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El castillo de Eilean Donan sirvió de refugio a los expedicionarios españoles.
Los gallegos que se lanzaron a la conquista de Inglaterra desde Pasaia
Historias de Gipuzkoa

Los gallegos que se lanzaron a la conquista de Inglaterra desde Pasaia

Una expedición de 300 soldados zarpó en 1719 del puerto guipuzcoano rumbo a Escocia como parte de un plan para derrocar al rey Jorge I

Borja Olaizola

San Sebastián

Lunes, 31 de julio 2023, 07:13

El puerto de Pasaia ha sido protagonista de un sinfín de acontecimientos históricos. De sus muelles zarparon en la primavera de 1588 el grueso de las naves de la Escuadra de Gipuzkoa, la aportación de la provincia a aquella Armada Invencible promovida por Felipe II con el propósito de invadir Inglaterra y destronar a Isabel I. El episodio histórico, de sobra conocido, se saldó con un rotundo fracaso y la pérdida de buena parte de la flota debido a una combinación de errores estratégicos y desfavorables condiciones meteorológicas.

Algo más de 130 años después Pasaia volvió a ser escenario de la partida de una expedición mucho menos conocida pero que perseguía el mismo objetivo: el derrocamiento del rey británico, en este caso Jorge I. La misión formaba parte de un audaz y rocambolesco plan ideado por el cardenal Alberoni, el hombre de confianza del rey Felipe V, para que España recuperase el protagonismo perdido tras la firma del Tratado de Utrech. Esta vez no se trataba de una invasión a la brava como la de la Gran Armada, sino de una intervención sibilina que trataba de aprovechar en beneficio propio el conflicto interno que desgarraba al recién nacido Reino Unido de la Gran Bretaña.

El cardenal Giulio Alberoni, valido de Felipe V, fue el principal instigador de la operación.

Utrech había puesto punto final a la Guerra de la Sucesión que enfrentó durante once años a los partidarios de los Borbones y a los de los Austrias. El tratado consolidaba a Felipe V como rey de España pero despojaba al reino de todas sus posesiones europeas –el Milanesado, Sicilia, Nápoles y Cerdeña– y dejaba Gibraltar y Menorca en manos de los británicos. Una de sus muchas derivadas fue que los pescadores vascos se vieron obligados a interrumpir sus lucrativas campañas en aguas de Terranova –pesquerías de ballena y bacalao fundamentalmente– porque el área quedó también bajo control de Inglaterra.

El tratado fue interpretado como una humillación que desalojaba a España de la primera línea de las potencias europeas. Consciente de la necesidad de asestar un golpe de efecto para recuperar el prestigio perdido, Felipe V secundó los planes de su valido Alberoni y envió en 1717 sendas flotas al Mediterráneo para hacerse de nuevo con Cerdeña y Sicilia. El movimiento se saldó con éxito, pero tuvo una dolorosa contrapartida: los británicos, alarmados por la súbita resurrección del poderío español, decidieron cortar por lo sano y atacaron por sorpresa a la flota de Felipe V en Sicilia en agosto de 1718. La armada española, que estaba comandada por el mutrikoarra Antonio de Gaztañeta, quedó prácticamente desmantelada.

La designación del príncipe elector de Hannover como Jorge I provocó una fuerte contestación en Escocia.

La rebelión jacobita

No debía ser el cardenal Alberoni hombre dado a la resignación, ya que sin apenas tiempo de asimilar la derrota convenció a Felipe V para llevar a la práctica un plan todavía más audaz:aprovechar la rebelión que habían protagonizado en 1715 los jacobitas en Escocia para invadir la isla y derrocar al rey Jorge I. Buena parte de los escoceses consideraba una imposición la designación en 1714 del príncipe elector de Hannover como monarca del Reino Unido. El que pasaría a la historia como Jorge I era un extranjero protestante que hablaba alemán y que había desplazado del trono al católico Jacobo Eduardo Estuardo. Los partidarios de este último, los llamados jacobitas, que ejercían un control casi absoluto de las Tierras Altas, instigaban frecuentes rebeliones y protestas en Escocia para conseguir su objetivo.

El astuto cardenal Alberoni cortejó sin rubor a los escoceses y no tardó en obtener su complicidadad. Uno de los principales dirigentes jacobitas, el duque de Ormonde, abandonó su exilio en Francia y se reunió en Madrid con el cardenal para ultimar los preparativos del plan.

5.000 soldados

Según recogen Carlos Canales y Miguel del Rey en su libro 'En tierra extraña', el valido de Felipe V se comprometió a proporcionar una fuerza de 5.000 soldados y 300 caballos que desembarcaría en el sudoeste de Inglaterra, probablemente en Gales, donde los católicos rebeldes tenían muchos apoyos, bajo el mando del duque. Esa expedición avanzaría engordada por los simpatizantes jacobitas reclutados sobre la marcha hasta alcanzar Londres para derrocar a Jorge I y restituir en el trono al católico Estuardo.

James Edward Estuardo era el aspirante de los jacobitas.

