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'Sarri, Sarri' y otras fugas de película en las cárceles guipuzcoanas

Historias de Gipuzkoa

'Sarri, Sarri' y otras fugas de película en las cárceles guipuzcoanas

Desde los primeros penales del territorio, pasando por el Castillo de La Mota, Ondarreta y Martutene, se han producido singulares evasiones, algunas con más éxito que otras pero todas originales

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 2 de diciembre 2024

A mediados de noviembre saltó a la palestra informativa y política una fuga ocurrida en la cárcel de Martutene hace casi cuarenta años. El 'Sarri, Sarri' de Kortatu sonó en el patio de la prisión donostiarra, de donde se fugaron los dos exmiembros de ETA Iñaki Pikabea, 'Piti', y Joseba Sarrionandia. El Gobierno Vasco se retractó tras permitir el concierto de Fermin Muguruza, y sobre el caso se pronunció el lehendakari, a quien el artista irundarra invitó a su concierto de junio en Donostia. Pero esta evasión, sin duda una de las más coreadas y bailadas, no es la única ocurrida en Gipuzkoa. Durante siglos hubo otros casos, también singulares y algunos con más éxito que otros. Bien podrían valer todos ellos para el guión de una película de Hollywood. Este es un recorrido desde los primeros penales del territorio, pasando por el Castillo de La Mota, Ondarreta y Martutene, además de la cárcel local de Tolosa.

Lo primero a tener en cuenta es que los delincuentes han existido siempre, y las cárceles también. Así de claro y simple. Da miedo pensar que al principio los lugares para retenerlos fueron cuevas, cavernas y hasta tumbas. Mucho ha cambiado desde entonces. Con los siglos se pasó de recintos inhóspitos e insalubres, y en los que la integridad física y moral del recluso no estaba garantizada, a recintos penitenciarios más humanizados. Pero lo que no ha variado nunca ha sido el deseo del reo de fugarse. Ya lo dijo el escritor francés Henri Beyle, 'Stendhal': «El preso piensa más a menudo en escaparse que el carcelero en cerrarle las puertas».

  1. Las primeras cárceles de Gipuzkoa

    De un penal privado en Donostia a municipales tanto en la capital como en todos los pueblos

Una de las primeras cárceles de Gipuzkoa podría ser una existente en San Sebastián ya en el siglo XIII. Era particular. Pertenecía a la familia de los Engómez, de gran importancia en la Edad Media donostiarra como prebostes de la ciudad. Estaba ubicada en la actual calle Narrika. Con el paso de los años las autoridades municipales optaron por la construcción de una cárcel pública propia. Se erigió en la llamada Torre Sagramentería. Al parecer, se encontraba en las afueras de la ciudad, en una playa, porque los guardianes alegaban que los presos podían escapar construyendo un túnel en la arena. Otra estaba en la Torre del Consulado, la actual sede del Museo Naval. También fue muy famosa la Cárcel de la Compañía, al pie del Monte Urgull. Fue un colegio de los Jesuitas transformado en prisión tras la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767.

En cuanto a la situación en Gipuzkoa, en 1709 las Juntas Generales acordaron en Azkoitia que todos los pueblos debían tener su propia cárcel cuanto antes. Lo justificaban por el creciente número de delitos que se cometían por todo el territorio. En la mayor parte de los municipios se ubicaban en el mismo edificio que el ayuntamiento. Estaban en mal estado de conservación, eran un foco de enfermedades y estaban atendidas por personal que a veces era más malvado que el recluso al que se custodiaba. A la dureza del régimen carcelario había que añadir el caos judicial que alargaba 'sine die' los pleitos y la inseguridad jurídica que pendía sobre cualquier reo. Por todo ello, no es de extrañar que los intentos de fuga o evasión fueran algo habituales, y muchas de ellas finalizaban con éxito.

En mal estado de conservación, focos de enfermedades y con personal más malvado que el recluso al que custodiaban

Los presos considerados muy peligrosos eran trasladados a las cárceles de Donostia y a la de Tolosa, al considerarse más seguras. Precisamente, en la capital, ya en 1797 destacaba el Castillo de La Mota. Pertenecía a los militares pero acogía a reos de la jurisdicción ordinaria ya que se consideraba la más segura para evitar fugas.

