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En el siglo XIX las hojas de la coca llegaron a Europa desde Sudamérica. Las propiedades de su compuesto activo, la cocaína, dividieron a la comunidad médica, mientras su consumo se extendía año a año por los ciudadanos de la alta sociedad y los círculos artísticos y literarios. Gipuzkoa no fue una excepción. Por ejemplo, San Sebastián, que ya se había convertido en un elitista centro de veraneo y se encontraba en pleno apogeo de la Belle Epoque, drogas peligrosas y letales se adquirían sin problemas en boticas, droguerías, herboristerías, comercios de especias, abacerías, coloniales y ultramarinos. Era el caso del opio, el láudano, la morfina, la heroína, la cocaína o el hachís, además de otras sustancias psicoactivas.
El uso lúdico de estas drogas era visible en los exclusivos locales de ocio nocturnos, los salones y habitaciones de los mejores hoteles e incluso en los comedores de los más afamados restaurantes de la capital guipuzcoana. Además, bien como genéricos, bien en la composición de numerosas especialidades, se convirtieron en productos de venta prácticamente libre, y su empleo estaba generalizado en todos los estratos sociales, con fines terapéuticos, para el tratamiento de multitud de síntomas y enfermedades. La muerte por sobredosis de un joven aristócrata en la capital guipuzcoana sacudió los cimientos de ese ambiente tan permisivo.
Un amplio e interesante estudio del caso realizado por el historiador Juan Carlos Usó Arnal, basándose en las informaciones de los periódicos de la época, relata que el 19 de septiembre de 1917, tras una noche de consumo de morfina, cocaína y alcohol en un cabaret cercano al palacio donde veraneaba la familia real, falleció en la Casa de Socorro de San Sebastián Joaquín Santiago-Concha y Tineo, cuarto conde de Villanueva del Soto. Tenía solo 21 años. No fue la primera muerte por sobredosis que publicaba la prensa. En un año se habían producido otros tres fallecimientos, los de los marqueses de Casa Montalvo y de Lozoya y del príncipe Pignatelli de Aragón. Tanto los periódicos guipuzcoanos como los madrileños se hicieron eco de estas muertes y lanzaron una fuerte campaña contra las drogas, al tiempo que exigían a las autoridades que tomaran medidas contundentes cuanto antes. Hubo que esperar hasta 1918 para que se produjera la prohibición de las drogas en España, con la aplicación del Convenio Internacional sobre restricción en el empleo y tráfico de opio, morfina, cocaína y sus sales.
El joven aristócrata era el menor de los hijos de José María de Santiago-Concha y Vázquez de Acuña, XI marqués del Dragón de San Miguel de Híjar y VII conde de Sierrabella, y María de la Trinidad de Tineo y Casanova, VI marquesa de Casa Tremañes. Se quedó huérfano de padre cuando solo tenía cuatro años y poseía el título de Alférez de Navío. A pesar de su juventud llevaba tres años navegando como agregado a la compañía vasco-andaluza de navegación. Había llegado a San Sebastián seis días antes de su muerte después de una travesía por el Atlántico. Según algunas fuentes venía de Nueva York. Se hospedaba en casa de unos parientes, ubicada en el número 5 del Paseo de los Fueros.
El conde de Villanueva del Soto acudió la noche del 19 de septiembre de 1917 a uno de los más famosos cabarets de San Sebastián, El Gran Tabarin. Según testificó un empleado, tras una breve visita anterior pocas horas antes, el joven aristócrata volvió al establecimiento alrededor de las 4.30 de la madrugada en un «estado algo anormal». Tomó asiento en una mesa sin ninguna compañía y apuró varias bebidas alcohólicas y tomó drogas, algo que no sorprendió a los presentes, puesto que era habitual el consumo de estupefacientes en ese tipo de locales de ocio nocturno.
Sin embargo, su estado de ebriedad empeoró tan visiblemente que, tras montar la «bronca con el personal», la propia dirección del cabaret «le invitó a retirarse a su domicilio». Fue acompañado hasta la salida del local y una vez allí ayudado a ocupar un carruaje. Al llegar a la casa de los parientes del conde, el portero del edificio le dijo al cochero que no conocía a ese tal Joaquín Santiago-Concha y Tineo. Una de las razones pudo ser que el joven llevaba pocos días hospedado en la vivienda. Entonces el cochero abrió la portezuela para preguntar al joven aristócrata cuál era su verdadero domicilio. Pero se percató de que el pasajero había perdido el conocimiento, por lo que decidió trasladarlo directamente a la Casa de Socorro.
Ingresó en el establecimiento benéfico alrededor de las 05.45 de la madrugada, pero no fue atendido por un médico hasta pasadas las 07.20 de la mañana. El diagnóstico señalaba que sufría una intoxicación aguda, de pronóstico muy grave. El facultativo no pudo evitar que falleciera entre las 13.30 y las 14.00 horas.
Su muerte y las circunstancias que lo rodearon fueron ampliamente difundidas en la prensa. Los principales periódicos donostiarras y madrileños se inclinaban por la cocaína, aunque no faltaron medios no menos importantes que apuntaban más a la morfina y el opio. 'El Pueblo Vasco' aseguraba en sus páginas que la muerte se debió a un consumo de cocaína ostensible e inmoderado por parte del joven aristócrata. Indicaba que «se le vio con frecuencia, con no mucho dominio de sí mismo, como si estuviera bajo los efectos de un involuntario extravío, aspiraba, depositándola previamente en el dorso de la mano, cocaína en polvo». Añadió que «en una ocasión un músico de un cabaret trató amablemente de quitarle la cajita del tóxico. Comprendía que era abusiva la cantidad que aspiraba; pero el joven aristócrata persistió, inconscientemente, en tan peligroso abuso».