Al duque de Ormonde le gustó la propuesta, pero sugirió que las probabilidades de éxito en Londres serían mayores si se alentaba una revuelta en tierras escocesas. Eso obligaría a los británicos a desplazar tropas hacia el norte desatendiendo las guarniciones encargadas del control de la capital. El cardenal tomó nota y convino con el duque en enviar un destacamento de unos centenares de soldados españoles a la Tierras Altas de Escocia para desafiar desde allí a los británicos con el respaldo los clanes jacobitas.

Mientras los efectivos reclutados para la misión principal se reunían en Cádiz, ciudad de la que tenían previsto zarpar, los soldados escogidos para la maniobra de distracción en Escocia viajaban a Pasaia. En el puerto guipuzcoano se concentraron 300 soldados del primer batallón del Regimiento de Infantería de Galicia. Los militares, la mayoría oriundos de las provincias gallegas, fueron embarcados en dos fragatas, la 'San Francisco' y la 'Galga de Andalucía', y zarparon el 7 de marzo de 1719 rumbo al norte con las bodegas de las naves repletas de municiones y armas para los rebeldes escoceses. Era el comienzo de una de las expediciones más insólitas de la historia militar.

De nuevo una tempestad

Esa misma semana salían de Cádiz los 27 navíos –cinco barcos de guerra y 22 transportes– que conformaban la flota principal. El plan era navegar hasta A Coruña, donde embarcarían al duque de Ormonde con unos refuerzos, para luego poner rumbo a las islas británicas. Cuando la flotilla alcanzó la altura de Finisterre, se desató un gran temporal que dispersó las naves y obligó a muchas de ellas a arrojar por la borda caballos, armas y municiones para no ser engullidas por las olas. Como había ocurrido 130 años antes con la Armada Invencible, los elementos volvieron a jugar a favor de los intereses de los británicos y desbarataron el plan de Alberoni para derrocar a Jorge I.

Mientras los buques que habían sobrevivido a la tempestad iban llegando maltrechos a los puertos del Cantábrico, las dos fragatas que habían zarpado de Pasaia ponían fin a una apacible singladura en la escocesa isla de Lewis, bajo el control del clan de los Mackenzie, fervientes partidarios jacobitas. Los expedicionarios españoles se acantonaron en el castillo de Eilean Donan del Loch Duich, fortaleza principal del clan. El plan era reunir el mayor número posible de combatientes de las fuerzas jacobitas para lanzar una ofensiva conjunta sobre Inverness, la capital de las Tierras Altas.

Cuadro de Peter Tillemans que muestra la batalla de Glenshiel que enfrentó a los hispano-escoceses con los británicos.

Desbandada escocesa

Gallegos y escoceses esperaban noticias de la llegada de la flota española a Inglaterra antes de emprender la campaña. La desolación se apoderó de ellos cuando se enteraron del fracaso de la expedición. Sus movimientos, además, no habían pasado desapercibidos a ojos de los británicos, que enviaron cinco buques de guerra a las Tierras Altas con propósitos nada amistosos. Acosados por tropas enemigas y sin posibilidades de regresar a la península, ya que las dos fragatas que les habían transportado habían puesto rumbo a España antes de conocer la noticia del desastre de la expedición principal, los 300 soldados quedaron abandonados a su suerte en territorio hostil.

El entusiasmo de los rebeldes escoceses se desinfló al conocer que no iban a contar con más refuerzos. La prevista ofensiva hacia Inverness se suspendió y algunos de los clanes que habían prometido su apoyo a la revuelta dieron un paso atrás. Los españoles, que habían sido desalojados a cañonazos del castillo de Eilean Donan por los barcos británicos, optaron por plantar cara a sus enemigos junto a los pocos jacobitas que aún hacían causa común con ellos.

Las tropas inglesas y las hispano-escocesas terminaron enfrentándose el 10 de junio en Glenshiel, un remoto paraje en medio de la nada. Los gallegos, militares profesionales al fin y al cabo, aguantaron su posición entre la desbandada de los jacobitas, la mayoría de los cuales carecía de preparación para luchar. Un día más tarde el mando español hacía entrega de su espada y rendía a todos sus efectivos a los ingleses.

El fantasma del castillo

Se ponía así punto final a la rocambolesca peripecia que el regimiento gallego había iniciado cuatro meses antes en Pasaia. Los 274 supervivientes fueron hechos prisioneros y enviados unos meses más tarde a España. El fracaso marcó también el principio del fin del cardenal Alberoni, que fue desterrado en diciembre de 1719 a Italia.

Del episodio apenas quedan hoy más recuerdos sobre el terreno que un par de topónimos, 'El paso de los españoles' y 'El Pico de los españoles', y la leyenda de un fantasma que habita el castillo de Eilean Donan, probablemente el más fotogénico de Escocia. El espíritu, se dice en las Tierras Altas, pertenece a uno de los integrantes de la expedición española que aún vaga por las estancias de la fortaleza a la espera de que uno de sus barcos venga a rescatarle. Un castillo, por cierto, que tuvo que ser reconstruido por completo, ya que los cañonazos disparados por los buques ingleses cuando estaba ocupado por los españoles derribaron la mayor parte de sus murallas.

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