Borrar
Batalla naval de los Santos entre británicos y franceses, 12 de abril de 1782. Fragmento del óleo de Thomas Whitcombe (1783)
Un getariarra en la otra guerra del rey Jorge
Historias de Gipuzkoa

Un getariarra en la otra guerra del rey Jorge

«Toque zafarrancho de combate, señor Agote». Una historia guipuzcoana del mar (11 de julio de 1783)

Martes, 11 de julio 2023, 07:51

El navegante, y comerciante, guipuzcoano Manuel de Agote y Bonechea no es un desconocido en esta sección de 'Historias de Gipuzkoa', pues ya hizo su primera aparición en un reportaje anterior, en el que se trataba sobre la Inteligencia Artificial y sus expectativas fallidas. Ciertamente la abundantísima documentación que aquel marino getariarra dejó tras de sí lo hace candidato a más de una aparición en estas páginas, pues revisando sus 'diarios' (hoy depositados en el Museo Marítimo Vasco) es fácil encontrar muchas cuestiones interesantes y que bien merecen ser recuperadas para nuestra época, extrayéndolas de ese pasado que se adentra hasta el último tercio del siglo XVIII.

Ese sería el caso del 'diario' del año 1783, en el que Manuel de Agote narra sus avatares en ese momento en el que la Guerra de Independencia de Estados Unidos daba sus últimos compases. Verdaderamente agónicos para una Gran Bretaña en franca derrota en aquella otra guerra del rey Jorge, donde ese monarca perderá trece de sus catorce colonias norteamericanas en unos hechos que Agote, lanzado a hacer fortuna en aquellos mares agitados, tuvo que afrontar. Como nos relata, además de primera mano, en sus 'diarios' personales.

El rey Jorge III vistiendo uniforme de general, por Johann Zoffany (1771). Real Collection

En esas fechas, julio de 1783, Manuel de Agote y Bonechea continúa trabajando como agente para la empresa 'Ustariz, Sanginés y compañía' en la vasta área de Asia-Pacífico. A partir de ahí este marino getariarra nos describe una travesía realmente novelesca entre el puerto de Paita y el de Macao, pues a bordo de su navío, el Hércules, además de un botín en mercancía nada despreciable, navegan importantes funcionarios españoles destinados a gestionar el estratégico comercio entre China, Filipinas, América y Cádiz. Exactamente la clase de información que los espías británicos diseminados por distintos puertos no solían dejar pasar por alto… Es así como aquel guipuzcoano que responde al nombre de Manuel de Agote y Bonechea se verá involucrado en escenas que, seguramente, nos recuerdan a otras vistas en la gran pantalla o leídas en alguna novela y que, acaso, nunca pensamos ver asociadas a un navegante vasco del último tercio del siglo XVIII y probablemente, de hecho, de ninguna otra época.

El zafarrancho del 11 al 12 de julio de 1783

El cine anglosajón, qué duda cabe, ha modelado en buena medida muchas de nuestras ideas sobre el pasado. No le han faltado, desde luego, cajas de resonancia que han admitido, sin crítica ni comprobación alguna, que ejercicios de combate marítimo como los que dramatizan grandes producciones como «Master and commander», eran completamente desconocidos a bordo de navíos de bandera española. En los militares se da casi por supuesto y en los civiles, como el Hércules, parece que ni siquiera se podría imaginar tal posibilidad.

Naturalmente la Historia no puede menos que pedir algo más al respecto. Por ejemplo comprobar en los documentos de aquella época qué es lo que realmente pasó.

Para esto, una vez más, los «diarios» de Manuel de Agote, son una guía segura.

Tropas levadas en Manila en 1779. Organigrama y uniformes. Archivo General de Indias

En el de 1783 nos describe, con el detalle característico en él, las medidas tomadas a bordo del Hércules, del 11 al 12 de julio, para tocar a zafarrancho de combate ante un posible ataque de algún navío británico que merodease, todavía, en la ruta Paita-Macao. Y quisiera, lógicamente, atacar a un barco de pabellón español, enemigo declarado de Gran Bretaña en tanto que aliado de los insurgentes norteamericanos.

Dice Manuel de Agote que se seleccionó ese día a veinticuatro tripulantes del Hércules para que se ejercitasen con los pequeños cañones llamados esmeriles -muy adecuados para barrer una cubierta en caso de abordaje- y con los mosquetes que llevaba el arsenal del barco. Ese grupo selecto debía dar fuego de cobertura a los castillos de popa y proa desde los que se podía tomar el control del navío y a los servidores de cada uno de los cañones que, desde el combés, tendrían que defenderlo de la hostilidad de un barco pirata o británico.

Asimismo ese día se había parapetado toda la cubierta de popa a proa con cabo de calabrote en previsión a un combate o un abordaje.

Todas estas medidas, además, eran complementarias de los ejercicios del 27 al 28 de junio de ese mismo año 1783. En la mañana del 28 se había hecho ejercicio con las piezas de Artillería instaladas en el combés y así se había limpiado y puesto en orden de batalla todas las piezas del barco. Igualmente se habían retirado mamparos, cajas y baúles en la zona de tiro para que las piezas pudieran retroceder sin problema y ser recargadas para nuevos disparos.

Así Manuel de Agote, con una impresionante sangre fría, nos describe los azares de un navegante vasco perdido en medio de la guerra naval de 1783 entre España y Gran Bretaña.

Otra entrada del «diario» de Manuel de Agote para ese año 1783 deja bastante claro que toda esa preparación no es una mera maniobra de rutina, sino un ejercicio destinado a causar graves daños en un posible atacante. En efecto: en las notas para el día 30 al 31 de julio, Agote señala que las piezas del Hércules además de tener dotaciones bien preparadas para entrar en acción, habían sido municionadas con bala, metralla y palanqueta.

Los efectos de bala y metralla son bien conocidos, precisamente, gracias al Cine. La clásica bala redonda disparada por cañones navales como los del Hércules, se utilizaba para tratar de perforar las gruesas planchas de roble que formaban el armazón de aquellos barcos pero causaban, además, graves heridas al hacer saltar afiladas astillas de esa madera. La metralla (pequeñas piezas de metal dispersadas por el disparo) barrían a corta distancia las cubiertas de un barco creando una especie de nube letal formada de múltiples pequeños proyectiles. La palanqueta era más burda porque se trataba de munición más gruesa, pero su efecto era igualmente devastador al barrer el velamen enemigo con proyectiles que actuaban como una especie de «boomerangs»…

¿Demasiados preparativos para un pequeño enemigo?

Por todos estos indicios el 'diario' de Manuel de Agote para el año 1783 deja bien claro que, incluso para un barco mercante, una travesía por el Pacífico en aquel año de guerra contra Gran Bretaña podía ser un asunto sumamente serio. Mortal de hecho. Y en el que, por tanto, se requería a todo navegante, militar o civil, la capacidad de combatir que hoy atribuimos sólo a héroes militares o personajes atrabiliarios como los piratas.

Esa, en definitiva, era la vida que llevaba un navegante guipuzcoano del siglo XVIII que se hubiera aventurado a dejar su costa natal para adentrarse en rutas oceánicas disputadas a sangre y fuego. Un peligro que, como nos dice el mismo Manuel de Agote en ese «diario» de 1783, sólo remitiría a partir de octubre de aquel año. Pese a que, como comprobará la tripulación del Hércules a la entrada de Macao, los barcos británicos en la zona ya no estaban en disposición de atacarles, desde principios de agosto, con la formidable potencia de fuego que exhibían ante aquella colonia portuguesa…

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco Un getariarra en la otra guerra del rey Jorge