Historias de Gipuzkoa

Negro sobre blanco 'made in Gipuzkoa'

Donostia y Tolosa fueron los principales centros de impresión de libros desde el siglo XVI, seguidas de Bergara, Azpeitia, Irun, Azkoitia u Oiartzun

Jueves, 20 de abril 2023, 07:28

El alemán Gutenberg jamás imaginó que su invención cambiaría el mundo. Él solo pretendía hacer la competencia a los amanuenses con un sistema de reproducción de textos más rápido y económico que el de aquellos copistas manuales. Convencido de su fracaso, murió arruinado y en ... el anonimato en 1468 sin que le alcanzara que en unos años su imprenta contribuiría a la expansión del conocimiento y a la aparición de una nueva forma de religiosidad basada en la lectura íntima de las sagradas escrituras como puente hacia la salvación, la Reforma protestante.

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La Biblia de Gutenberg, impresa a mediados del siglo XV, fue el primer incunable, nombre genérico de los libros realizados con el nuevo mecanismo tipográfico antes de 1500. Se conservan actualmente entre 35.000 y 50.000 incunables; de ellos en España cerca de 5.000, y en Euskadi unos 280 ejemplares de los cuales más de la mitad (158) se hallan en Gipuzkoa: 96 en el santuario de Arantzazu, 49 en el Archivo de Protocolos de Oñati, 8 en el monasterio benedictino de Lazkao y 5 en la biblioteca del Koldo Mitxelena. Escritos en latín y compuestos con letra gótica, en su mayoría fueron impresos en Venecia, Alemania y Países Bajos; tratan sobre temas de geografía, medicina, teología, historia y literatura.

La Biblia de Gutenberg.

La primera impresión de la que hay constancia en Gipuzkoa data de 1585, fecha relativamente tardía lo que se justifica por la existencia de centros de producción tempranamente consolidados cerca de nosotros, fundamentalmente Navarra, primero y durante décadas único territorio vasco que contó con imprentas. De allí provenía Pedro de Borgoña, autor de la mencionada 'edición príncipe' guipuzcoana de 1585, un devocionario impreso en San Sebastián del que no han quedado ejemplares. Impresores del viejo reino como Borgoña serían los protagonistas del despegue del sector entre nosotros una vez que la Diputación, necesitada de prensas para la estampa de sus documentos oficiales, facilitara su instalación aquí. A partir de entonces, Donostia será el principal centro de actividad, seguida de Tolosa; la 'Nueva recopilación de los Fueros' tirada en 1696 por Bernardo de Ugarte fue, por lo que sabemos, el primer libro tolosarra. Ya por detrás en volumen de producción aparecen localidades como Bergara, Azpeitia, Irun, Azkoitia u Oiartzun.

Perlas, curiosidades y superventas

La emergente industria papelera favorecería a partir del siglo XIX la apertura de talleres de edición y de impresión en Tolosa. Fecha histórica a estos efectos es 1842, cuando el molino Nuestra Señora de la Esperanza a orillas del Oria se reconvirtió en fábrica pionera de papel continuo. El siguiente salto llegaría en la segunda mitad del siglo cuando el papel de celulosa desplazó al de pulpa de trapos de lino y algodón. El paso de una imprenta artesanal a otra de tipo industrial multiplicará la producción. Un dato rotundo: de 2.293 documentos que hay registrados como impresos en Gipuzkoa entre 1585 y 1900, cerca de sus tres cuartas partes lo fueron en los últimos cincuenta años del siglo XIX; por tanto, en los casi tres siglos anteriores solo se produjo el 25% de ese total (así se recoge en el 'Manual gráfico-descriptivo de la imprenta en Gipuzkoa' publicado por el Instituto Bibliográphico Manuel de Larramendi).