La cárcel de Zerain

Para hacerse una idea de cómo eran las primeras celdas en los municipios de Gipuzkoa basta con visitar la de Zerain. Es la única cárcel del siglo XVI que sigue en pie en el territorio. Curiosamente se encuentra dentro del bar Ostatu. El edificio se construyó junto con el ayuntamiento en 1711. Durante sus poco más de dos siglos de vida acogió a presos de todo tipo. Un ejemplo fueron los 26 presos de guerra que se alojaron en su celda en 1835 para trabajar en las minas de hierro de la zona.

Interior de la celda de la cárcel de Zerain, que está en el interior del Ostatu. DV
Imagen principal - Interior de la celda de la cárcel de Zerain, que está en el interior del Ostatu.
Imagen secundaria 1 - Interior de la celda de la cárcel de Zerain, que está en el interior del Ostatu.
Imagen secundaria 2 - Interior de la celda de la cárcel de Zerain, que está en el interior del Ostatu.

En el siglo XVIII los presos huían con cierta facilidad al estar las piedras de las paredes de la celda unidas únicamente con barro, con lo que era fácil mover algunas de ellas y huir. Por eso se colocaron entramados de madera de roble, para poner fin a las frecuentes evasiones. Da escalofríos observar los cepos y grilletes que se utilizaron para atar a los reos más peligrosos. A algunos les encadenaban contra la pared y a otros en el suelo con un cepo gigante. Los reclusos de 'confianza' podían andar libres entre las cuatro paredes de un lugar entonces oscuro, frío y húmedo. Sobrecoge pensar que muchos de los desnutridos reos vestían apestosas y andrajosas prendas hechas jirones por las malas condiciones de vida.

Una fortaleza militar que no pudo evitar fugas

La construcción de la fortaleza militar conocida como Castillo de La Mota en el monte Urgull de San Sebastián recuerda a la no menos famosa levantada en la isla de Alcatraz y que también se reconvirtió en una cárcel con un largo y trágico historial. Fue ordenada en 1150 por Sancho el Mayor de Navarra para utilizarla como una atalaya de defensa de la ciudad. Desde el siglo XVIII delincuentes de toda edad y condición, incluidos los salteadores de caminos más famosos de Gipuzkoa, terminaron dentro de sus muros. Fue el caso, entre otros, de Martín de Aguirre, alias 'Motela' y 'Martin el gitano', Joaquín de Iturbe, 'Santu', un alias curioso para una persona que, al parecer, era más un demonio que un santo, Matias de Elizondo, Juan José Ibargoyen, 'Guiñi', y Domingo Ignacio Aramburu, 'Saltxagorri'.

Vista general del Castillo de La Mota.

Precisamente, uno de los primeros intentos de fuga documentados lo protagonizó hacia 1770 'Motela'. Junto a otros reos realizaron con camisas una especie de soga, para saltar hasta el muelle. Sin embargo, aprovechando la noche bajaron una parte del camino pero no consiguieron que sus ligaduras llegaran hasta el suelo. Volvieron a subir al presidio. El alcaide de la prisión tuvo conocimiento de la evasión y aumentó sus penas. Ya entonces estaba visto que una larga planificación no garantizaba el éxito.

Una de las zonas del castillo que albergó uno de sus calabozos.

Bueno, a veces sí. Once años después 'Motela' sí logró evadirse de la cárcel de Tolosa junto a otros tres compañeros de celda. Aprovecharon que en la villa se celebraba la fiesta de la Candelaria y que los guardias se habían retirado a dormir completamente borrachos. Sin embargo, uno de ellos se despertó de madrugada y vio a los reclusos. 'Martín el gitano' le amenazó con un cuchillo para que los condujera a la puerta de salida, que estaba abierta y salieron a la calle. Allí se encontraron con una muchacha, que era la cómplice. Al parecer, la joven solía acudir a la habitación del alcaide, en la Casa Concejil, y le sustrajo las llaves de la cárcel. El máximo responsable de la prisión aseguró que el no tuvo conocimiento de nada.

