![De Jerusalén a Ataun, pasando por Sara](https://s2.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2023/05/03/barandiaran.jpg)
![De Jerusalén a Ataun, pasando por Sara](https://s2.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2023/05/03/barandiaran.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Hasta finales de julio todo fueron buenas noticias para Telesforo de Aranzadi y José Miguel de Barandiaran. Porque en aquel verano del 36, excavando en el yacimiento de Urtiaga del barrio de Etxazpe de Itziar, hallaron un cráneo milenario cuya datación podría retrotraer la antigüedad del biotipo indígena a época prehistórica. De confirmarse, un hito para la ciencia del hombre en tierra vasca que catalogaron como B1.
Así atareados, la noticia del golpe militar del 18 de julio no alteró los planes de los arqueólogos que siguieron trabajando en la suposición de que el pronunciamiento no iría a más. Todo cambió siete días después, cuando recibieron la visita de una partida de milicianos. El cabecilla irrumpió en la habitación donde Barandiaran se hospedaba y, tras comprobar la documentación, le preguntó por su ideología política. Se encontró con una respuesta poco común: «Si me preguntase por qué creo en Dios o por qué me metí a cura, le podría contestar con toda naturalidad, pues son asuntos sobre los que he pensado mucho —le explicó en tono docente—. Pero la política no me ha preocupado nunca. Así que cualquier cosa que pudiera decirle sería una tontería porque hablar de lo que uno no sabe es de tontos». A lo que el miliciano replicó: «Si en España todo el mundo actuara así, esta guerra no se habría desencadenado».
La gravedad de la situación aconsejaba precaverse. Los dos guipuzcoanos marcharon a Bilbao. Al llegar a la estación de Atxuri, Barandiaran fue retenido por unos soldados que se interesaron por el contenido de su equipaje; con toda franqueza les informó: «Llevo un cráneo». Porque, en efecto, traía consigo el famoso B1 junto con otros materiales arqueológicos para su depósito en el Museo Prehistórico y Etnográfico de la ciudad. Tras un momento de desconcierto, le ordenaron que abriera la maleta; comprobada la insólita veracidad de lo declarado, le dejaron ir.
En aquel punto sus caminos se separaron: Telesforo partió hacia Barcelona y Barandiaran a Mutriku, desde donde a bordo de un vapor en compañía de varios estudiantes y profesores del seminario de Saturrarán llegó a Sokoa. Su proyecto era reintegrarse a su puesto docente en Vitoria en cuanto amainase el furor bélico. Pero con el paso del tiempo sus circunstancias no hicieron sino empeorar: desde el seminario alavés recibió orden de permanecer en la zona vascofrancesa, las autoridades españolas le denegaron la concesión de pasaporte y, más tarde, supo que en la Dirección General de Seguridad en Madrid había una ficha a su nombre donde constaba como 'filojudío y filomasón'.
Después de un tiempo entre Bayona y Biarritz atendiendo a la colonia de refugiados, tras la invasión alemana de Francia en junio de 1940 el antropólogo se asentó en la localidad labortana de Sara ubicada en zona ocupada. En una casa rural, Bidartea, residiría junto con su sobrina Pilar hasta 1953 cuando al fin pudo regresar a su Ataun natal.
Cierto día, a la puerta de Bidartea llamó un desconocido. Se presentó como hombre de la religión hebrea. Por esa condición, los ocupantes nazis iban tras sus pasos; su vida corría peligro. Alguien confidencialmente le había señalado el domicilio del sacerdote vasco quien acaso podría ayudarle a atravesar la frontera y llegar a España. Barandiaran le invitó a cenar y a hacer noche.
A la mañana siguiente le entregó sotana y sobrepelliz pidiéndole que las vistiera y le acompañara a un caserío donde debía atender espiritualmente a un enfermo. Juntos marcharon a pie durante un buen rato orillando la gran cadena de montañas al sur de la comuna saratar. Llegados a un punto se detuvieron y Barandiaran señaló hacia lo alto: «Vea usted aquella cima. Detrás está la frontera. Siga en línea recta y llegará a su destino». Se despidieron. Don José Miguel no se movió hasta que la figura desapareció tras las colinas.
Pasaron los años, el recuerdo de la Guerra Mundial fue desvaneciéndose excepto para aquellos que, heridos en lo más íntimo, quedaron marcados de por vida. Tal era el caso del hombre que por segunda vez llamó a la puerta de Bidartea. Su aspecto había cambiado, pero Barandiaran al instante le reconoció. Volvía para agradecerle su ayuda. Le contó todo lo sucedido desde el momento que se despidieron al pie de la montaña fronteriza y hasta el presente en que formaba parte del primer gobierno del nuevo Estado de Israel constituido en 1948 —hecho del que en esta primavera de 2023 se conmemora el 75 aniversario—. A la conclusión de su relato, añadió: «Nosotros los judíos no regalamos nada porque así lo disponen las Escrituras. Pero yo quiero entregarle un presente como prueba de mi gratitud. Conforme a ese precepto he de pedirle algo a cambio: deme dos francos».
En efecto, el pueblo de Judea considera que tanto dar como recibir son gestos de generosidad equivalentes, de tal modo que obsequiante y obsequiado han de contraprestarse, siquiera sea de manera simbólica o moral, para que ambos puedan sentirse agraciados.
Cuando Barandiaran puso el par de monedas en sus manos, el hombre extrajo del bolsillo una navaja de unos diez centímetros con cachas de textura rugosa símiles de corteza de madera. «Esta navaja la he llevado conmigo desde que era niño. Guárdela como prueba de mi profundo agradecimiento», le pidió antes de despedirse.
Esa navaja que llegó a Sara desde Jerusalén, acompañaría al exiliado en su regreso a Ataun. A su fallecimiento en 1991, Pilar Barandiaran la entregó al etnógrafo Juan Garmendia Larrañaga. Fue en su domicilio de Tolosa donde conocí este episodio de la vida del 'sabio de Ataun', con quien Juanito, como cariñosamente le llamábamos, mantuvo una honda amistad que le acreditaba como el mejor custodio de un objeto de apariencia banal pero cargado de significado.
De las paredes de Sara Etxea, la casa que edificó en Ataun a su vuelta del exilio, hoy cuelga un documento de reconocimiento como 'Justo', título otorgado por el Estado de Israel a quienes, sin ser de confesión o ascendencia judía, prestaron ayuda de manera altruista y singular a las víctimas de la persecución durante la Shoah. El certificado muestra el dibujo de unos árboles del Jardín de los Justos de las Naciones ubicado en Jerusalén y a sus pies el texto: «Certificate. One tree. En reconocimiento al Aita Barandiaran por pertenecer a la familia de Los Justos del Mundo».
Hasta el momento, más de 28.000 personas de 51 países distintos han sido declaradas 'Justas'. Sus nombres, registrados por Yad Vashem, centro para el recuerdo del holocausto, se van inscribiendo en el Muro de Honor del Jardín de los Justos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Madinabeitia | San Sebastián
Mikel Madinabeitia | San Sebastián y Oihana Huércanos Pizarro (Gráficos)
Josu Zabala Barandiaran
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.