Apenas faltan unas semanas para que se estrene una gran producción del director Ridley Scott sobre Napoleón y, aunque no se habla tanto de ello, otro gran director hollywoodiense, Steven Spielberg, rueda una serie sobre el emperador francés retomando un proyecto que Stanley Kubrick no ... pudo llevar a cabo. Parece por ello evidente que la figura del breve emperador francés sigue fascinando en nuestra época, y, desde hace años, lo ha tomado como uno de los temas favoritos a revivir en la pantalla grande desde que el invento de los hermanos Lumière empezó a ser rentable.
Publicidad
Esta fascinación no es del todo incomprensible para el historiador. La época que se ha calificado como 'Primer Imperio' (o 'Regencia' para los británicos) coincide, de pleno, con el Romanticismo que, en buena medida, inauguró nuestra particular forma de ver el mundo, un tanto incomprensible, por ejemplo, para un ilustrado del siglo XVIII.
Lo más curioso, sin embargo, de esa fijación con la época napoleónica es el modo en el que la gran pantalla ha tratado (o más bien olvidado) esos hechos a este lado de los Pirineos. Algo que debería ser muy llamativo en una provincia cuya capital, Donostia- San Sebastián… es escaparate del cine mundial durante una semana al año.
El territorio guipuzcoano fue un enclave capital en esa aventura napoleónica. Por su carácter de paso fronterizo a través del que entraban (o salían) tropas y, sobre todo, suministros. Fue también, por esa misma razón, escenario de grandes batallas como la de San Marcial y produjo testigos de primer orden de aquellos hechos, como el astrónomo pasaitarra José Joaquín de Ferrer y Cafranga o figuras destacadas en la resolución de esas guerras como el célebre Gaspar de Jauregui (que de pastor, o eso se dice, llegó a mariscal de campo), o Pedro Manuel de Ugartemendia, o Joaquín Gregorio de Goicoa, o el general Gabriel de Mendizabal e Iraeta.
Publicidad
El caso de este último, como vamos a ver, es particularmente llamativo en ese olvido (o distorsión) de la Historia de la Guipúzcoa de la era napoleónica. Sobre todo si tenemos en cuenta que ese general fue, en octubre de 1812, una ayuda fundamental para que nada menos que Lord Wellington no se convirtiera en otro ilustre olvidado de los muchos que quedan más o menos ocultos en ciertos libros que dicen ser de Historia…
Gabriel de Mendizabal e Iraeta nació en pleno corazón de la provincia en 1764 (o según ciertas versiones en 1765). Por tanto cuatro o cinco años antes que Napoleón y el mismísimo Wellington. Esos otros dos generales tan célebres hoy día y en cuyo camino se cruzó este pequeño hidalgo guipuzcoano bergarrara. Todo eso llegó a ocurrir porque Gabriel de Mendizabal descubrirá una algo tardía vocación militar entrando a la Academia Militar del Puerto de Santa María con dieciséis años (Napoleón ingresa en la de Brienne a los diez) y obteniendo rango de cadete casi a los veinte. Sin embargo pronto demostrará su valía para ese oficio, para esa vocación que ha descubierto con algunos años más que el emperador de los franceses.
Publicidad
A partir de ahí lo vemos seguir un cursus honorum muy similar al de esos generales más famosos de las guerras napoleónicas que, por otra parte, sentirán por él un aprecio bastante irregular. Como ocurre en el caso de Arthur Wellesley. Hoy más conocido como Wellington. Así Gabriel de Mendizabal combatirá en guerras coloniales. En su caso en las plazas españolas del Norte de África del mismo modo y casi al mismo tiempo que Wellington alcanza fama en la India, en Assaye o Seringapatam. También como Wellington Gabriel de Mendizabal luchará contra los revolucionarios franceses, pero en suelo europeo. Tanto en tierras catalanas como vascas, entre 1793 y 1794. Y lo hará con notable éxito, conteniendo la invasión francesa de España en ambos frentes.
Posteriormente, y ya con galones de general, se codeará con el mismísimo Wellington cuando estalle la Guerra de Independencia, esa fase álgida de las guerras napoleónicas. Sus relaciones en esos momentos, si seguimos la correspondencia del general británico publicada en sus 'Dispatches', será un tanto tensa. En especial durante el año 1811. Wellington opina en esas fechas que Mendizabal es un muy competente oficial. Pero no duda en achacarle posteriormente la desastrosa derrota de Gévora del 19 de febrero… por desoír sus consejos y haber fracasado en mantener los cuadros de Infantería que tan buen resultado habían dado al general guipuzcoano en 1809 en Alba de Tormes y que posteriormente facilitarían la victoria a Wellington en Waterloo...
Publicidad
Ese planteamiento del asunto, que no cae precisamente bien al gobierno español de Cádiz, será pasado por alto dando, desde ese momento, el mando del Séptimo Ejército español a ese mismo Mendizabal al que el británico señala con un dedo acusador pero al que celebra, en 8 de junio de 1811, ver marchar al Norte, confiando en su buen hacer allí. El tiempo dará la razón a ese condescendiente Wellington, que tan pronto culpa de incompetencia a Mendizabal como considera que hará un buen papel dirigiendo las fuerzas españolas en la franja cantábrica y pirenaica...
Quienes creen en eso que llaman 'justicia poética' sin duda apreciarán el acto final de esos hechos. En 21 de octubre de 1812 Wellington, obedeciéndose a sí mismo, se verá en un desagradable embrollo ante los muros que defiende la obstinada guarnición napoleónica de Burgos, debiendo retirarse a Portugal de nuevo, dejando así en nada su brillante victoria de julio de ese año en los Arapiles.
Publicidad
Rodeado por dos ejércitos franceses (el que llega del Norte y el mandado por José I y el mariscal Jean-de-Dieu Soult), Wellington debe retroceder, batiéndose en retirada, en las afueras de Burgos, en Palencia, en Valladolid. La situación es angustiosa, las tropas se dispersan, cunde la indisciplina, los franceses pican su retaguardia… Arthur Wellesley sufrirá así numerosas bajas en ese otoño funesto para él…
Pero podría haber sido peor. Sin duda así habría ocurrido de no existir un ejército de reserva español, que avanza mientras él se retira, que corta la llegada de nuevos refuerzos y suministros franceses, que toma Reinosa, Sámano, Castro Urdiales, que asegura Navarra desde el cuadrante Sur y pone en jaque a las fuerzas francesas allí desplegadas. Se trata de un ejército que actúa así bajo mando de un experimentado general de carrera: Gabriel de Mendizabal e Iraeta, el derrotado de Gévora, que, como Wellington esperaba en su correspondencia de 8 de junio de 1811, se comporta finalmente con notable pericia en ese frente.
Noticia Patrocinada
Por suerte para el mismo Wellington y para la causa antinapoleónica en toda Europa que -gracias a aquel general guipuzcoano- conseguirá el 21 de octubre de 1812 evitar -por poco- que la Historia de esas guerras napoleónicas tuviera un fin nada grato para el general británico y para dicha causa que soñaba con ver a Napoleón, al Ogro Corso, al Tirano, encadenado a una roca y vencido…
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El Diario Montañés
Las zarceras tras las que se esconde un polígono industrial del vino en Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Te puede interesar
El Diario Montañés
Las zarceras tras las que se esconde un polígono industrial del vino en Valladolid
El Norte de Castilla
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.