Cuerdas hechas con ropas, robo de las llaves al alcaide y hasta aflojar piedras de la pared de la celda

Otra de las fugas con mayor repercusión en el siglo XVIII, a lo mejor por el gran número de reclusos implicados, se produjo el amanecer del 7 de Julio de 1798. Un total de 22 de los 23 presos, tras abrirse paso en una de las paredes del calabozo de la bóveda, pasaron a una dependencia vecina que tenía la puerta abierta. Sorteando a los soldados que estaban de guardia, llegaron hasta las troneras. Las descendieron con ayuda de varias cuerdas hechas con sus ropas, bajaron el monte Urgull por la parte que da al mar hasta llegar a las rocas de la orilla, desde donde fueron bordeando la costa hasta el puente de Santa Catalina. Allí atravesaron el río y se separaron junto al Monasterio de San Francisco. A pesar de lo aparatoso de la fuga, la mayoría de los huidos fueron atrapados poco después y llevados de nuevo a La Mota.

Exterior de la histórica fortaleza militar de Donostia.

Uno de ellos fue el mencionado 'Santu', que un año después si logró escapar de la cárcel de Mutriku. Durante semanas, junto a José de Anchia Pichili, un bandido de Markina, con la ayuda de un clavo y un tizón, aflojaron las piedras de la pared de la celda. Para disimular su trabajo, cubrían sus progresos con un mortero hecho a partir de cal de las mismas paredes, polvo y orina. Se acusó al alcaide de incurrir en un doble delito al liberar de sus grilletes a unos prisioneros peligrosos y aceptar un soborno. Joaquín de Iturbe permaneció huido cerca de un mes, hasta la noche del 23 de septiembre, cuando fue visto en Mallabia. Fue arrestado y enviado a la cárcel de La Mota. Para evitar que huyese durante su conducción, lo trasladaran desde Mutriku por mar. Cuando llegó al penal militar tenía 47 años y estaba enfermo. En 1803 se le condenó a diez años de encierro en un presidio de las islas Filipinas, una pena bastante habitual en esa época en toda la península. Sin embargo, al parecer, falleció en la cárcel donostiarra.

Evasiones en una 'Carcel Modelo' situada en plena playa

Al finales del siglo XIX las autoridades de San Sebastián acordaron que se debía alejar a los reclusos del centro de la ciudad. Nació así la prisión de Ondarreta, llamada así por la playa y la zona en la que fue levantada. Sustituyó a la vieja cárcel que existía en la Plaza de la Trinidad, en plena Parte Vieja. En febrero de 1890, el alcaide, Víctor López de Samaniego, recibió las llaves de las instalaciones penitenciarias de lo que se calificó orgullosamente como 'Carcel Modelo'.

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El término tiene gracia habida cuenta de que no fue una prisión muy 'modélica'. La primera fuga tuvo lugar solo unos meses después, y es digna de otra película de Hollywood. La protagonizó un recluso llamado Esteban Matute el 13 de abril de 1891. Según publicó la prensa, al verificarse la requisa de la noche, «'el Matute' permanecía en su celda, herméticamente cerrada» pero por la mañana «se vio que el pájaro había volado». El recluso había sido condenado por robar 500 pesetas en la fábrica de cerillas perteneciente a la viuda de Zaragüeta. La evasión fue por la ventanilla que existía en la puerta de la celda para dar la comida a los presos. Aprovechó la fragilidad de las ventanas, con quicios de madera. Una vez fuera 'El Matute' salió a uno de los pasillos celulares y, de allí, con ayuda de cuerdas, escaló las tapias. Había sido condenado a dos años y cuatro meses de prisión correccional, y estaba a punto de ser trasladado, en cuerda de presos, al penal de Alcalá de Henares. El administrador de la prisión fue suspendido de empleo y sueldo. El reo logró huir hasta Baiona, pero un policía le reconoció sentado en un banco, y así acabo su huida.

