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Gipuzkoa, con apenas 92 km de costa (la provincia con menor extensión litoral de la península después de Granada), ha dado a lo largo de los siglos una ingente cantidad de hombres y mujeres dedicadas a la mar desde toda clase de actividades, tanto económicas, comerciales y constructivas, como científicas, exploradoras o navales. Solo desde este contexto de profundo arraigo marinero se explica la historia de una saga familiar que, de padres a hijos, alcanzó las más altas responsabilidades en la Armada, un caso con pocos paralelismos incluso entre pueblos que presumen de tradición marinera. Hablamos de los Oquendo.
Miguel de Oquendo Segura, fundador de la dinastía, nació hacia 1524 en un caserío donostiarra ubicado en los llamados «arenales de Ulía», hoy Manteo, donde el almirante, ya en la cima de su carrera, mandaría edificar el palacio solar que conocemos reconvertido en casa de cultura. Su padre, posiblemente oriundo de Navarra, fue un humilde trabajador manual que hilaba cáñamo, cuerdas y maromas. Para ayudar a la modesta economía familiar, en su niñez Miguel sirvió como zagal en los pastos de Ulía, aunque también asistió a la escuela, y además con buen aprovechamiento.
Su formación escolar no debió prolongarse mucho dado que, sin haber cumplido 14 años, en compañía de su hermano Antonio marchó a Sevilla en busca de mejor fortuna, destino común a tantos hijos de un país pobre y sin apenas recursos para labrarse un futuro. Se inició en la vida marinera sirviendo como grumete y como calafate en viajes de ida y vuelta a América. Para los 25 años ya era maestre, puesto de importancia que tenía a su cargo la administración económica del barco (el gerente, diríamos hoy). Sabemos que en tales funciones sirvió en el navío de un conocido traficante de esclavos de Sevilla, y que se enriqueció gracias al comercio con América. Porque cuando regresó a San Sebastián en 1562, ya cerca de la cuarentena, era un hombre acaudalado que se hacía acompañar por un pequeño esclavo negro y por una mestiza. Durante la estancia en su ciudad natal contrajo matrimonio con María de Zandategui Lasarte, hija de un ilustre jurista donostiarra y heredera de un cuantioso patrimonio que incluía, entre otros bienes, la casa solar y torre de Lasarte y su mayorazgo.
Oquendo se nos presenta como ejemplo perfecto de los vascos de humilde extracción que con los réditos obtenidos en la carrera de Indias escalaron en la jerarquía social y fueron incrementando su fortuna mediante oportunas alianzas matrimoniales y ventajosas inversiones, fundamentalmente en bienes raíces, en la construcción naval y en la exportación del hierro de las ferrerías guipuzcoanas: en estas últimas actividades, Miguel tuvo intereses relacionados con el comercio americano.
Año señalado en la biografía del primer Oquendo fue 1577 y ello por tres motivos: nació su hijo y heredero, Antonio, accedió a la alcaldía de San Sebastián y también a la capitanía general de la Escuadra de Gipuzkoa, una de las más importantes de la Armada hispánica. Este nombramiento ha llamado la atención de sus biógrafos en razón de que no se conoce que Miguel tuviera una hoja de servicios militares que avalase semejante ascenso. Sin embargo, tal como se comprobaría en el curso de la historia, el ascenso del novato no pudo resultar más acertado.
Porque en 1582, a los 58 años (edad avanzadísima para la época), Miguel de Oquendo se reveló como un genio de la guerra en la mar. La oportunidad se presentó con motivo de la crisis sucesoria portuguesa. Al frente de la escuadra guipuzcoana tomó parte en la primera batalla naval en la que intervinieron galeones de guerra y también la primera que se libró en mar abierta: la batalla de las Terceiras. Tuvo como desencadenante la negativa del gobernador de las islas Azores a acatar la unión dinástica de la corona española con la portuguesa tras la muerte del último representante de la Casa de Avís, Sebastián I, que había reinado en Portugal desde dos siglos antes. Del combate resultó la completa destrucción de las fuerzas lusas y sus aliados galos, a pesar de que sumaban más del doble de buques que las españolas. Estas no perdieron ningún barco, pero lamentaron 224 muertos, más de la mitad tripulantes de las naos guipuzcoanas, lo que se interpretó como prueba del valor y la entrega de los hombres de Oquendo. Los prisioneros fueron juzgados sumariamente en consejo de guerra y ejecutados. Oquendo, en desacuerdo con las condenas capitales, protegió a quienes se le rindieron.
En reconocimiento a su actuación en la batalla de las Terceiras, el rey le otorgó el hábito de Caballero de Santiago, la orden más prestigiosa de la monarquía de los Austria. De este modo, el hijo del cordelero de Ulía, el antiguo niño pastor, se elevó al rango de nobleza.
Y llegamos así al momento trágicamente estelar en la carrera de Miguel de Oquendo. Nos situamos en el año 1588, cuando Felipe II decidió atacar a su principal enemigo, Inglaterra, que bajo el reinado de Isabel I había abjurado del catolicismo y abrazado el cisma protestante. Para ese fin levantó la llamada 'Grande y Felicísima Armada', la famosa 'Invencible', a la que Oquendo al frente de la escuadra guipuzcoana aportó catorce navíos de gran porte.
El canal de la Mancha era uno de los lugares de más difícil navegación con barcos a vela, singularmente para quienes no conocían aquellas aguas. Tal sucedía con los españoles. Por si las dificultades naturales no fueran bastantes, el plan concebido por Felipe II y sus ministros adolecía de enormes debilidades; entre otras, no contemplaba un puerto base en el que apoyarse, buscar refugio o suministros. En fin, la expedición no contaba con medios ni garantías suficientes y así se lo hicieron saber los mandos responsables al rey, pero este, obcecado con que la protección divina le garantizaría un glorioso triunfo sobre la herética Albión, ignoró todas las advertencias.
En esas condiciones, a finales del mes de julio, la flota española emprendió una infernal travesía. Acosada por los ingleses, empujada por los vientos, entre un rosario de desastres y derrotas en las abruptas y tormentosas costas británicas, la «Felicísima» se fue a pique: decenas de barcos naufragaron y miles de hombres murieron, cuatrocientos de ellos guipuzcoanos.
Tras dos meses de penalidades, Miguel de Oquendo logró atracar en el puerto de Pasajes a bordo de la 'Santa Ana', su capitana, acompañado solo por cuatro de los catorce barcos con que partió. Falleció a los días, probablemente de tifus, dejando viuda y cinco hijos; uno de ellos, el futuro almirante Antonio de Oquendo Zandategui, del que hablaremos en nuestra próxima entrega.
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