Ilustración reconstruyendo la defensa de Viena ante los turcos en 1683
Historias de GIpuzkoa

El Imperio Otomano contra la viuda de Ugarte

El incierto legado de un capitán hondarribiarra. Primavera de 1683: el Turco avanza sobre Europa

Martes, 28 de mayo 2024, 06:51

Dicen los expertos en Historia militar que la Batalla de Lepanto del año 1571 no consiguió, en realidad, frenar el avance del Imperio Otomano sobre Europa occidental. Una presa codiciada por ese vasto estado -también conocido como la Sublime Puerta- que desde la caída de ... Constantinopla, en el año 1453, no había cejado en ocupar los territorios que siglos antes habían pertenecido a ese imperio romano cuyo último vestigio se derrumba con los últimos defensores de esa gran ciudad, en ese año de 1453.

Publicidad

Habría que considerar así que fueron más bien baldíos los notables esfuerzos de algunos guipuzcoanos presentes en esa batalla que Cervantes describirá como la más alta ocasión que vieron los siglos.

Uno de esos fue el notable capitán hondarribiarra Juan Núñez de Palencia, que protagonizó escenas de un valor casi suicida en aquella Batalla de Lepanto.

Pero los hechos demostraron que, pese a él y pese a muchos otros, sin embargo, cien años después estaba claro que los turcos, el Imperio Otomano, no había abandonado, en lo más mínimo, su designio de apoderarse de todo lo que un día fue de Roma.

En 1683 las tropas otomanas se prepararon para avanzar sobre Viena, la capital, de los herederos de los césares romanos: la dinastía Habsburgo

Así en el año 1683 sus tropas se prepararon para avanzar sobre Viena, la capital, precisamente, de los herederos de aquellos césares romanos: la dinastía Habsburgo cuyos príncipes ostentaban el título de sacros romanos germánicos emperadores desde el momento en el que Constantinopla había caído. Fue así como, a comienzos de julio de 1683, los turcos cercaban Viena.

Publicidad

Algo que no sería una sorpresa para nadie. Menos aún para los guipuzcoanos, pues pese a encontrarse tan relativamente lejos de ese frente, eran súbditos de una de las ramas de esa dinastía Habsburgo cuya destrucción se había convertido en la meta del sultán turco.

Para los guipuzcoanos era algo bien conocido, en efecto, que, pese a los hechos de Lepanto en 1571, los ataques y desencuentros con los turcos y sus aliados habían sido una constante para esta provincia dedicada al comercio con el Mediterráneo.

Publicidad

Así, los documentos del gobierno provincial de aquel año clave de 1683 dejaban constancia, una vez más, de que la alargada sombra de los estandartes con la Media Luna turca llegaba hasta la tierra guipuzcoana.

La Junta General guipuzcoana de mayo de 1683

El asedio de Viena de 1683 iba a comenzar, en efecto, en julio de ese año, pero la Junta General guipuzcoana reunida dos meses antes, en mayo, se hacía eco otra vez, en medio de la serenidad y sosiego habituales en aquella institución, de la que parecía ser una guerra eterna con los turcos y sus aliados europeos que, desde luego, existían.

Publicidad

Así, en la segunda junta, celebrada el 7 de mayo de aquel 1683 en las salas que la corporación debatarra facilitó a aquellos junteros, se debate sobre una cédula enviada por el rey en abril, donde se les pedía que se buscasen los medios oportunos para proteger la que este documento llama la plaza «de fuentterrauia»…

En apariencia esa orden que, una vez más, el gobierno provincial iba a cumplir con la mejor voluntad, parecía estar muy lejos de aquel ejército turco que ya marchaba desde el Bósforo para poner bajo asedio a la capital de los Habsburgo esperando que esta vez, a diferencia de lo ocurrido en 1529, cayese en las manos del Comendador de los Creyentes. Es decir: el sultán turco que aguardaba resultados tras la Sublime Puerta de la antigua Constantinopla convertida en Estambul.