Una soga en el pararrayos, armas para amenazar a funcionarios, ganchos para romper barrotes y réplicas de llaves

En 1893 se produjo otra fuga no menos rocambolesca, la del francés Juan Bautista Blandi. Liberó los barrotes de la ventana raspándolos con un gancho que sujetaba la cama. Despejada la salida, utilizando sábanas, bajó al patio y logró llegar al muro. Arrancada una pierna de su pantalón la llenó de piedras y, utilizándola como contrapeso, superó la verja principal cuando el centinela estaba en la parte opuesta. Se topó con un soldado y no se le ocurrió otra cosa que decirle con desparpajo que era primo del portero y que dormía en su casa. A continuación aparentando ir a la casa del director de la prisión, saltó a la huerta y echó a correr. Al parecer huyó a Francia. Seguro que ni el mismo reo se creía que la treta le iba a salir tan bien. Otra prueba del ingenio que tenían los reclusos.

Un intento de evasión no menos espectacular, se produjo en 1909. Lo protagonizó un francés, Elís Castaing, colgando una soga desde el pararrayos que culminaba el techo de la prisión. Sin embargo, al contrario que en el caso anterior, la jugada le salió mal. Se deslizó por la soga pero cayó sobre el tejado de la garita de los carabineros que fueron a por él a tiros. Salvó la vida por milímetros ya que una bala le rozó el rostro.

El 12 de noviembre de 1929 dos apresados por robos en establecimientos de Donostia, Juan González Alvarez, 'Cabeza de buque', y Pablo García Muñoz, protagonizaron con éxito una evasión no exenta de riesgo. El primero limó durante toda la noche los barrotes de su celda. El segundo aprovechó que se habían abierto la puerta de la suya para que sacara la basura para acceder al de su compañero. Ambos saltaron sobre una tapia. Gateando sobre ella unos cuatro metros hasta acceder a un pabellón vacío. De allí accedieron al foso y luego se acercaron ala puerta principal del penal. Una funcionaria dio la voz de alarma pero lograron llegar hasta la calle sin ser alcanzados por los tiros de los vigilantes de las garitas.

Fugas colectivas

Siguiendo con la premisa carcelaria de que toda persona presa tiene obligación de fugarse, y mejor en grupo, en 1930 se produjo una evasión colectiva a través de los retretes, lo que motivó el que la cubierta de madera del recinto se cambiara por otra de cemento. Otro caso que llamó la atención en la época ocurrió dos años después, el 26 de enero de 1932. Ocho presos habían conseguido introducir armas, al parecer tres pistolas, en el recinto, presuntamente gracias a que no se cacheaba en algunas visitas. Asaltaron a un oficial, al que sustrajeron las llaves, tras maniatarlo con tiras hechas con la tela de los jergones, y luego al encargado de guardar la recaudación del economato, 800 pesetas. Los fugados abrieron las puertas de las celdas de los presos políticos, comunistas en su mayoría, que se negaron en redondo a sumarse a la misma. Inutilizaron teléfonos para evitar que se diera la voz de alarma. Cambiaron sus ropas al salir al exterior por la puerta principal y se dividieron en dos grupos. Finalmente cuatro fueron detenidos en Oiartzun al día siguiente por unos miqueletes, y el resto 48 horas después por la Guardia Civil en Irun.

Fachada de la cárcel de Ondarreta. Pascual Marin / Kutxateka

Mejor les salió la jugada el 7 de marzo de 1931 a cuatro presos. Uno de ellos era un hábil mecánico que logró fabricar una llave. Con ella abrió su celda y la de los otros tres reclusos. Entre todos maniataron a los dos vigilantes en servicio y los encerraron en el sótano. A continuación se marcharon tranquilamente por la puerta trasera y lograron la libertad.

Por otra parte, la celda no era el único punto de partida de una huída. La enfermería de la prisión fue uno de los lugares preferidos para intentar la fuga, así como los lugares permitidos para los presos con trastornos de personalidad a los que el juez llamaba eufemísticamente «reclusos maniáticos». En los momentos de lucidez o menos depresivos, varios de ellos lograron recobrar la libertad, aunque por poco tiempo. Además, cerca de 40 años después de la inauguración del penal los árboles plantados en su perímetro habían crecido tanto que podían servir de medio para la evasión. Fueron varios los internos que lograron acceder al otro lado del muro a través de sus ramas.