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Volviendo a Tolosa, recordemos que su especialización fueron las publicaciones en lengua vasca, bien que el primer título en Gipuzkoa, 'Doktrina kristianaren explikazioa' de José Ochoa de Arín, se estampó en Donostia el año 1713 (con casi dos siglos de retraso respecto al de Beñat Etxepare, que vio la luz en Burdeos en 1545). Los libros guipuzcoanos de 1585 a 1900 lo serán sobre todo en castellano y en euskera, y en menor medida en latín. Hasta el siglo XX una aplastante mayoría de los textos en euskera trataban temas religiosos, y asimismo en castellano los contenidos doctrinales y piadosos tuvieron enorme presencia antes e incluso en décadas posteriores a la mecanización.

Muchas de las modernas editoriales vascas empezaron siendo imprentas, como las de los Baroja de Oiartzun y San Sebastián, Itxaropena de Zarautz o López de Mendizabal de Tolosa

Escarbando entre devocionarios y catecismos, sermones y doctrinas, de vez en cuando encontramos algunas perlas y curiosidades. Citemos como ejemplo el 'Pronóstico y lunario para el año del Señor de 1689' compuesto «por el Gran Astrólogo y Matemático Miguel Nostradamus», impreso en San Sebastián por Pedro de Huarte en 1688. Distinto sesgo tiene el 'Diccionario manual bascongado y castellano y elementos de gramática, para el uso de la juventud de la M.N. y M.L. Provincia de Guipúzcoa, con ejemplos y parte de la doctrina cristiana en ambos idiomas' de Luis de Astigarraga y Ugarte, libro escolar que sin exageración cabe calificar como superventas ya que de él se hicieron a partir de 1825 hasta dieciocho ediciones o reimpresiones por parte de distintos editores.

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Aspectos del libro guipuzcoano

Durante mucho tiempo impresor y editor constituían un único oficio. De hecho, muchas de las modernas editoriales vascas empezaron siendo imprentas, como las de los Baroja de Oiartzun y San Sebastián, Itxaropena de Zarautz o López de Mendizabal de Tolosa (quien en el exilio argentino fundaría Ekin, una de las más destacadas empresas colectivas que levantó la emigración vasca en América). Y lo mismo sucedió en Cataluña con Manuel Salvat o con la editorial Seix Barral nacida a iniciativa de los impresores Carlos Barral y Víctor Seix.

La imprenta Baroja, en San Sebastián. KTK

En el ruidoso y húmedo ambiente de las viejas imprentas se afanaban varios oficios: el corrector, generalmente el dueño del negocio que se aseguraba personalmente de que la copia manuscrita se trasladara sin erratas; el cajista, encargado de componer los tipos sueltos; el batidor, responsable del papel y la tinta; y el tirador o prensista, que tenía a su cargo la prensa. Durante siglos, los libros se vendían en pliegos cosidos pero sin pastas, eran los propios compradores los encargados de encuadernarlos con tapas de pergamino, piel o madera. Cuando el impresor dejaba los pliegos sin cortar, el volumen quedaba intonso de modo que el cliente para poder leerlo tenía que ir desbarbando las páginas con cuchilla o abrecartas. Todavía hoy en el mercado de viejo encontramos de vez en cuando ejemplares con los pliegos cerrados.

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En el libro guipuzcoano tradicional domina la más absoluta sobriedad decorativa

Un aspecto que merece finalmente reseñarse es el estético. En el libro guipuzcoano tradicional domina la más absoluta sobriedad decorativa. Apenas hallaremos una filigrana, una orla, una cruz o una estampa religiosa, un sello, una viñeta o un remate; a lo sumo una letra capitular con símil de iluminación: el catálogo de aderezos no va mucho más allá. Y la variedad tipográfica también es bastante limitada, dentro de la lógica evolución de varios siglos de historia. ¿Cómo se explica esta austeridad ornamental? ¿Jansenismo? Más bien, dicen los expertos, a que nuestro país era pobre en recursos y además carecía de centros superiores de enseñanza, por lo cual la demanda de cultura escrita era escasa; para que el libro resultara rentable, había que reducir costes.

Como su primer predecesor Johannes Gutenberg, los impresores guipuzcoanos trabajaban con modestia pero, dentro de sus parvos medios, con gran esmero.

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