mejor situados en el escalafón celestial.
A Azpeitia le corresponde el honor de tener entre sus paisanos a San Ignacio de Loyola, el más universal de nuestros santos. Tras él figuran cinco beatos y una sierva de Dios. Idiazabal cuenta con dos beatos, un venerable y seis fallecidos con fama de santidad cuyo proceso de canonización aún no se ha iniciado. También aparece en la lista, en el apartado de otros, Mateo Múgica, el primer obispo de origen euskaldun que dirigió desde Vitoria la entonces diócesis vasca.
Múgica nació en Idiazabal en 1870. Fue expulsado de España en dos ocasiones y en ambas por motivos contrapuestos. La primera, en 1931, acusado de conspirar contra el régimen republicano. La segunda, en 1936, por simpatizar con el nacionalismo vasco, sospecha por la que fue acusado de rojo separatista pese a que apoyó el alzamiento militar. En 1947 fue autorizado a regresar y se estableció en Zarautz, donde residió hasta su muerte, en 1968. Murió ciego y convertido en un símbolo para los nacionalistas, pese a que él nunca lo fue.
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El segundo nombre que figura en la breve lista de los otros es el de Manuel Loidi, más conocido como el cura Santa Cruz. Nació en Elduain en 1842 y durante años cometió las más variadas y crueles tropelías como guerrillero en las guerras carlistas. En 1874 abandonó el País Vasco, ingresó en la Compañía de Jesús y se embarcó para América, donde pasó sus últimos años, primero en Jamaica y después en Colombia, país en el que se le conocía como el cura Loidi y en el que murió en 1926.
La Compañía de Jesús es la orden que cuenta con más olor de santidad entre sus filas. Son diez en total: un santo, dos beatos, cuatro siervos de Dios, dos con fama de santidad y el cura Loidi. De los beatos destaca por su proximidad el azpeitiarra Francisco Gárate, también conocido por su amabilidad como 'hermano Finuras', que durante 41 años trabajó como portero y sacristán en la Universidad de Deusto y falleció en 1929 en el ejercicio de su cargo.
El segundo beato jesuita es Julián de Lizardi, que nació en Asteasu en 1696 y murió en Bolivia en 1735 asaeteado por una tribu de indígenas. La suya fue una muerte similar a la que encontraría en 1987 el siervo de Dios Alejandro Labaka. El obispo capuchino de Aguarico nacido en Beizama murió atravesado por las lanzas de una tribu de la Amazonía ecuatoriana a la que intentaba prevenir de los riesgos que corría por parte de las compañías petroleras y madereras.
En tierras lejanas también murieron Santo Domingo Ibáñez de Erquicia (Regil) y San Miguel de Aozaraza (Oñati). Ambos fueron martirizados en Nagasaki en 1633 y 1637, respectivamente. Años antes, en 1597 y también en Nagasaki, había muerto crucificado el franciscano San Martín de la Ascensión, un santo que nació en dos lugares diferentes y no por intervención divina, sino humana. En la lista hay 44 hombres y 21 mujeres. Interpretaciones aparte, la única santa guipuzcoana es Juana Josefa Cipitria y Barriola, santa Cándida María de Jesús.
En Gipuzkoa hay ocho beatas, seis de las cuales han sido declaradas mártires tras haber sido asesinadas durante la Guerra Civil, destino que sufrieron 17 varones, la mayor parte de los cuales también son beatos. Entre las mujeres venerables figura María Josefina Carlota Dupouy, que rechazó la comodidad que le ofrecía la acaudalada posición de su padre, Eduardo Dupouy, propietario del hotel Londres, en San Sebastián, para ingresar en la orden del Sagrado Corazón con el nombre de madre María Teresa. En la capital guipuzcoana dio hasta su muerte clases de religión, literatura, inglés y dibujo y creó las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y de María.
Mucho más agitada fue la existencia de la venerable madre Josefa del Santísimo Sacramento, cuya huella aún perdura en Azkoitia, la localidad en la que Josefa de Larramendi nació en 1621. Su vida estuvo rodeada de continuos éxtasis, enajenaciones, extrañas visiones y sucesos misteriosos por los que llegó a ser interrogada por la Inquisición. En el convento de Santa Cruz, donde entró como novicia, protagonizó numerosos sucesos que dejaban perplejas a sus confesores y las monjas, a las que llegó a pedir que la abofetearan porque quería sufrir por el Señor. La madre Josefa fue la primera mujer en tener una calle en Azkoitia y, quizá como recompensa, muchos vecinos de la localidad creyeron ver hace cuatro años su rostro esbozado en la fachada de la casa Txurrukaetxe, donde vivió por una temporada la atormentada religiosa.
También fue primera en lo suyo Juana de Arriaran, a quien se le considera fundadora del primer santuario de Arantzazu y es la más veterana del santoral guipuzcoano. Esta mujer nació en 1449 en Oñati y falleció con fama de santidad en 1509. Fue serora de la ermita de Santa Marina de Oñati hasta que se trasladó a Arantzazu para custodiar la imagen de la Virgen que el pastor Rodrigo Balzategui, que también figura en la lista, había encontrado entre unos espinos. De Juana se pensaba que era capaz de curar con una bendición y que poseía el don de la profecía. Por este motivo fue llamada a consulta en la corte de los Reyes Católicos y se dice que pronosticó la conquista de Granada.
En el mapa también tienen sitio personas más recordadas fuera de Gipuzkoa que dentro. Es el caso de fray Miguel Iparraguirre, de Idiazabal, conocido en Lucena como el padre Miguelito, o de Benito Arrieta, de Cegama, que tiene estatua, calle y colegio en la República Dominicana. Ambos, como sus 63 compañeros, vivieron su fe con intensidad y muchos pagaron un alto precio por ello. Todos dejaron huella a su paso. Y olor a santidad.
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