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Fiestas de San Marcial en Irun en 1912.
Gipuzkoa era una fiesta
Historias de Gipuzkoa

Gipuzkoa era una fiesta

Con el tránsito de una economía primaria a otra industrial y de servicios en el siglo XIX, el verano pasó de temporada de intenso trabajo a tiempo de ocio y vacación

Domingo, 21 de julio 2024, 07:02

Durante siglos, para una inmensa mayoría de las gentes guipuzcoanas el verano acarreaba sudores, pero no por disfrute del sol. Estación de laboreo, cosecha y siembra, había que afanarse en la recolección de berzas, cebollas, coliflor, brócoli, rabanitos, remolacha roja, tomate, patata, pimientos y 'piparrak' de Ibarra. A finales de agosto se recogía la primera manzana de la temporada y se sembraban acelgas, achicoria, borraja, puerro, lechuga, vaina, cebolla temprana y espinaca de invierno. También se procedía a la segunda siega de la yerba. Había tanto quehacer que apenas quedaba tiempo para la diversión. «Quien baila en julio, llora en diciembre», afirma la sabiduría popular, refrán emparentado con la fábula de la cigarra y la hormiga.

Esto empezó a cambiar a partir de la segunda mitad del siglo XIX con el paulatino tránsito de una economía básicamente primaria a otra basada en la industria y los servicios; ello unido al progreso de las comunicaciones haría posible la conquista del tiempo libre y la expansión vacacional. En este contexto se configuraron los grandes programas festivos que hoy vertebran el calendario veraniego en Gipuzkoa.

Fiestas patronales

En la actualidad, 76 de los 88 municipios del territorio celebran sus patronales entre junio y septiembre, y casi todos los restantes cuentan con 'alivios festivos' en los meses estivales; tal es el caso de Donostia y Azpeitia, con patronales el 20 de enero pero Aste Nagusia y saninazios en verano, respectivamente.

Se llaman patronales porque en ellas, históricamente, se ha honrado al o a la titular de la iglesia parroquial o de determinadas ermitas. Ejemplos de esto último son Errenteria, donde estalla el txupinazo por la Magdalena, y Zumarraga que celebra el 2 de julio a Santa Isabel en la ermita de La Antigua, aunque ambas tienen parroquias dedicadas a La Asunción; y en Deba no se hacen santamarías sino sanrokes.

¿Cuál es el patrón o patrona que motiva un mayor número de fiestas de verano en nuestro territorio? La respuesta es clara: la Asunción de Nuestra Señora (15 de agosto) que consagra las patronales de catorce localidades; le sigue San Juan (24 de junio) con once, y ya por detrás aparecen en este particular ranking festivo San Pedro (29 de junio), Andra Mari o Natividad de Nuestra Señora (8 de septiembre) y San Miguel (29 de septiembre).

Imagen de una txaranga en fiestas de Hernani en la década de los 60.

En la Gipuzkoa tradicional, las celebraciones pivotaban sobre un fundamento religioso: antes del día grande, rezo de vísperas y a menudo novena; en la fecha, procesión y misa mayor. Solo una vez cumplidas las liturgias se permitía la expansión en forma de baile y consumo de alimentos y de bebidas especiales, todo ello, eso sí, bajo estricto control moral.

Con el paso del tiempo la parte profana fue ganando en importancia, no sin resistencia de las autoridades religiosas y también civiles. En 1576 las Juntas Generales advirtieron a villas y concejos contra los gastos excesivos en fiestas, exigiendo a los alcaldes que limitasen los convites a cargo de las arcas municipales. Tolosa y Urretxu protestaron contra lo que consideraban una injerencia.

Toros en Azpeitia.

Ingredientes taurinos

Dejando a un lado las opiniones de cada cual y de la sensibilidad de cada época, no podemos ignorar que el toro ha sido, y en alguna medida sigue siendo, uno de los protagonistas de la fiesta. Archiconocida y sobradamente expresiva es la constatación 'teológico-taurina' del jesuita andoaindarra Manuel de Larramendi sobre la gran afición de nuestro pueblo: «si en el cielo se corrieran toros, los guipuzcoanos todos fueran santos por irlos a ver», se lee en su 'Corografía de Guipúzcoa' escrita a mediados del siglo XVIII.

Desde la Edad Media, soltar un toro era la forma popular de celebrar bodas, agasajar a altas personalidades o por cualquier otro acontecimiento extraordinario. Con motivo de la ascensión de San Ignacio de Loyola a los altares en 1609, la Junta General decretó «regocijo de danzas y toros» como muestra del «contento que esta Provincia ha recibido la dicha beatificación».

La noticia más antigua de una fiesta taurina en Tolosa data de 1549. En aquella época, la suelta del astado constituía el momento más gozoso del año para una mayoría. Espectáculo incruento hasta que, en el siglo XVIII, se fue implantando el sacrificio de la res lo que exigía ya no el alquiler, como antes, sino la compra del animal, gasto al que no todos los pueblos podían hacer frente. Por tal motivo, desde las instituciones se intentó poner coto a la lidia, lo que estuvo en el origen de reiteradas prohibiciones calurosamente aplaudidas por ilustrados como el propio Padre Larramendi, declarado enemigo de «esta manía y bárbaro gusto de toros».

Carnaval en Tolosa en 1948.

También quedó abolida la sokamuturra nocturna (con toros embolados en llamas) a causa de los incendios que provocaba en una época en que muchos edificios eran de madera, siendo sustituida por un artefacto pirotécnico, el zezensuzko o toro de fuego. Por un viajero francés de 1812 sabemos que la fiesta de Carnaval en San Sebastián terminaba «con el espectáculo de una piel de buey llena de fuegos artificiales la cual es llevada a cuestas por un hombre». Dato llamativo por tratarse de una referencia al zezensuzko con más de dos siglos de antigüedad.

Alardes y romerías

El denominador común de los alardes es la presencia de gente armada con aires festivos en evocación de un episodio bélico y supuestamente glorioso: la batalla de Valdejunquera del año 920 en el caso de Antzuola, en Tolosa por la derrota de los navarros a manos de los guipuzcoanos en Beotibar en 1312, la victoria en el día de San Marcial de 1522 en Irun, y el levantamiento del sitio de Hondarribia en 1638.

Alarde de Hondarribia. Michelena

La interpretación más común es que los alardes guipuzcoanos recrean las milicias forales por las que, una vez al año, en coincidencia con alguna de las celebraciones principales de cada pueblo, se convocaba a los vecinos en edad militar para la puesta a punto del armamento y los correspondientes ejercicios de instrucción. Sin embargo, más recientemente se ha señalado que los alardes vascos pudieran tener un origen puramente festivo, tal vez derivados de las escoltas honoríficas que acompañaban a las procesiones cívicas y religiosas.

Por último, no dejaremos de citar las romerías, algunas de las cuales perviven como vestigios de un ayer bucólico, pintoresco y tradicional en el que, tras los rigores invernales, los pueblos se reunían en las campas de basílicas o ermitas para renovar su devoción a una sacralidad popular y después bailar al son del txistu y el tamboril o de la trikitixa, consumir rosquillas y jugar a los bolos. En Gipuzkoa, entre las romerías más populares están las de las de Zelatun, tanto la histórica de San Juan-Txiki del 29 de agosto como la Errockmeria que se hace desde hace tres años en el mes de julio, así como la romería pastoril de San Ignacio en los prados altos de la parzonería de Altzania, a los pies de la sierra de Aizkorri.

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