Francisca Zubiaga vestida de militar. Museo Histórico Militar del Perú.
Historias de Gipuzkoa

Francisca Zubiaga, la primera presidenta

Por su origen guipuzcoano y por vestir como mujer soldado, a La Mariscala peruana la comparaban con la Monja alférez

Jueves, 19 de octubre 2023, 07:51

Francisca Zubiaga Bernales goza de celebridad en Perú como uno de los personajes más singulares de su historia. Por su sangre guipuzcoana y por la fama de émula de Catalina de Erauso, la Monja alférez, quien era conocida como La Mariscala merece también un lugar ... en la memoria de la larga y fructuosa siembra guipuzcoana más allá de los mares.

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Méritos más que sobrados atesora. Tras mudar los hábitos del convento por la púrpura del poder y el cilicio por la fusta, se encaramó hasta donde ninguna otra mujer de su tiempo abriéndose camino entre caudillos en permanente disputa con su arrolladora personalidad y su mirada. De ello dio cuenta su amiga Flora Tristán: «Todo el imperio de su hermosura estaba en su mirada. A quien Dios concede esa mirada no necesita de la palabra para gobernar a sus semejantes».

Hemos de imaginar a Francisca como una varona de fuerte personalidad, fumadora y guerrera, aficionada al mando, a las armas y a las peleas de gallos, que nunca se sintió cómoda en ropas femeninas ni se identificó con las niñas bonitas de su medio, el de los españoles del virreinato del Perú. Su padre, Antonio de Zubiaga, era según las crónicas un «hidalgo de vieja estirpe guipuzcoana, cumplido caballero y hombre bondadoso y tolerante, no exento, sin embargo, de la firme arrogancia de su raza». De su unión con Antonia Bernales, mestiza «de carácter fuerte, altiva y orgullosa de sus pergaminos» (es decir, de sus antecedentes nobiliarios), en Cuzco nació Francisca en 1803.

Internada de muy chica en el convento de Santa Teresa, abrazó la vida religiosa con tanto fervor que incluso planearía ordenarse monja y renunciar por completo a la vida laica. Pero todo cambia tras el traslado de la familia a Lima y la ausencia del padre, que se vuelve a España dejando a doña Antonia a cargo de sus cinco vástagos. Su prioridad será entonces negociar un matrimonio ventajoso para la primogénita. Pero Francisca no estaba dispuesta a vivir al dictado de nadie.

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Agustín Gamarra, marido de Francisca desde 1824.

Consagrada por Simón Bolívar

Agustín Gamarra, también cuzqueño y de origen vasco, hizo carrera en el ejército colonial antes de unirse a las huestes 'patriotas' de José San Martín, promotor de la independencia de Perú en 1821. A poco de conocerle, Francisca decidió unir su destino al de aquel jefe de Estado Mayor y hacerlo por las bravas en contra de la opinión materna. Agustín le doblaba en edad, era viudo y con hijos. Tras firmar las capitulaciones, el militar partió hacia Ayacucho donde tuvo lugar la batalla que selló la extinción del virreinato español. Por su relevante desempeño, fue nombrado prefecto de Cuzco y jefe militar de los departamentos del sur.

Dicen que a su regreso, cuando Antonio Zubiaga conoció la noticia de la boda, exclamó: «¡Con un patriota! ¡Una hija mía…! ¡Hubiera preferido que me dijeran que había muerto!». Pero no solo no había muerto sino que Francisca empezaba a vivir una vida nueva en las cimas del poder republicano del joven Perú.

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Desde su posición de esposa y eminencia gris del prefecto, con afinada aptitud para la persuasión y la seducción, doña Pancha fue atrayendo voluntades que legitimasen simbólica y políticamente a los advenedizos gobernantes de la antigua capital del virreinato. Un episodio decisivo sería aquel en que Simón Bolívar, el hombre más poderoso de América, de visita a Cuzco se rindió públicamente a los encantos de Francisca coronándola con una guirnalda de oro, perlas y brillantes: aun al precio de un ataque de celos de Gamarra, La Mariscala quedó consagrada a ojos de todo el pueblo.

