

Secciones
Servicios
Destacamos
En una sociedad que se define como «de la Información», como la guipuzcoana actual, no debería resultar rara, o exótica, la llegada de noticias desde el otro extremo de Europa, desde un país que parece -al menos parece- bastante alejado, en muchos sentidos, de nuestra pequeña provincia vasca. Como sería el caso de Turquía, donde se ha puesto últimamente el foco mediático por las discrepancias entre su supuesta modernización a partir del fin de la Primera Guerra Mundial y la tendencia autocrática mostrada por su presidente, Recep Tayyip Erdogan, que lo ha convertido de nuevo en noticia.
Además de eso sería un error pensar que la Historia de ese país que podría parecer, hasta hoy, tan ajeno y tan lejano, estuvo realmente lejos de la guipuzcoana.
Durante siglos los turcos -o más bien el Turco, como genéricamente se les conocía en siglos pasados- han sido una sombra ominosa para los guipuzcoanos que, como súbditos de una potencia cristiana y abierta al Mediterráneo, fueron víctimas propiciatorias de las terminales del Imperio Otomano en el Norte de África, siguiendo muchas veces el destino que sufrió Miguel de Cervantes. Es decir: el de acabar capturados como cautivos para los Baños de Argel. Uno de los grandes negocios de esa regencia que obedecía las órdenes del Gran Turco emanadas de la llamada Sublime Puerta de Estambul, desde donde se regía esa vasta potencia musulmana hasta que en el siglo XIX se fue desmembrando poco a poco, hasta quedar reducida a la actual Turquía y a naciones independientes como Egipto, Túnez, Argelia, Marruecos…
Así, en numerosos documentos guipuzcoanos, aparecen a menudo legados dejados para que con ese dinero se liberase a alguno de esos cautivos que habían caído en manos turcas. En otras ocasiones nuestros archivos nos hablan de esos mismos cautivos caídos en manos de los turcos. O de cómo los combatieron en sonadas batallas como la de Lepanto. Hay casos destacados en ese capítulo. Como el del capitán hondarribiarra Juan Núñez de Palencia, que se comportó heroicamente en esa ocasión que, según el ya aludido Cervantes, fue la más alta que vieron los siglos.
La relación, pues, entre nuestra provincia y ese Imperio Otomano, viene de lejos a pesar de tener este carácter tortuoso que, en ocasiones, dio lugar a episodios bastante llamativos, dignos de una ópera de Mozart por el lugar, los personajes implicados y la fecha.
Así sucedió en el invierno del año 1763. Cuando el 17 de enero un caballero (en apariencia) llamado don Carlos María de Canales, cayó en manos de Martín José de Arana, un representante oficioso de los ediles beasaindarras que gobernaban esa villa guipuzcoana en aquel año. Algo que describe, con mucho detalle, un documento del Archivo General guipuzcoano que lo conserva hoy bajo la signatura CO CRI 360, 4.
Los avatares que sufrirá en ese día Carlos María de Canales parecen un relato, a la inversa, del que Cervantes incluyó en esa novela de novelas que es el Quijote y donde el Ingenioso Hidalgo manchego da con una pareja formada por una rica joven musulmana que huirá de los dominios del Turco en compañía de un cautivo cristiano del que se ha enamorado, llegando a renegar de su fe para convertirse al Cristianismo.
En esta otra historia -verídica- del año 1763, es un turco, Carlos María de Canales, el que huye a tierras cristianas, reniega del Islam y se casa con una cristiana.
Cuando eleve una protesta a las autoridades guipuzcoanas por el incidente que tiene con Martín José de Arana, dirá ser hijo de un dignatario turco, Solimán «Bajera» (tal y como lo escribe en la denuncia que vuelve contra Arana), y de una cautiva catalana: doña María de Canales, que, evidentemente, había sido agregada al serrallo de dicho Solimán, descrito por Carlos María de Canales, su hijo al fin y al cabo, como gobernador de la plaza de Esmirna.
El caso es que, en ese mes de enero de 1763, don Carlos María, acompañado de su esposa, doña María Ángela de Orella (descrita como de nación francesa), alegaba que Arana le había interpelado con maneras desabridas que sólo se agriaron más al descubrir el beasaindarra que tenía ante él a un renegado turco bautizado en Cádiz apenas hacía un año, en 1762.
En ese punto parece que se volcará contra aquel caballero recién convertido toda la legislación foral guipuzcoana (bien conocida por gentes como Martín José de Arana) que veía como un peligro la sola presencia en esa provincia de lo que los fueros describían como «mala raza», en la que se incluían todos los infieles a la religión católica, como luteranos, moriscos, turcos…
El caso llegará al tribunal del corregidor de la provincia y allí se aclararán varios puntos del asunto.
Resultaba así que don Carlos María de Canales había mostrado a Arana su reciente fe de bautismo y pasaportes que le autorizaban a transitar libremente por todas las provincias de la católica majestad española. Algo de lo que discrepaba aquel besaindarra que oficiaba en nombre de un alcalde ausente por vivir lejos del casco de la villa. Así, según la queja de Carlos María de Canales, que andaba por allí de camino a San Sebastián, Martín de Arana le registró los papeles con maneras descorteses que soliviantaron el orgullo del nuevo cristiano que, además, venía a pedir que se le concediese la limosna que la Iglesia católica daba a los cristianos nuevos huidos del Turco para que reiniciasen su vida en tierra cristiana.
Todo el incidente acabó finalmente volviéndose contra el beasaindarra Martín José de Arana y quienes le secundaron de algún modo. Todos ellos descritos por varios eminentes vecinos de la villa -el presbítero de ella, casualmente también llamado Martín de Arana, el abogado Manuel de Iguerategui y su cuñado Domingo de Ayerbe- como unos pobres labradores que no sabían tratar con gente de tanta calidad como Carlos María de Canales y su mujer.
Acababa así este enésimo encuentro entre guipuzcoanos y turcos con una sentencia del corregidor que daba la razón al converso hijo del gobernador de Esmirna y condenaba a Martín José de Arana a pagar las costas del proceso. Amonestándole, además, por el trato dado al viajero en tierra extraña.
Se zanjaba con esto un episodio más de los choques entre turcos y guipuzcoanos que, a medida que pasaron los años, se fueron haciendo más y más raros, convirtiendo la palabra «turco» -para los vecinos de esta provincia- en algo que quedaba muy lejos, en exóticas latitudes. Hasta hoy mismo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
José Mari López e Ion M. Taus | San Sebastián
Miguel González y Javier Bienzobas (Gráficos) | San Sebastián
Javier Bienzobas (Texto y Gráficos) | San Sebastián
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.