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Los millonarios guipuzcoanos y el crack de 1839
Historias de Gipuzkoa

Los millonarios guipuzcoanos y el crack de 1839

La Bolsa de Nueva York y los accionistas guipuzcoanos del siglo XIX, como el 'broker' Juan Bautista Lasala

Martes, 15 de abril 2025, 00:05

Las medidas proteccionistas del presidente Trump han causado recientemente un gran revuelo adornado con algunas noticias -algo exageradas- que pronosticaban poco menos que otra Gran Depresión, como la de 1929, y una debacle financiera y económica de tintes muy pesimistas.

Desde la Historia, naturalmente, todo esto se ve con mucha más calma. Una a la que han apelado algunos comentaristas llamados a opinar sobre esta enésima polémica en torno a medidas y decisiones del presidente estadounidense, señalando que la Bolsa de Nueva York (y todas las demás) obedecen -con presteza- a una especie de ley física elemental: todo lo que baja, sube.

Así ha sido. Una vez más hemos visto cómo las pérdidas del enésimo «lunes negro», eran ganancias el miércoles y el jueves, corroborando, de nuevo, cuál es la verdadera esencia de la Bolsa desde hace ya varios siglos.

Algo que, por otra parte, conocía muy bien un guipuzcoano que había emigrado a los recién constituidos Estados Unidos en 1814.

Se llamaba Juan Bautista Lasala y era hermano de Fermín Lasala y Urbieta, el padre del futuro duque de Mandas.

Juan Bautista, como su hermano Fermín y luego su sobrino, se dedicaría a los negocios y el comercio. Primero en las colonias españolas de Puerto Rico y Cuba y luego en Manhattan, trabajando como agente comercial y como corredor de Bolsa en la de Nueva York, fundada en 1792 y que hoy aún puede hacer temblar al mundo entero.

Imagen representando el Acuerdo de Buttonwood de 1792 para formar la Bolsa de Nueva York

Trabajando como «broker» en ella Juan Bautista Lasala consiguió capitales en su provincia natal y se dedicó a invertirlos, en la década de 1830, en el que parecía iba a ser el gran negocio del nuevo siglo. Es decir: el ferrocarril.

Más concretamente se trataba de uno de los primeros trenes a vapor estadounidenses, el Mohawk and Hudson, que unía el puerto de Nueva York con la capital del estado, en Albany, y articulaba así ese estado tan importante de la nueva nación, su verdadero corazón económico, en el que se había asentado, y casado, Juan Bautista Lasala.

Esa inversión, como todas, podía suponer un gran riesgo pero, a medio y largo plazo, también podía dar grandes beneficios. Algo que debían saber bien los guipuzcoanos que arriesgaron en el Mohawk and Hudson sus capitales por consejo de Juan Bautista Lasala.

Óleo de Edward Lamson Henry conmemorando la puesta en marcha del ferrocarril Mohawk and Hudson (1892-1893). Albany Institute of History and Art.

Desde luego no puede decirse que él no tuviera bien informado a su hermano Fermín de cuáles eran las circunstancias en aquella economía estadounidense de la década de 1830. Casi completamente desregulada y sin organismos -como la Reserva Federal- que, se supone, tratan de evitar debacles financieras por un exceso de «allégresse» bursátil desde que la Gran Depresión -iniciada en 1929- dejase un amargo poso en la memoria colectiva que persiste hasta la actualidad.

Juan Bautista Lasala sentencia a la economía estadounidense

Si por algo destacó la familia Lasala de comienzos del siglo XIX, fue por su sagacidad, por una inteligencia acerada, incisiva, que llevó, en poco tiempo, a un descendiente de emigrantes franceses como Fermín Lasala y Urbieta, a convertirse en millonario y consejero de la reina Isabel II de España en asuntos económicos.

Su hermano Juan Bautista, ya bien asentado en la Gran Manzana de Manhattan para 1830, no le fue a la zaga. Las cartas que Fermín Lasala hijo conservó en su archivo personal -hoy en manos del Archivo General guipuzcoano- revelan a un hombre con una cabeza preclara para los asuntos económicos.

En ellas cuenta cosas que hubieran asombrado al mismísimo John Maynard Keynes, salvador, con sus teorías económicas, del moribundo capitalismo de los años 30 del siglo XX.

Así, a raíz de la gran depresión que sacude a Estados Unidos a partir de 1839, Juan Bautista indicaba a sus parientes de este lado del Atlántico que esto era habitual en la economía estadounidense, donde todo se basaba en una especulación brutal.

Al no haber un organismo regulador central -lo que sería más adelante la Reserva Federal- cualquier banco podía emitir su propia moneda. Sin respaldo real alguno, salvo la confianza que cada inversor quisiera depositar en un trozo de papel impreso que decía que el banco «X» o el «Y» pagarían al portador del mismo, 10, 20, 100 dólares... en monedas de oro o plata cuando el portador de dicho billete quisiera cambiarlo en sus oficinas.

El resultado de esa impresión de billetes sin control ni respaldo conducía inexorablemente -como bien decían las cartas de Juan Bautista Lasala- a pánicos financieros cuando alguno de los poseedores de dichos billetes acudía al banco en cuestión, pedía metálico a cambio de ese pedazo de papel y la entidad no podía facilitarle esa suma por tenerla invertida en, por ejemplo, el desarrollo de un ferrocarril del que esperaba obtener beneficios a medio plazo.

Con ello el pánico estaba servido y se acrecentaba a cada hora con la oleada de dueños de billetes de ese banco no solvente agolpándose en las oficinas, exigiendo el cambio del papel moneda a monedas de metal precioso contante y sonante.

Caricatura whig culpando al Partido Demócrata de la crisis de 1837 que precedería a otra aún mayor a partir de 1839

Todo eso ocurría según una pauta que el sagaz «broker» guipuzcoano, Juan Bautista Lasala, había establecido -más o menos- en la irrupción de uno de esos pánicos cada cinco años. Eso le había permitido no arruinarse, como muchos de sus colegas, calculando el momento más o menos exacto en el que se podían vender los títulos en papel e invertir lo ganado en metálico, en bienes contantes y sonantes, tangibles.

Esta sabia política dio a Juan Bautista Lasala cierto tono de superioridad intelectual que, justo es reconocerlo, bien se había ganado al ser capaz de desentrañar (para su propio beneficio y el de los clientes que representaba) aquel sistema económico de los primigenios Estados Unidos.

Eso le llevaba a exclamar, en una de esas brillantes cartas remitidas a su hermano Fermín Lasala y Urbieta, «¡Que país!» en referencia a Estados Unidos. Resumiendo así su opinión sobre un sistema que permitía enriquecerse con gran rapidez y en abundancia, pero que llevaba también a esas crisis periódicas en las que las ganancias -como la energía- no se destruían, pero se transformaban al pasar a manos de los inversores más avisados. Como era el caso de este guipuzcoano que, en 1840, 1842…, sabía, de principio a fin, el funcionamiento de un mecanismo financiero que, después de todo, no ha cambiado tanto y sigue actuando según una pauta similar. En la que los hechos de 2025 o 1929 no difieren tanto de los de 1839...

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