Huídas pese a los avances en sistemas de vigilancia y seguridad

La cárcel de Martutene se inauguró en 1948 tras el cierre de la de Ondarreta, que se había quedado obsoleta y a los ciudadanos de bien de San Sebastián les 'molestaba' su visión en un lugar tan privilegiado. Lo cierto es que estaban hartos de tener como 'vecinos' a delincuentes de todo tipo o a disidentes políticos. A pesar de los avances en sistemas de vigilancia y seguridad a lo largo de los años, el 'moderno' penal también ha sido testigo de intentos de fuga y de evasiones sonadas que aún hoy son recordadas.

Los presos que soñaban con la libertad no eran solo los delincuentes comunes. Así, fue muy sonada en su tiempo la fuga que encabezó el 28 de febrero de 1950 el político y militar Celestino Uriarte (Arrasate 1909 - Berlín 1979), el legendario líder de la fallida revolución de octubre de 1934 para escapar del pelotón de fusilamiento. Junto a otros tres reclusos, Ramón Peña Azkue, Alberto Harina Salgado y Eusebio Urrutia Anduaga, protagonizaron una fuga de antología. Gracias a su cualificación y buen comportamiento habían obtenido destino en las oficinas de la cárcel. Durante el día sólo podían entrar y salir acompañados de un funcionario, pero cuando éste se retiraba a dormir entregaba la llave al sargento de guardia. Los militares era muchos más despreocupados, y hasta se daba el caso de que al llamarles para que abrieran la puerta no sabían si entraban o salían de la prisión. A las 21.30 horas encañonaron, desnudaron y maniataron a un funcionario. Peña se puso su uniforme, y provistos de tres certificados de libertad falsificados en la oficina, llamaron al cuerpo de guardia para que abrieran la puerta y salieron al hall. Divididos en dos parejas de fugitivos, sólo Uriarte y su compañero Ramón Peña alcanzarían la libertad cruzando la frontera francesa.

De la fuga del político y militar Celestino Uriarte, a la de 'poli-milis' y los etarras Sarrionaindia y Pikabea, hasta la de un joven marroquí

Siguiendo con un transfondo político, no menos llamativa fue la evasión el 20 de enero de 1980 por parte de tres miembros de ETA (p-M). Habían sido detenidos en octubre del año anterior, en vísperas del referéndum del Estatuto vasco. Los internos desarmaron a varios funcionarios y, con sus uniformes, salieron a punta de pistola del centro penitenciario. Dos vehículos estaban esperándoles para facilitar su huida. La evasión se produjo a mediodía mientras se celebraba una tamborrada dentro de la cárcel para conmemorar el día del patrono de San Sebastián. La Guardia Civil impidió que hicieran lo mismo otros cuatro presuntos terroristas.

La fuga de 'Sarri, Sarri'

El siguiente caso todavía perdura en la memoria colectiva. Fue sin duda la evasión más coreada y bailada durante décadas en Euskadi y fuera de ella. El 7 de julio de 1985, día de San Fermín, los entonces miembros de ETA Joseba Sarrionandia e Iñaki Pikabea se fugaron escondidos en dos bafles del equipo del cantautor Imanol, que había ofrecido un recital. La evasión dio origen a una de las canciones mas populares de los años 80 y 90, 'Sarri, Sarri', del grupo Kortatu, liderado por Fermín Muguruza.

Como ya se ha destacado al inicio de este recorrido, a mediados del pasado mes de noviembre, casi cuarenta años después, el 'Sarri, Sarri' fue cantado por Fermin Muguruza en el patio de la prisión donostiarra. El Gobierno Vasco se retractó tras permitir el concierto, y hasta se pronunció el lehendakari, a quien el artista irundarra invitó a su concierto de junio en Donostia.

