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Grabado para el 'The Illustrated London News' de 13 de octubre de 1888, mostrando a un presunto Jackel Destripador
Jack el Destripador, San Sebastián y el verano sangriento de 1888

Historias de Gipuzkoa

Jack el Destripador, San Sebastián y el verano sangriento de 1888

Un verano sangriento. Del crimen de la Calle Fuencarral al crimen del Chofre

Martes, 22 de agosto 2023, 06:53

El Cine anglosajón nos ha creado una imagen bastante difícil de desechar sobre uno de sus principales caballos de batalla. Es decir: el crimen ambientado en época victoriana. Normalmente esos sucesos que sirven de eje a numerosas películas de Hollywood o Pinewood, se desarrollan en callejones sombríos, con adoquines cubiertos de fría humedad y una omnipresente niebla. Las largas y exitosas series de novelas basadas en hechos como esos (como las de la recientemente fallecida Anne Rice) han contribuido también a reforzar bastante esa idea.

Probablemente hasta hacer casi imposible disociar esa imagen -más bien otoñal o invernal- de esos crímenes decimonónicos de un escenario más meridional, incluso más veraniego. Por ejemplo el San Sebastián de la plena Belle Époque…

En realidad si repasamos con calma lo ya escrito sobre sucesos como los célebres crímenes de Jack el Destripador (origen de esas 'idées fixes') estos empezaron en verano, un 31 de agosto de 1888. Además de eso la sangre ya había empezado a correr, antes, de manera igualmente truculenta, en territorios más meridionales de esa Europa victoriana. Un donostiarra destacado, el duque de Mandas, había sido testigo del suceso más sonado a ese respecto: el que fue llamado crimen de la Calle Fuencarral, que tuvo lugar el 1 de julio de ese año marcado por crímenes truculentos.

Sabemos esto, una vez más, gracias a la correspondencia entre Fermín Lasala y Collado y su mujer Cristina Brunetti hoy depositada en el archivo del Museo San Telmo de San Sebastián. Separados, nuevamente, por cuestiones de la división del trabajo en esa incansable pareja de eminentes victorianos donostiarras, el ya duque de Mandas da desde el 2 de julio toda suerte de detalles de lo ocurrido en la Calle Fuencarral porque es algo que ha tenido lugar justo en la casa inmediata a la que la pareja poseía en Madrid. Además de esto la que sería principal acusada y condenada, la criada Higinia Balaguer, era conocida de la duquesa de Mandas, que la había ayudado con algunas cantidades de dinero antes de que entrase a trabajar en casa de la marquesa de Varela, que, finalmente, fue la víctima apuñalada varias veces y casi incinerada para hacer desaparecer las pruebas del crimen. Tal y como no se olvidaba de relatar, con detalle, un horrorizado Fermín Lasala y Collado.

Fotografía de Cristina Brunetti con vlo, hacia 1880.

Posteriormente ese mismo verano el duque de Mandas volverá a San Sebastián, pero separado de su mujer que está fuera de la Bella Easo en esos comienzos de julio de 1888. Esto le dará ocasión de escribir nuevas cartas en las que tendrá que tranquilizarla respecto a los asesinatos sangrientos que estaban ocurriendo en ese verano que culmina el 31 de agosto con el primero de los achacados al mucho más célebre Jack el Destripador.

Del paseo del duque de Mandas a los callejones de Whitechapel

Fermín Lasala y Collado, tal y como se puede ver en esta larga correspondencia con su mujer, de 1873 hasta 1900, fue un paseante donostiarra contumaz. Alguien que crea esa ciudad-balneario y que, cuando se encuentra en ella, la disfruta en todo lo que ésta puede ofrecer ya como principal estación de veraneo del Cantábrico.

