En el recuerdo del 2 de mayo

José María de Soroa y Soroa, el discreto afrancesado

¿Contra el recuerdo del 2 de mayo? Una calle donostiarra que resiste a la furia iconoclasta

Martes, 2 de mayo 2023

Durante los tres últimos años hemos asistido a un espectáculo algo lamentable en el que distintos monumentos, estatuas, nombres de calles… han sufrido asaltos, intentos de derribo o una completa 'damnatio memoriae'. Es decir, ese castigo utilizado en la antigua Roma para borrar todo vestigio, ... en la Historia, de un determinado personaje. Generalmente alguien considerado enemigo del poder establecido. El caso del general británico Thomas Picton, caído en Waterloo de manera flamante (según su estilo habitual), es especialmente llamativo.

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Salvo casos muy obvios, esta práctica actual, reflejada en una retirada vergonzante de la estatua de ese general británico, sólo revela al historiador una gran falta de cultura histórica en quienes han decidido erigirse, a fecha de hoy, en esos que Lucien Febvre llamaba «jueces suplentes del Valle de Josafat». Es decir, aquellos que deciden juzgar el pasado desde el presente. O más concretamente desde un presente particular, erigido sobre unas determinadas preferencias políticas que, naturalmente, exigen ciertas venganzas póstumas. Como ocurrió con el ya mencionado general Picton.

El mapa de las calles de San Sebastián, curiosamente, nos muestra lo absurda que puede acabar resultando esa práctica cuando no se vuelve contra elementos históricos bien definidos por una carrera notoriamente criminal. Como podía ser la de un Heinrich Himmler por ejemplo…

Así es, en un discreto, plácido, recodo del barrio de Gros, en dirección al monte Ulía, los ojos atentos pueden ver hoy ahí una placa que dice que esa es la calle de José María Soroa. Comúnmente conocida como 'la calle Soroa'. Para abreviar.

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Calle José María Soroa

Ese nombre no dice nada a la mayoría, al historiador de las guerras napoleónicas, en cambio, sí le dice bastante

En principio ese nombre no dice nada a la mayoría de las personas que pasan a diario por allí. Al historiador de las guerras napoleónicas, en cambio, sí le dice bastante. Tanto que le parece asombroso que nadie haya reclamado, enérgicamente, la retirada de ese nombre a esa calle, buscando alguno más ecuménico o que rinda homenaje a las más queridas preferencias políticas del reclamante.

Por ejemplo sería lógico que los renacidos patriotas españoles que han redescubierto con entusiasmo al almirante Blas de Lezo, exigieran la desaparición de ese nombre. Y bien podrían empezar a manifestarse así en un 2 de mayo.

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Oficial del regimiento África y burgués donostiarra hacia 1808. Ilustración del autor para la Sala Histórica del Acuartelamiento de Loyola.

¿Qué justificación habría para esto? La respuesta es muy sencilla: José María de Soroa y Soroa, en algún momento de la segunda y tercera década del siglo XIX, comenzó a ser visto como un ejemplar y beneficioso ciudadano donostiarra. De hecho fue miembro de su Ayuntamiento.

Sin embargo, en 1813, la nueva situación política que se impone en tierras guipuzcoanas lo consideraba particularmente odioso. Digno de la 'damnatio memoriae'. Siquiera fuera por la sangre derramada de los héroes caídos en las calles de Madrid el 2 de mayo de 1808.

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¿Qué había hecho aquel buen burgués donostiarra de la época napoleónica para merecer ese odio?

Leal afrancesado

Lo que se sabe de ese hombre que da todavía hoy nombre a una calle donostiarra, es más bien poco. Basta con leer la entrada, en euskera, que le dedica la ubicua Wikipedia. Es apenas un borrador de unas pocas líneas y en el que es identificado como político 'liberal'. Un contenido muy similar al que le dedica la enciclopedia vasca de referencia: Auñamendi.

