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El legado ancestral de los Necolalde
Historias de Gipuzkoa

El legado ancestral de los Necolalde

La posesión de reliquias se convirtió en un símbolo de poder y prestigio, y aquellas personas que tenían recursos económicos adquirían estas valiosas piezas

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 4 de julio 2023

En muchas iglesias y monasterios, se oculta un legado de devoción ancestral que cautivó a fieles y peregrinos durante los siglos XVI al XVIII. En aquella época, las personas creyentes pensaban que, si veneraban los restos mortales de los santos y santas, los enfermos se curarían, los desdichados tendrían la protección divina y las personas devotas serían bendecidas. De manera que las autoridades eclesiásticas fomentaron la construcción de relicarios donde custodiar los huesos y atraer la visita de creyentes.

Sin embargo, no solo los fragmentos óseos eran objeto de veneración; cualquier elemento que hubiera estado en contacto con el santo o santa, como una tela o un documento, también era considerado una reliquia digna de devoción. La feligresía entraba en los templos, tocaba las reliquias y rezaba frente a ellas en busca de una conexión directa con lo divino.

La adquisición de reliquias no estaba limitada solo a las iglesias y monasterios, sino que también fue una práctica generalizada entre la nobleza y las personas adineradas. La posesión de reliquias se convirtió en un símbolo de poder y prestigio, y aquellas personas que tenían recursos económicos adquirían estas valiosas piezas. En cuanto los nobles las tenían en su poder, las exhibían en las capillas privadas que tenían en sus palacios e invitaban a sus amistades para venerarlas y contemplarlas. La exhibición era una forma de ostentación, pero también de fervor creyente.

En Urretxu, a mediados del siglo XVII, existieron dos palacios donde los propietarios, que eran hermanos, habían ideado un espacio para colocar unas reliquias. Uno de estos palacios era el de Echezuria, propiedad de Miguel de Necolalde y María de Zabaleta. El otro, era el palacio de Necolalde que pertenecía a Juan de Necolalde y Antonia Hurtado de Mendoza. Por desgracia, los dos edificios están desaparecidos, aunque sus reliquias se han conservado.

Palacio de los Necolalde. 1846 Revista Pintoresca de las Provincias Vascongadas

La ascensión social de los Necolalde

Tanto Miguel como Juan de Necolalde tuvieron una trayectoria profesional parecida: los dos fueron mercaderes, propietarios de barcos y ocuparon importantes puestos políticos. Ambos obtuvieron el título de Caballero de la Orden de Santiago y los dos se casaron con mujeres pertenecientes a familias de gran prestigio social, lo que consolidó aún más su posición en la jerarquía social. De esta forma, la combinación de dinero, títulos y matrimonios de alto linaje los convirtió en destacados miembros de la sociedad.

A medida que los hermanos fueron acumulando riqueza, compararon, rehabilitaron y decoraron las casas de Echezuria y Necolalde. Todo lo elegían a conciencia: la piedra de la fachada, las rejas de las ventanas, las camas, los escritorios, las sillas, las pinturas, las jarras de plata y la vajilla. Todo ello debía reflejar la imagen de que los Necolalde eran una familia importante.

En ese teatro de las apariencias, los oratorios y las reliquias jugaron un importante papel, pues solo las familias más adineradas podían costearse la compra de fragmentos óseos y, en consecuencia, solo ellas podían exhibirlas en sus casas. Así pues, el vínculo directo con lo divino se convertía en un privilegio exclusivo al alcance de unos pocos, entre los cuales se encontraban los Necolalde.

Reliquia. Servicio de Restauraciones de la Diputación Foral de Álava

Además de dinero, los dos hermanos necesitaron contactos para adquirir esas piezas sagradas, pues las autoridades eclesiásticas solo ofrecían las reliquias a personas con referencias y credenciales. En este sentido, la influencia de María de Zabaleta y Antonia Hurtado de Mendoza debió de resultar determinante, puesto que sus apellidos eran garantes de nobleza y respetabilidad. Además, estas dos mujeres contaban con una red social que les abría puertas y allanaba el camino para que la familia adquiriera esos tesoros sagrados.