Lima en el siglo XIX.

Una presidenta con espuelas de oro

De la gestión del dúo Gamarra-Zubiaga se recuerda la fundación de centros de enseñanza laicos en sustitución de los colegios religiosos de las viejas élites coloniales, donde ahora podrían estudiar indios, blancos y mestizos, varones y mujeres. También fomentaron una mejor calidad de vida con la apertura de los baños públicos de Huancaro, pozas de agua clara en las que, según las malas lenguas, doña Francisca se bañaba «en traje de Eva».

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La constitución de la Gran Colombia, nuevo Estado de fabulosa extensión que incluía las actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, y que aspiraba a controlar también Bolivia, suponía una amenaza para Perú. En 1828, Gamarra movilizó sus tropas hacia el sur sin contar con autorización ni del presidente ni del parlamento. Fue la primera vez en que Francisca se vistió de militar, indumento del que ya nunca se despojaría: pantalones y chaqueta de paño cuzqueño, capa de terciopelo azul y botas con espuelas de oro. Al frente de una formación de lanceros, ocupó la localidad de Paria franqueando el paso para que Gamarra y sus tropas ingresasen en Bolivia. El éxito de la operación les propulsó directamente a la presidencia de la República.

De modo que entre 1829 y 1833 Perú fue gobernado por una dupla insólita: un jefe militar, Gamarra, ocupado en expediciones militares sin fin, y en Lima una presidenta más ejecutiva que consorte, La Mariscala. No pocos vaticinaron que semejante anomalía histórica sería pasajera, pero Francisca se mostró más roqueña que todos sus enemigos juntos.

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La capa del padre

Sin remilgos, planta cara a cuantos se le interponen: ahoga motines, desactiva conspiraciones y manda azotar a la vista de toda la ciudad al director de un periódico por publicar sátiras a su costa. Epigramas en los que se le retrata como la reencarnación de la Monja alférez, Catalina de Erauso, cuyas pendencieras andanzas por Perú dos siglos antes aún corrían en voces. Sus orígenes guipuzcoanos, su pasado conventual y el gusto por vestir como mujer soldado fundamentan el parecido. La gota que colmó el vaso fue el estreno en Lima de una obra teatral titulada, precisamente, 'La Monja Alférez'. Francisca lo entendió como un acto denigratorio contra su imagen, clausuró el teatro y depuso al vicepresidente del país como responsable de la afrenta. Desde entonces concentró todo el poder en sus manos. Fue el principio de su fin.

Dijeron unos que Francisca había logrado dominar un país «ingobernable hasta para el mismo Bolívar», poner orden, reactivar la economía y devolver la estabilidad. Otros, que había «destruido todos los manantiales de la industria, el comercio, la agricultura y corrompido la moral del Ejército». Lo que no cabe duda es que el gobierno de Francisca fue absoluto y tan sólido que consiguió que su marido apurase el período presidencial al completo, hecho inédito en la historia. Aspiraba a un segundo mandato pero la Convención Nacional se decantó por Luis Orbegoso (otro criollo medio vasco). Los Gamarra-Zubiaga volvieron a alzarse en armas, esta vez sin fortuna.

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En un navío inglés, La Mariscala fue conducida al exilio. A bordo se encontraba Flora Tristán, escritora y pionera del feminismo, que la describió vestida con pantalón, sus sempiternas botas de espuela de oro y una gran capa que había pertenecido a su padre, el guipuzcoano Antonio Zubiaga; con esas trazas, «prisionera Doña Pancha, era todavía presidenta».

La primera presidenta del Perú y de toda América murió en Chile con 31 años. En su testamento pidió que se le arrancara el corazón y se llevase a enterrar a Cuzco, el lugar donde latió por primera vez.

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