Joseba Sarrionandia regresó a Euskadi 36 años después, al no tener causas judiciales pendientes. Había residido en Cuba, donde trabajó como profesor lector en la Universidad de la capital cubana, además de seguir escribiendo. En este sentido, fue galardonado en 2011 con el Premio Euskadi de Literatura. Por su parte, Iñaki Pikabea fue miembro del Parlamento Vasco entre 1980 y 1984, aunque nunca llegó a pisar la cámara. En julio de 1981 fue sentenciado a 33 años de cárcel por ser miembro de ETA y participar en 1977 en el asesinato del concejal irundarra Julio Martínez Ezquerro. En marzo de 2000 quedó en libertad condicional tras 13 años en prisión.

Menos suerte tuvo un grupo de internos dos meses después. El 10 de septiembre se detectó un intento de fuga. Se descubrió un boquete de un metro de diámetro en una de las paredes del sótano de la cárcel, que daba acceso a un pozo negro. Todo apuntaba a que este llegaba hasta el río Urumea, que pasa en paralelo por la parte trasera de la prisión. El intento de evasión se encontraba en una fase inicial y se sospechó que había sido llevado a cabo por reclusos que cumplían condenas por delitos relacionados con robo o drogas.

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A veces más vale el ingenio que una larga planificación, como pudo comprobar en 1986, José Folgueira, de 40 años. Se encontraba en prisión preventiva por un presunto delito de tenencia y tráfico de droga, escapó de la cárcel cuando estaba cumpliendo una doble condena por evasión. Un año antes huyó del penal de El Dueso. A pesar de sus antecedentes le hicieron responsable de la recogida de la basura. Esto implicaba sacar los cubos a la calle. Tan sólo llegó a sacar el primero, miró de un lado a otro y, viéndose completamente solo, se limitó a caminar y alejarse.

Un intento de fuga en 2012

Ya en pleno siglo XXI, el 7 de junio de 2012 la Ertzaintza frustró el intento de fuga de A. J., un marroquí que apenas llevaba cinco días interno en la cárcel. Cuando los reos fueron llamados a comer este recluso saltó la verja de uno de los dos patios de la prisión, cayendo a la zona interior de seguridad, que separa las instalaciones del muro exterior, cerca de la cabina en la que se encontraba un ertzaina. La otra garita con visibilidad a esta parte del penal estaba vacía en ese momento, ya que el agente destinado ahí había sido requerido en la puerta principal para relevar a un compañero.

Tras saltar la verja, A.J. corrió pegado a la pared exterior del área de seguridad para evitar ser descubierto. A continuación trepó el muro exterior, de más de cinco metros de altura. Su siguiente paso fue correr hasta la garita en la que estaba un ertzaina y descender la pared con la ayuda de un tubo adosado a la cabina de vigilancia. La fuga fue detectada por el policía encargado de la sala de las cámaras de vigilancia. El recluso pudo ser arrestado poco después en una zona de huertos. Fue trasladado a Nanclares de la Oca, al considerarse una cárcel más segura. El 10 de septiembre de 2013 el Departamento de Seguridad sancionó a un ertzaina con un mes de suspensión de funciones al no prestar la «más mínima diligencia» cuando se encontraba vigilando su garita. No se apreció ningún tipo de «negligencia» en otros dos agentes investigados.

El último caso en 20024

La Ertzaintza frustró el 20 de diciembre de 2024 el intento de fuga de un preso en Martutene. El recluso echó a correr cuando iba a entrar en la prisión junto a otros compañeros tras una salida planificada con un grupo de personas que realizan labores de voluntariado. El interno fue reducido pocos minutos después por los agentes en el exterior del centro penitenciario. Como consecuencia de la intervención, dos agentes resultaron heridos.

El preso logró alejarse unos metros de la cárcel pero agentes que se encontraban patrullando en ese momento por el perímetro del centro penitenciario se percataron de que estaba intentando fugarse y corrieron detrás de él. El recluso ofreció cierta resistencia cuando fue arrestado, según las mismas fuentes. Fue detenido por intento de evasión, desobediencia, resistencia y atentado contra los agentes intervinientes.