Publicidad

Luis XIV se alía con el sultán turco y corsarios berberiscos como Mezzomorto. Moneda acuñada por Jan Smeltzing en 1688 y titulada La Alianza Infernal. British Museum

Lo cierto es que la prevención de Carlos II de Habsburgo era totalmente razonable, la plaza fuerte hondarribiarra, podía convertirse en breve en objetivo de los franceses. En primer lugar porque en 1683, una vez más, el mal llamado rey «hechizado» estaba en guerra con su primo francés, Luis XIV. En segundo lugar, pero no por eso menos importante, estaba la cuestión de que ese monarca, Luis XIV, pese a su título de «Cristianísimo» era fiel aliado de los turcos…

En esto Luis XIV no hacía sino seguir una cuestionable costumbre diplomática francesa iniciada con la firma de una alianza entre Francisco I y el sultán Solimán el Magnífico en 1536. Algo que durante tres siglos tuvo a Francia jugando un ambiguo papel en esas luchas entre la Cristiandad y el Imperio Otomano.

Noticia Patrocinada

En tales circunstancias, el refuerzo a la defensa de la plaza hondarribiarra parecía algo más que un temor sin fundamento.

De hecho en la octava reunión de esas Juntas Generales, celebrada el 14 de mayo de 1683, quedaba claro que Luis XIV ya había pasado a la acción facilitando así a los turcos sus avances hacia Viena al tener comprometido en guerra a su primo Carlos II de Habsburgo.

En esa junta precisamente dos vecinas hondarribiarras, María de Urroz y María de Arocena, pedían ayuda para ellas y otras a causa de que sus maridos habían sido apresados y llevados a Francia por las tropas de Luis XIV, destacadas en la frontera para ejercer esas y otras hostilidades.

Publicidad

Unas que solo podían favorecer a los aliados turcos del Rey Sol que, en esa misma octava reunión de las Juntas Generales guipuzcoanas, dejaban un claro testimonio de que lo que ocurrirá en Viena, a partir de julio, era algo que atañía también a los guipuzcoanos.

Ese era el caso de una viuda donostiarra de nombre María y con un apellido de resonancias extranjeras, aunque evidentemente casada con un guipuzcoano del linaje de los Ugarte. Contaba esta mujer que hacía cinco años su hijo, Álvaro de Ugarte, había salido de la ciudad por mar con destino a Cádiz y que en ese viaje había sido apresado por los que ella llama «los Moros de Argel». Es decir: la fuerza de choque en el Mediterráneo occidental del Imperio Otomano.

Publicidad

Álvaro de Ugarte, como muchos otros cristianos, había sido mantenido como cautivo en los famosos Baños de Argel, hasta que, siguiendo la dinámica habitual en estos casos, su madre lo liberó pagando un rescate.

El emperador Leopoldo I, reinante durante el asedio a Viena de 1683. Por Benjamin von Block. Kuntshistorisches Museum (circa 1672)

No solía ser esto algo al alcance de muchos, que debían esperar a ser rescatados gracias a limosnas entregadas a los frailes mercedarios. Para la viuda Ugarte, tal y como ella misma contaba, ese gran esfuerzo financiero -que fue a engrosar las arcas de la Sublime Puerta y sus aliados- la había dejado prácticamente sin recursos y por ello pedía a la junta guipuzcoana que la ayudase a resarcirse tanto de la pérdida de su patrimonio, como de la de ese hijo que habría sido su único báculo en la vejez pero que cayó muerto al ser liberado.

Publicidad

Una petición que la Junta atendió, por supuesto, paliando aquel pequeño estrago que, en realidad, en aquel año 1683, no era sino uno más de los muchos que el Imperio Otomano se aprestaba a infligir a los infieles cristianos, poniendo sitio a Viena. Llave de Europa...

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad