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Imagen representando a Dick Turpin, famoso salteador de caminos en la década de los años 30 del siglo XVIII
Gipuzkoa en poder de Luis XV y un robo de altura
Historias de Gipuzkoa

Gipuzkoa en poder de Luis XV y un robo de altura

Un arranque de siglo XVIII movidito en la provincia: Guerras, salteadores de caminos, alta política e intercambios de príncipes y princesas en la frontera del Bidasoa

Martes, 9 de enero 2024, 06:32

El mes de enero de 1722 empezaba en el pequeño territorio guipuzcoano de un modo un tanto complicado. Algo nada raro (ni antes ni después de esa fecha) dada la situación de esa provincia -frontera terrestre y marítima- de grandes potencias europeas como Gran Bretaña y Francia que, a lo largo de tres siglos (entre el XVI y el XIX), van a mover -junto con España- el eje de la Historia mundial. Sobre todo por medio de la Guerra. Aunque en ocasiones también harán un generoso uso de su hermana gemela: la Diplomacia.

Esta última será la que haga acto de presencia, con fuerza, en el pequeño -pero estratégico- territorio guipuzcoano a comienzos del año 1722.

Era de esperar porque ese es el esquema según el cual funciona la Política en la época. Primero llegaba la Guerra, con todas sus consecuencias, y tras ello, y tan rápidamente como era posible, venían numerosos arreglos diplomáticos.

Eso, exactamente, es lo que ocurrió en tierra guipuzcoana entre el año 1719 y el de 1722. Primero llegó la Guerra. Contra Gran Bretaña, Francia y su pequeña aliada. La ya, para entonces, casi irrelevante Holanda. Así, en 1719, la provincia vivirá durante algunos meses una de esas esplendidas guerras del Siglo de las Luces, en las que se pasaba casi tanto tiempo en corteses discusiones sobre cómo rendir una plaza fuerte con el mínimo de daños para sus atacantes (pero también para sus defensores…), como en operaciones bélicas que algunos cineastas como Stanley Kubrick convirtieron en un espectáculo casi bello.

Aquella guerra que vive la provincia -llamada de la Cuádruple Alianza- estaba perdida más o menos de antemano, pues en ella España luchaba a solas contra prácticamente toda Europa.

Así la leal tierra guipuzcoana, que acude de nuevo a la llamada de su rey y señor, será una de las grandes perjudicadas por esa crónica de una derrota anunciada.

Tras resistir todo lo posible, las principales plazas militares de la provincia se rinden y son ocupadas por el Ejército francés. Después toda la provincia capitula y, con permiso de su rey, Felipe V, (que acepta esos hechos consumados) se entrega como rehén a la Francia del regente Felipe de Orleans para garantizar que su díscolo primo -Felipe V- se comporte adecuadamente y respete los tratados firmados en 1713 para poner fin a la Guerra de Sucesión española. Justo lo que no había hecho en 1718 cuando, inducido por su mujer Isabel de Farnesio y por el valido de ésta (el cardenal Alberoni), decide romper unilateralmente esos acuerdos y ocupar las posesiones italianas a las que había renunciado para compensar a la Casa Austria por renunciar ella, a su vez, a la corona española y a sus ricas posesiones ultramarinas.

Felipe V, Isabel de Farnesio y sus hijos, por Jean Ranc (hacia 1723). Museo del Prado

Por esas razones de Alta Política el pequeño pero siempre estratégico territorio guipuzcoano, cabeza de puente -y de playa- para cualquier ataque contra España, se convierte en una provincia perteneciente a la Francia de Luis XV.

Una situación, sin embargo, transitoria y que ya se sabía que tarde o temprano sería resuelta por medio de la suave diplomacia dieciochesca. Más aun teniendo en cuenta que en Francia y en España gobierna en esos momentos la misma familia real: la de Borbón… Fue por todas estas razones por las que el mes de enero de 1722 fue realmente complicado en esa tierra guipuzcoana convertida en moneda de cambio en 1719 y 1721.

Un crimen sin resolver

Los misteriosos hechos de la noche del 9 de enero de 1722

Lo ocurrido en territorio guipuzcoano el 9 de enero de 1722 era fruto ciertamente de esos manejos bélicos y diplomáticos. En esas fechas pasaban por la provincia, una vez más, grandes séquitos cortesanos. El motivo es el habitual en esos tres siglos que van del XVI al XVIII: intercambiar príncipes y princesas en la frontera del Bidasoa para garantizar, al menos por un tiempo, la paz.

En el séquito francés de ese año viajaba un personaje que, de no ser por lo ocurrido en tierra guipuzcoana esa noche de enero de 1722, probablemente jamás habría salido del anonimato. Y eso pese a que Juan del Munt (así se le nombra en los documentos) era sirviente de uno de los grandes personajes de la corte francesa. No otro que el duque de Saint-Simon, autor de unas 'Memorias' que harán época y en las que describe, en primera persona y como testigo privilegiado, una de las cortes más influyentes en la Historia europea y mundial: la de Luis XIV.

¿Cómo consiguió pues Juan del Munt entrar en la Historia en documentos como el que se conserva hoy en el archivo general guipuzcoano con sus avatares de 1722? Lo hizo a caballo, como correo de su amo, corriendo de posta en posta desde la del Bidasoa hasta la del Valle de Oyarzun, donde fue atendido por la donostiarra María Ignacia de Arburu que estaba a cargo de ella.

Tanto María Ignacia como muchos otros testigos de los hechos, coinciden en declarar que Juan del Munt, en efecto, actuaba como correo de su amo, el duque, y así se identificaba incluso con la insignia propia de esos servicios que, en principio, los convertía en personas casi sagradas. Al menos ante las gentes respetuosas de la Ley, aunque no ante los salteadores de caminos habituales en la Europa de la época como el inglés Dick Turpin.

Retrato del marqués de Grimaldo para una publicación histórica del año 1920

Al parecer Juan del Munt fue víctima de alguno de estos personajes casi legendarios entre el 9 y el 20 de enero, que es cuando el marqués de Grimaldo pone en marcha -a instancias de la corte española y francesa- la implacable maquinaria judicial y policial que debe esclarecer qué había pasado en esos momentos en los que Juan del Munt pierde la valija de correo -un simple saco de lona según muchos testigos- en la que había, según parece, importantes documentos y cartas que interesaban grandemente a personajes de la altura política del duque de Saint-Simon…

Nada se conseguirá averiguar a pesar de que las pesquisas acaban con la detención de algún inocente y se llevan hasta tierras alavesas. Los papeles del duque desaparecen completamente para nunca más volver a aparecer.

Puede que a ello contribuyera el estado de embriaguez (al parecer casi crónica) que padecía Juan del Munt y que quedó patente para los testigos de la investigación, que así lo declaran sin reparo.

Si bien parece más probable que esa circunstancia etílica sólo fuera una ventaja aprovechada por sutiles manos que así se hicieron con unos documentos de Alta Política que, sin embargo, también parece que jamás fueron utilizados de manera pública para alterar el curso de los acontecimientos que se desarrollaban en esos momentos en España y que desembocaron en la formación de una sólida alianza entre esa potencia y Francia. Una que perduró hasta 1793 y resultó determinante a lo largo de aquel siglo XVIII que igualmente pasó (con todas sus consecuencias) por tierra guipuzcoana.

Empezando por una ajetreada noche de enero de 1722 que bien podría haber sido, también, argumento de una ópera bufa del conde de Peñaflorida o de Mozart…

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