El interno se encontraba en segundo grado penitenciario, que es el que obtienen los penados con circunstancias de convivencia normales, pero sin capacidad para vivir aún en semilibertad. No trascendió del tipo de delito al que fue condenado y por el que se encontraba preso.

Se trata del último intento de evasión en la cárcel de Martutene que ha trascendido oficialmente. Después de tres cuartos de siglo de servicio la prisión ha quedado obsoleta y está saturada. Por eso tiene los días contados. Será sustituida el próximo año por la nueva cárcel de Zubieta. Podrá acoger más de 500 reclusos, el doble que el actual penal donostiarra. Está catalogada de seguridad media y baja. Habrá que ver si se producen fugas.

Una prisión de pueblo considerada segura, pero no tanto

A lo largo de su historia Tolosa ha contado con varias cárceles. La más conocida en los últimos siglos, la de la plaza Euskal Herria, antes plaza Justicia, no fue la primera, también hubo prisiones en la calle Mayor, la plaza Nueva y la plaza Zaharra. Sus calabozos fueron testigo de ajusticiamientos «a garrote», sonoras fugas y en una de ellas estuvo preso el bardo José María Iparraguirre, que escribió en su celda varias obras. Destaca también que en 1820 apareció asesinado en una celda un preso llamado Esteban de Unsain.

Como consecuencia de las obras de reforma del edificio consistorial de la plaza Zaharra, en 1829, la cárcel fue clausurada y solo estuvo abierta la de la plaza Nueva. Sin embargo, debido al establecimiento del Juzgado de Primera Instancia y de la capitalidad de Gipuzkoa en Tolosa, en 1846 se decidió construir una nueva prisión en el edificio del Juzgado, en la plaza Euskal Herria, antes plaza de la Justicia. Las obras comenzaron en 1851 y se dieron por terminadas en 1853.

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La cárcel de Plaza Zaharra era considerada, junto con la donostiarra del Castillo de La Mota, la prisión de Gipuzkoa que ofrecía más garantías de seguridad frente a las continuas fugas que protagonizaban los bandidos del territorio. Estaba ubicada frente a la Plaza Vieja y constaba de dos pisos. El calabozo de la planta baja era el más utilizado para encerrar a los presos peligrosos. Lo malo era que el suelo había sido construido de tabla delgada, por lo que se hallaba destrozada en muchas zonas. Existían muchas aberturas en las que se podían ocultar cualquier instrumento. Sus paredes eran sólidas, de piedra, pero presentaban agujeros hechos a propósito por los presos para ocultar utensilios apropiados para una fuga. La celda tenía una ventana que daba a la Calle Emperador. Fue construida con el fin de que los presos pudiesen pedir limosna o simplemente conversaran con los viandantes. Para que no huyesen, estaba protegida de un enrejado y todas las noches se cerraba con un candado.

Un fugado que se presentó como espía

La primera evasión documentada de una cárcel de Tolosa se produjo el 20 de noviembre de 1567. Martín de Otazu, alias 'buitre viejo', quebró el mástil de sus grillos, se los quitó de las piernas, golpeó con ellos la cara al que tenía las llaves de la prisión, escapó corriendo para refugiarse en la iglesia de Santa María y se encastilló en el campanario. Sin embargo, el alcaide, violando el derecho de asilo y contra la voluntad del clero, lo volvió a capturar.

En 1825 se fugó Juan Bautista Altamira, que estaba acusado de un robo y asesinato. El huido se presentó ante los militares con un plan de espionaje para entregar las llaves de Donostia, guarnecida por baztaneses, a los franceses. Fracasado el plan, volvió a ser encerrado. También es curioso el caso de Ramón Antonio Oreja. Pasó tres años en la prisión de Tolosa e intentó fugarse cuatro veces, fue condenado por la Real Chancillería de Valladolid a cinco años de en un penal de Africa. La última evasión, antes del cierre de la cárcel, fue en 1958. Un preso golpeó en la cabeza con el mango de una pala un policía que estaba de guardia, dejándole inconsciente. Se dio a la fuga pero pudo ser apresado.

Como conclusión de todas estas historias, si conoce alguna otra fuga o intento de evasión llamen a la Policía o a la universidad.

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