Historias de Gipuzkoa
Las Navidades anticipadas del emperador NapoleónHistorias de Gipuzkoa
Las Navidades anticipadas del emperador NapoleónEl emperador Napoleón era muy consciente, en su exilio de Santa Elena, de que la guerra en España había sido la úlcera que había devorado su fulgurante imperio. Cargado de amargura, pero lúcido, así lo relataba al conde de Las Cases, paradójicamente un descendiente de ... la antigua nobleza española trasplantada a Francia en plena Edad Media, al acompañar a la reina Blanca de Castilla a ese reino.
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Pero, ¿cuándo y dónde había comenzado a desarrollarse esa úlcera? Las señales eran claras en la primavera y el verano de 1808, en la mitad Sur de la Península. Por ejemplo en el 2 de mayo madrileño, que indicaba que hasta ahí, y no más lejos, había llegado la paciencia de una gran masa de población española ante el «aliado» napoleónico. Más tarde, en julio, en la Batalla de Bailén, que da la señal de insurrección general en aquella Europa que creía invencible (tras Austerlitz, tras Jena...) a la Francia napoleónica.
En tierra guipuzcoana pronto llegan los ecos de hechos como esos, nos dicen -de nuevo- nuestros archivos.
Una vez consumada, sin disfraz, la ocupación napoleónica, empieza a surgir también allí la resistencia.
Aparecen los llamados «maleteros», llamados así por asaltar a los correos (la «Mala») que pasan por esa arteria principal que une al imperio con España. Esa última pieza necesaria para que los planes napoleónicos se conviertan en realidad. Después de ellos -y siguiendo su ejemplo- vienen otros. Como Gaspar de Jauregui, aquel humilde campesino, pastor (o tal vez postillón) que llegará a mariscal de campo, y que hace sus primeras armas también asaltando correos imperiales que siguen esa ruta de la «Mala» de Francia en tierras guipuzcoanas.
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Las acciones son precisas. A veces casi quirúrgicas. En el Camino Real (lo que hoy viene a ser, más o menos, la Autovía A-1) casi un mes antes de la Batalla de Bailén, en 6 de junio de 1808, se mata en una emboscada, cerca de Tolosa, a uno de los ayudas de campo imperiales. En ese momento los ocupantes napoleónicos estarán a punto de diezmar a esa población que ya había dado muestras de carácter levantisco y presentaba un panorama muy parecido al del Madrid del 2 de mayo.
Eso confirma a los ocupantes que la decisión de poner bajo llave (entre el 20 y el 23 de mayo de 1808) toda la producción de bayonetas (una de las especialidades de la industria armera de esa villa) ha sido acertada.
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Sin embargo, la insurgencia guipuzcoana, tolosarra…, continuará creciendo, haciéndose más fuerte a medida que se filtran noticias de que la resistencia en el resto del reino no hace sino crecer. Y está apoyada incluso por altos mandos militares como Palafox en Zaragoza. Así el nuevo gobernador de la provincia, el general Thouvenot, tendrá que poner en alerta, entre el 29 y el 30 de julio, a coraceros y Caballería ligera porque en Tolosa, precisamente, se habían dado vítores a los que en Zaragoza estaban resistiendo con éxito al asedio napoleónico…
Pero, por supuesto, el emperador Napoleón no iba a darse por vencido ante estos reveses. A medida que avanza el año, y se acerca el otoño y un invierno que pasará a la Historia como uno de los más fríos y mortales sufridos en Europa, lo prepara todo para ir a la Península y allí resarcirse de la incompetencia militar de sus generales en Bailén. Así, desde Érfurt, donde ha conseguido cerrar un nuevo acuerdo con el zar ruso, marcha a la frontera del Bidasoa, la cruza y en la primera semana de noviembre llega, triunfante, hasta Tolosa.
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Napoleón será recibido con todos los honores en esa villa guipuzcoana que es territorio ocupado (y así seguirá hasta el año 1813) y, por supuesto, no tiene más remedio que aparentar, al menos aparentar, que acepta de buen grado esa visita.
El concejo tolosarra ofrecerá al emperador (al igual que antes a su cuñado, Joaquín Murat, o a mariscales como Moncey) una suculenta comida antes de que continúe viaje hacia el Sur, para hacer retroceder a los ejércitos españoles que osan hacerle frente y han reconquistado Madrid. Atreviéndose a desafiar a ese genio militar que ha doblegado a los principales monarcas europeos, a rusos, a prusianos, a austríacos…
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Los documentos del archivo municipal tolosarra nos han dejado incluso el nombre de la mujer que servirá en esa ocasión al emperador: Ana María de Acha.
La cita será en la casa «Urbieta» y se le servirá en una fina vajilla de José María Carrese. Seguramente la elección no fue al azar, pues los Carrese se habían mostrado proclives a las ideas revolucionarias que emanaban desde Francia y, tal vez, se pensó que eso era toda una garantía de que el emperador sería bien recibido y se comportaría como uno se comporta con amigos y aliados.
Ocurrió justo lo contrario. De nuevo los documentos tolosarras hablan con bastante claridad. Por una parte familias como la de los Carrese, como muchos partidarios de la revolución en 1793, ya empezaban a distanciarse, en 1808, de Napoleón. Al verlo no ya como un representante de la misma, sino como su enterrador desde el 18 de Brumario, lo que los lleva a enfrentarse a él decididamente. Como ocurre en el caso de Joaquín Carrese...
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Por otra parte Napoleón, o quienes le acompañan al menos, se muestran en Tolosa en eso días previos a la llegada del invierno y el Adviento, inmisericordes, arrogantes, despiadados… como quienes cabalgan sobre terreno conquistado.
Así la fina vajilla en la que se sirve el convite cuyo fin era agradar al emperador, desaparecerá. El hecho es descrito de manera escueta, casi críptica, en esos documentos. Pero ni siquiera esa parquedad de palabras puede ocultar lo ocurrido: una vez que el emperador y su séquito han pasado por allí, los objetos de valor, como esa fina vajilla, desaparecen.
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Cinco años de ocupación y guerra después, esa actitud sistemática de Napoleón y sus ejércitos -y especialmente de mariscales suyos como Soult, o el propio hermano de Bonaparte, José- de coger sin mas aquello de lo que gustan, se hace patente en lo que queda sobre la carretera en las cercanías de Vitoria, mientras el Ejército francés huye hacia Tolosa.
Pero en noviembre de 1808 así acababan las cosas: llegaba un crudo invierno en el que otro inmenso Ejército napoleónico se abrirá paso, desde esa villa guipuzcoana, a sangre y fuego, para perseguir, en medio de formidables tormentas de nieve, a lo que queda de las fuerzas británicas y españolas. El emperador marchará a su cabeza hacia Madrid.
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Acaso haciéndose servir algún que otro refrigerio en la magnífica vajilla que había desaparecido en Tolosa durante su rápida visita, convertida en otro «regalo», obligatorio, a ese mismo Napoleón y sus generales, dueños y señores de casi toda Europa. Al menos durante unos pocos años en los que pudieron tomar, aquí y allá, lo que se les antojaba, haciéndose presuntos regalos -a la sombra de sus bayonetas- que iban desde vajillas de fina loza hasta cuadros de Velázquez...
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