Así lo encontraremos en el verano de 1888 dando largos paseos desde Cristinaenea hasta La Concha, para allí disfrutar de los restaurantes que ya han empezado a explotar turísticamente la cada vez más famosa bahía. Unas perspectivas, en principio, bastante sosegadas, festivas, veraniegas… que, sin embargo, pueden quedar ensombrecidas por hechos que el duque teme lleguen a oídos de la duquesa intranquilizándola. Lo cual le impondrá a él el deber, precisamente, de tranquilizarla relatándole, con toda la calma posible, lo realmente ocurrido.

Es lo que hace en su primera carta de 11 de julio de 1888, cuando un anónimo asesino se adelanta al famoso Jack. La víctima, cuenta el duque, había aparecido en lo que entonces era la fuente del Chofre, en el barrio de Gros. Un lugar todavía bastante desolado, prácticamente un arenal que continúa la playa de la Zurriola. Allí habían encontrado esa misma mañana a una vagabunda con la garganta cortada por un limpio tajo de cuchillo…

Retrato del futuro duque de Mandas para 'La Ilustración Española y Americana' de 15 de enero de 1880.

A esto el duque únicamente añadiría que sólo se sabía que la víctima había intentado defenderse y que el presunto asesino era un mendigo castellano.

El 20 de agosto, tan sólo once días antes de que una víctima similar, Mary Ann Nichols, apareciese muerta en Londres, el duque había tenido que tranquilizar, de nuevo, a la duquesa sobre otra muerte a cuchilladas que había conmovido al, en general, plácido, diáfano y soleado veraneo donostiarra. Mandas decía a su mujer que perdiera cuidado, que sus paseos vespertinos y nocturnos para disfrutar de los placeres turísticos que ofrecía La Concha se hacían sobre seguro, porque el Ayuntamiento había reforzado el servicio de serenos después de que un conocido de ambos muriera, al parecer, víctima -a principio de ese verano sangriento de 1888- de alguno de los golfos que rondaban cerca de la plaza de toros de la ciudad que en esos momentos se erigía en la calle que hoy conocemos, precisamente, como Paseo del Duque de Mandas…

Un incierto epílogo: ¿la reina Victoria a la fuga?

Por lo que respecta a los duques de Mandas ahí acababa lo que se podían contar ellos sobre crímenes truculentos en ese año 1888, que sería coronado por los hoy tan famosos de Jack el Destripador. A otros conocidos de la pareja, sin embargo, sólo habían comenzado a perseguirles esos hechos. Ese sería el caso de la reina Victoria, asociada en nuestra posteridad a aquellos sucesos de un modo que ya parece indisoluble.

Los crímenes de Whitechapel comenzaron, como ya está dicho, el 31 de agosto de 1888, pero continuaron hasta el mes de noviembre. Ni remotamente se asoció entonces a la reina y a Buckingham Palace con lo ocurrido. Para eso tendría que pasar casi un siglo, pero obviamente esos hechos que, cuando menos, conmocionaron a los británicos, no podían ser nada tranquilizadores para su omnipresente y popular reina. Menos aún cuando uno de sus nietos, el duque de Clarence, sí había sido verdadera piedra de escándalo en ambientes turbios de Londres, donde incluso tuvo que intervenir aquel Scotland Yard que perseguía, también, al ignoto Destripador.

La reina Victoria. Por Bertha Müller (1899-1900). National Portrait Gallery

Tal vez esa fue la razón que trajo a Victoria -en un inopinado y extemporáneo viaje- hasta Biarritz en marzo de 1889 (fuera de la temporada veraniega) que finalmente acabó en una apoteósica visita a San Sebastián donde el duque de Mandas (como contaba en carta a su ausente mujer) movió algunos hilos discretamente. Se especuló, desde luego, mucho en la ciudad sobre la visita de la reina Victoria en fecha tan poco habitual. Hubo rumores tan peregrinos como que en realidad iba a abdicar tras convertirse al Catolicismo en el santuario de Loyola (como contaba Mandas a su mujer), pero nadie curiosamente pensó entonces, nos confirma el duque, que Victoria venía a San Sebastián tratando de alejarse de la alargada sombra de ese «Jack» que había aterrorizado Whitechapel desde el 31 de agosto de 1888…

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