Cuando en 1641 Juan de Necolalde fue nombrado veedor del ejército de Flandes, se trasladó con Antonia Hurtado de Mendoza a Bruselas. El matrimonio vivió allí durante seis años, y fue allí donde compró seis cráneos de soldados de la Legión Tebana y otros seis de las vírgenes del séquito de Santa Úrsula. Tanto los soldados como las vírgenes habían sido personajes muy populares desde la Edad Media y sus hazañas se expandieron por toda Europa.

Según la leyenda, 6.600 soldados de Tebas fueron martirizados en Suiza por negarse a adorar a los dioses paganos. Por otro lado, Santa Úrsula fue una princesa británica cristiana que, tras negarse a casarse con un príncipe pagano, peregrinó a Roma acompañada de 11.000 vírgenes. Todas ellas fueron asesinadas en la ciudad alemana de Colonia en el siglo V. Mucho más tarde, a mediados del siglo XVI, sus cuerpos fueron extraídos de Alemania y vendidos como reliquias para mantener viva la memoria de los soldados y de las vírgenes.

Cuando lo sagrado se convierte en arte

Juan de Necolalde y Antonia Hurtado de Mendoza adquirieron los cráneos no solo por el valor espiritual que estos tenían, sino también por el valor artístico que encerraban. De hecho, las doce cabezas se revistieron con telas decoradas a base de bordados de hilo metálico, bolitas de vidrio, lentejuelas y cuentas. Además, cada una de ellas reposaba sobre un cojín que también se había bordado. En definitiva, los santos y las santas se recubrían de color y de brillo, dos elementos con una fuerte carga simbólica para el cristianismo.

Todo este revestimiento se había confeccionado en los conventos femeninos de Flandes. Coser telas de colores, bordar con hilos metálicos, confeccionar flores de tela, crear lentejuelas, preparar pasta vítrea eran labores que practicaban las monjas flamencas. Sus confecciones se convirtieron en todo un arte y fueron muy demandadas en toda Europa.

Reliquia. Servicio de Restauraciones de la Diputación Foral de Álava

Por su parte, Miguel de Necolalde y María de Zabaleta adquirieron otras seis calaveras. A diferencia de los relicarios de Juan y de Antonia, los de Miguel y María formaban parte de una escenografía. Así, los cráneos de los santos se encontraban dentro de pequeños jardines, donde se habían confeccionados árboles con alambres metálicos y flores con hilos de seda. Estos jardines en miniatura representaban el paraíso donde residían los santos y las santas.

Cuando Juan de Necolalde y Antonia Hurtado de Mendoza regresaron a Urretxu, instalaron el relicario en el oratorio de su palacio. Miguel de Nocalde y María de Zabaleta habían hecho lo mismo en su palacio de Echezuria. A partir de ese momento, las dos familias invitaban a sus amistades a contemplar esas obras de arte, rezar ante ellas y sentirse cerca de la divinidad.

Unos años más tarde, Juan de Necolalde pidió a su esposa que, tras su muerte, entregara el relicario a la iglesia de San Martín de Urretxu. Sin embargo, por razones que los investigadores desconocen, Antonia no cumplió con el deseo de su marido. De hecho, poco después el relicario se transportó a Martioda (Álava), donde Antonia, originaria de aquel lugar y con una casa torre familiar allí, se había mudado a vivir.

En el siglo XVIII, Antonia Necolalde Hurtado de Mendoza, una hija de Juan y Antonia que había nacido en Urretxu, heredó las reliquias de sus padres y las de su tío Miguel. Así fue como los dos conjuntos de los hermanos Necolalde quedaron unidos para siempre.

Por razones desconocidas, las reliquias fueron trasladas a la iglesia de Martioda, donde han permanecieron hasta hace poco. En 2015, la Diputación Foral de Álava tomó la responsabilidad de su cuidado, pues el mal estado de conservación en el que se encontraban ponía en peligro la integridad del legado de los Necolalde.

Gracias al Servicio de Restauración de la Diputación Foral de Álava y a la investigación realizada por la historiadora del arte Aintzane Erkizia, hoy en día podemos disfrutar de este valioso conjunto de reliquias que perteneció a una familia guipuzcoana, y comprender su significado simbólico y su valor artístico. Después de seis años de estudios y restauración, a partir de junio de 2023, las reliquias de los Necolalde, conocidas como las Reliquias de Martioda, se pueden visitar en el Museo de Bellas Artes de Vitoria.

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