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El nombre del escritor neoyorquino Washington Irving siempre se nos aparece asociado a paisajes que quedan lejos de los guipuzcoanos. Se le recuerda así por cuentos como el de Rip van Winkle, el hombre que durmió veinte años. O el relato del jinete sin cabeza de Sleepy Hollow, muy imaginativamente llevado -de momento por última vez- por Tim Burton a la gran pantalla. También se le recuerda, sobre todo por sus famosos 'Cuentos de la Alhambra' donde su imaginación de romántico anglosajón se desbordará.
Ambos escenarios, el de los relatos americanos y el de los cuentos granadinos, parecen, en efecto, alejar mucho de la tierra guipuzcoana a Irving. Sin embargo de sus numerosos escritos se pueden sacar al menos dos referencias a su paso por ella. La primera data del 11 de febrero de 1826. En ese momento Washington Irving cruza por primera vez la frontera guipuzcoana.
Buscaba entonces Irving una ocupación bien remunerada que al mismo tiempo le permitiera seguir con una carrera literaria que ya llevaba un buen ritmo y había conseguido ciertos éxitos. Además Irving parecía sentir la llamada de la «exótica» España y sus asuntos como muchos otros viajeros románticos anglosajones. Si bien una vez cruzados los Pirineos Irving se dedicó a labores que hoy calificaríamos más bien de científicas. Como sería la investigación minuciosa de archivos para escribir un estudio sobre Colón y sus viajes. E incluso sobre los periplos realizados por los que él consideró discípulos del almirante.
Es así como, a principios de febrero de 1826, Washington Irving sale en diligencia desde Burdeos, donde se encontraba en ese momento. Será un viaje rápido tal y como apunta, de manera telegráfica, en su notas de viaje. El 10 de febrero deja atrás esa ciudad, el 11 ha llegado a Bayona y San Juan de Luz y ese mismo día, a las 8 de la tarde, finalmente está en el paso fronterizo donde los franceses visan su pasaporte y el de su hermano Peter que le acompaña en ese viaje. Así entran ya en lo que Irving llama en sus notas 'Irun'.
Aquí deberá dejar dos de sus cofres pues resultan demasiado grandes para la diligencia que debe tomar. Por lo demás estará en esta primera población guipuzcoana hasta las dos de la madrugada del domingo día 12. En ese momento dejan él y su hermano esa ciudad pero no sin antes haber tomado el clásico chocolate del desayuno español de la época. Dice Irving que desde allí acompañan su marcha, corriendo ante la diligencia, tres guardias a los que pagará con dos pesos a repartir entre ellos. El amanecer los alcanza en un paisaje en el que Washington Irving encuentra montañas que le impresionan, casas con campos cercados y mujeres vistiendo mantillas (lógico atuendo para acudir a los servicios religiosos en esa mañana de domingo, aunque el escritor norteamericano no cae en cuenta de ese detalle).
Así sigue su viaje por la provincia deteniéndose en un punto intermedio entre lo que llama 'Irun' y 'Vergara' en un hotel -servido por muchachas que encuentra bonitas- para tomar otro desayuno de café con leche y un pan que le parece excelente. Todo por un total de dos francos.
Tras esto continúa su viaje a través de un paisaje montañoso que nuevamente impresiona a Irving al igual que las mulas con cascabeles y sillas de terciopelo, así como los hombres que describe vistiendo alpargatas y fajas. Sin dar más detalles, tras atravesar un paso montañoso, llegará a la que llama «village of Vergara» donde cenará resguardado de una copiosa lluvia que rompe en esos momentos en los que baja de su carruaje.
Allí acaba su viaje guipuzcoano cuando, tras dejar atrás esa villa, marcha el escritor por un paisaje que encuentra montañoso y salvaje pero al mismo tiempo pintoresco mientras entra en la provincia de Álava y se dirige a Vitoria. Lugar, como no se olvida de recordar Irving, de la gran victoria de Wellington durante las guerras napoleónicas.
Washington Irving alargará su primera estancia en España hasta el año 1829, fecha en la que abandona la península por el lado opuesto a aquel por el que había entrado en 1826. Es decir: pasando por Figueras en los Pirineos Orientales. En esos momentos regresa así a Francia para hacerse cargo de su nombramiento como secretario de la embajada estadounidense en Londres. Un puesto que finalmente lo devolvería a España tras largos vagabundeos por Estados Unidos, Irlanda Inglaterra, Francia… cuando, en el año 1842, su gobierno le nombra embajador en Madrid.
Allí en 1843 empezará a padecer una molesta inflamación de sus tobillos que lo alejará de Madrid para devolverlo a Francia, donde espera recobrarse de ese mal. Y esta vez volverá a pasar hacia allí por la frontera guipuzcoana. Su correspondencia de esas fechas no da detalles concretos como la de 1826, pues sólo habla de «Basque provinces». Lo que sí detalla Irving es la alegría que le produce entrar en ese paisaje fresco y verde, dejando atrás las que califica de tristes y requemadas vastedades castellanas. Igualmente encuentra el aire de esas provincias vascas fresco y balsámico por comparación con el sofocante de Madrid. Un cambio de aires del que espera una gran mejoría para su salud quebrantada.
Es con esas palabras de elogio como Washington Irving, el autor de obras memorables como «Rip van Winkle» o los «Cuentos de la Alhambra» pasa por segunda vez el Bidasoa para internarse en Francia, a la búsqueda de una salud que le esquivará hasta su muerte en 1859, ya lejos de esta provincia por la que viajó dos veces asombrado por su paisaje y siempre con demasiadas prisas.
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