Hubo mucha división entre los periódicos. Unos señalaban que los indicios apuntaban a una intoxicación por opiáceos. Se basaban en el hecho de que «no hablaba», que «estaba desvanecido» o que sufría «un desvanecimiento de carácter grave», que fuera presa de «una fatiga que más parecía el estertor de un agonizante», que le tuvieran que rasgar el cuello de la camisa para que pudiera respirar… La prensa también hacía referencia a la ingesta de varias consumiciones alcohólicas y que «salió del Gran Tabarin tambaleándose como un borracho».
Tampoco se aclaró otro dato: si la sobredosis hubiera sido de cocaína, la causa de la muerte habría sido repentina, fulminante, por un ataque al corazón, y la agonía mucho más corta. Por contra, la intoxicación de opiáceos implicaría náuseas y vómitos, y estos síntomas no fueron mencionados por ningún medio. Las diferentes informaciones apuntaban a que el fatal desenlace se produjo por un consumo múltiple: morfina por vía oral y cocaína por inhalación
Por otra parte, se ignora si el hartazgo de drogas del joven aristócrata había sido algo puntual o si tenía un hábito arraigado. El único periódico que daba alguna información al respecto era 'El Pueblo Vasco', según el cual el conde de Villanueva del Soto fue «posiblemente víctima de su inexperiencia», o sea, de su «falta de hábito». Por su parte, el escritor regeneracionista José María Salaverría Ipenza era de la opinión que «la inexperiencia y la vanidad» fueron las circunstancias personales que concurrieron en este caso.
Fueron surgiendo hipótesis de lo más variopintos. A lo mejor Joaquín Santiago-Concha y Tineo, a pesar de su juventud, se limitaba a dejar pasar la vida y a esperar la llegada de la muerte. Empujado, tal vez, por su trágico pasado familiar con la muerte de su progenitor cuando era un niño, y por las duras experiencias que tuvo que vivir en ultramar
Como consecuencia de la muerte del joven aristócrata, el gobernador civil de la provincia «se mostró dispuesto a proceder con energía contra quienes sin receta expendan cocaína y otros productos aciagos». Muchos medios destacaban en sus páginas que el problema de fondo radicaba en el incumplimiento de las leyes existentes, por lo que alentaban a las autoridades a castigar con «toda severidad» a los «responsables indirectos» de la intoxicación, para ellos los «expendedores de tóxicos» y a los «proveedores clandestinos de esos venenos». Proponían, además, la creación de un cuerpo específico, que sería costeado «por medio de impuestos extraordinarios», recaudados precisamente a los propietarios de los establecimientos nocturnos sometidos a una «especial vigilancia». No faltaron críticas por la supuesta falta de eficacia de los servicios municipales en materia de Sanidad, denunciando la tardanza del médico en asistir al joven intoxicado. Lo curioso es que no exigieron una legislación específica en materia de drogas, más allá de lo dispuesto en las Ordenanzas de Farmacia y en el Código Penal.
Dos días después de producirse la muerte por sobredosis del conde de Villanueva del Soto, el gobernador civil mantuvo sendas conversaciones en privado con los propietarios del Maxim's, inaugurado en 1916, días antes que el Hipódromo de San Sebastián, como del Gran Tabarin, y ordenó el cierre temporal de ambos locales. La clausura fue respaldada por algunos medios locales. Así, 'La Voz de Guipúzcoa' consideraba que los cabarets «eran una necesidad a la que era forzoso atender», mientras que otra parte de la prensa, tanto la tradicionalista como la que se autocalificaba como independiente o liberal, opinaba que eran «centros de corrupción disolventes de toda sociedad honrada, laboriosa y cristiana». Se denunciaba la existencia de «centros de recreo que son focos de verdadera inmoralidad, se escandaliza y se alborota impunemente muchas veces, porque los personajes que en ellos representan las escenas más groseras e incultas de la vida, son de alto rango y parientes o amigos de X o de Y. Esta es la pura verdad». Se criticaba, además, el «doble rasero clasista» entre las autoridades. Sin embargo, el porvenir de los cabarets en San Sebastián estuvo garantizado durante varios años, al menos hasta la proclamación de la dictadura de Primo de Rivera, en 1923.
Un elemento a tener en cuenta es que cuando se produjo la muerte del joven aristócrata Joaquín Santiago-Concha y Tineo la ciudad estaba inmersa en al auge de la Belle Epoque. San Sebastián era el destino veraniego de la Corte desde que en 1887 la reina María Cristina declaró La Concha como Playa Real y se inauguró el Gran Casino Municipal. La conocida como 'Perla del Cantábrico' era considerada por algunos como «la ciudad libre, la ciudad del sibaritismo, de la crápula, de la orgía […] la ciudad del lujo, del placer, del deleite, del gozar». Ofrecía una amplia y animada oferta de ocio nocturno, representada especialmente por dos cabarets: Maxim's y Gran Tabarin. Ambos locales se encontraba en los bajos del Teatro Reina Victoria, Concretamente, Maxim's se ubicaba junto al Lion D'Or y Gran Tabarin en el sótano de este selecto café. En principio, se trataba de dos restaurantes de noche, elegantes y bien servidos, con música en vivo, donde se podía bailar, siguiendo las tendencias de la moda parisina. Se anunciaban como «souper dansat» y contaban con magníficas orquestas.
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