Los archivos, sin embargo, son menos neutros -o amables, o piadosos- con su biografía. Aunque todavía Soroa y Soroa es un gran desconocido que se esconde, pasados dos siglos, en fondos como el que conserva hoy la biblioteca Koldo Mitxelena de San Sebastián.

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Primeros combates en Madrid el 2 de mayo de 1808. Grabado de la época.

Hay, en efecto, documentos de los archivos guipuzcoanos que muestran una cara feroz de ese nombre, José María Soroa, que parece mirar con sonrisa irónica las actuales depuraciones de estatuas y otros lugares de la memoria que abundan en todas las calles del mundo. Algo que ha quedado bien reflejado en distintas publicaciones. Como, por ejemplo, 'El Waterloo de los Pirineos'. Ahí Soroa hablaba, desde esos documentos, durante la invasión napoleónica, exigiendo a determinadas autoridades municipales todo lo que las fuerzas francesas requerían para mantener la ocupación en territorio guipuzcoano y continuar con la guerra despiadada que había detonado el motín matritense de 2 de mayo de 1808.

Soroa parece sentirse casi contento de hablar en esos términos insolentes, crueles…a sus propios compatriotas

El lenguaje de esos documentos es despótico, agrio. Soroa y Soroa exige en un tono amenazante, que recuerda al de los colaboracionistas franceses durante la Segunda Guerra Mundial. Dice que caso de que no se pueda esquilmar las haciendas públicas para atender a las demandas del ejército ocupante, las consecuencias serán -es fácil deducirlo- a sangre y fuego, y José María de Soroa parece sentirse casi contento de hablar en esos términos insolentes, crueles…a sus propios compatriotas. Con más dureza incluso que ese imperio napoleónico del que, es evidente, se ha declarado decidido partidario…

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La clemencia de Su Señoría

La ocupación francesa sobre ese territorio en el que Soroa ejerce ese despótico poder acabará en 1813, cuando las tropas aliadas repelan hasta la frontera de los Pirineos lo poco que queda de la 'Grande Armée' que había aplastado, con puño de hierro, toda resistencia contra lo que es una ocupación militar descarnada desde el 2 de mayo de 1808.

Louis-Emmanuel Rey, general al mando de las tropas de ocupación en San Sebastián desde 1811 a 1813. Por Forestier (1818).

Así, en 1813, las antiguas instituciones forales guipuzcoanas son restauradas, aunque en precario equilibrio con la Constitución de 1812 que vienen proclamando generales como el bergararra Gabriel de Mendizabal a medida que derrotan a las tropas napoleónicas.

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En lugar de huir como otros afrancesados, permanece en una provincia que ya anuncia claras represalias

A José María de Soroa no se le puede negar valor. En ese momento, en lugar de huir como otros afrancesados, permanece en una provincia que ya anuncia en esas instituciones claras represalias contra quienes han colaborado abiertamente con el invasor y su administración. Incluso no tiene reparo en aparecer como personaje destacado, y bien considerado, en la reunión municipal de Zubieta que decide la reconstrucción de San Sebastián…

Talleyrand, por François Gérard. Como Soroa, Talleyrand será otro gran superviviente político de las guerras napoleónicas.

Pero aun así, por una u otra razón, José María de Soroa y Soroa logrará eludir mayores represalias de esas nuevas autoridades como las que temen otros afrancesados, que no pararán hasta encontrarse bien adentrados en territorio francés a partir de 1813.

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Es más: como una especie de Talleyrand guipuzcoano, José María de Soroa y Soroa reaparece en la Historia en un momento crucial de la misma, en el año 1815. Aparentemente sin que el enésimo cambio político operado en esa España de las guerras napoleónicas le haya sentado precisamente mal. Un augurio que ya parecía indicar que, doscientos años después, su nombre iba a ser honrado en las calles de San Sebastián sin que nadie se sintiera molesto por esa causa o reclamase venganza póstuma. Escudado, acaso, en el recuerdo de toda la sangre vertida por quienes resistieron a la tiranía napoleónica desde el 2 de mayo de 1808…

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