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«Juana mostraba en forma inequívoca todos los caracteres de la demencia precoz o esquizofrenia»: lo dice uno de sus más acreditados biógrafos. «Desde 1504, la princesa dio claras señas de enajenación mental»: se lee en los manuales de Historia. El primer contemporáneo en testificar que la Serenísima y Católica Archiduquesa padecía problemas de salud mental fue un guipuzcoano de Ordizia: Don Martín de Muxica. Lo que sobre ella escribió en su diario fundamentaría la decisión de confinar a la reina en un palacio en Tordesillas hasta su muerte 46 años después.
Los Muxica o Moxica de Villafranca destacaron por generaciones entre los más fieles y capaces vasallos de los reyes castellanos. Defendieron la independencia del municipio frente al desafío de los Parientes Mayores guipuzcoanos en 1456, y en esa misma centuria contribuyeron con hombres armados y con naos a la conquista de las islas Canarias. En reconocimiento, los monarcas situaron a los del linaje en puestos clave de la corte y de la administración del reino.
Uno de ellos fue Martín, hijo de Garci Ibáñez, señor de la casa de Muxica en Ordizia, y de Mari Fernández de Echebarría, de la casa Isasaga de Itsasondo, quien aún joven marchó a servir como criado de los Reyes Católicos. La reina Isabel, encontrándole competente y juicioso, le puso al servicio de su hija Juana como maestresala, oficial al mando de pajes y mozos. Esta posición le otorgaba intimidad y confianza con la infanta a la que vio crecer.
Tenía 16 años cuando los reyes pactaron su matrimonio con el archiduque Felipe de Habsburgo, apodado 'El Hermoso'. Los esponsales tuvieron lugar en Flandes, adonde Martín le acompañó con el cargo de tesorero. Descubrió otro mundo, todo era diferente allí: se daba enorme importancia a la etiqueta y al boato, a la frivolidad y al chisme, a la libertad en general y al comercio en particular. Desde un principio hizo las mejores migas con el archiduque. Como quiera que este encontraba a su mujer escrupulosa, prejuiciosa y mojigata, pidió a Martín que, aprovechando su cercanía a Juana, le ayudara a desembarazarla de tanto corsé moral. Martín se empeñó en la labor con éxito, lo que le granjeó la enemistad de algunos caballeros españoles que le acusaron de llevar a Juana y allegados por el camino del pecado, pues a instigación del guipuzcoano «más honra hacen por bien beber que por bien vivir»; para colmo, la infanta empezó a marcar distancias con el clero y a ausentarse de los oficios religiosos.
La cosa no hubiera tenido mayor trascendencia de no haber mediado un acontecimiento que cambiaría la historia: a la muerte de su hermano Juan, en 1497, Juana se convirtió en heredera al trono de Castilla y Aragón.
Felipe y Juana fueron llamados por las cortes a Toledo para jurar la corona. A su paso por Gipuzkoa, el de Ordizia se detuvo en la casa natal donde recabaría pruebas de su 'limpieza de sangre', requisito imprescindible para la obtención del hábito de Caballero de Santiago, la orden más prestigiosa de la monarquía ibérica. La concesión de la famosa cruz de gules meses después marca el ingreso de Martín en la élite española.
Felipe abrevió cuanto pudo su estancia y regresó a Flandes dejando a su esposa embarazada por cuarta vez en el plazo de poco más de cuatro años. Encerrado junto a Sus Majestades en el castillo de Medina del Campo, Martín asistió al patético espectáculo de madre e hija tirándose los trastos a diario. Pues la reina Isabel, sintiendo próxima la muerte, quería tener a Juana cerca para asegurar la sucesión del reino. Pero a esta le importaba un comino el reino, lo único que quería era volver cuanto antes junto a su amado.
El regreso a Bruselas no pudo ser más decepcionante. Juana descubrió que Felipe tenía una amante, rubia para más bemoles, de cuyo lecho el borgoñón se negaba a salir. A la primera ocasión que se presenta, la princesa agrede a la dama cortándole su dorada melena y clavándole las tijeras en pleno rostro. En respuesta, Felipe la muele a palos en presencia de Martín y de toda la corte.
Al enterarse del maltrato, Doña Isabel monta tanto (o tanto monta) en cólera que amenaza con saltarse la línea sucesoria en favor del niño Carlos, su nieto y primogénito, lo que dejaría al yerno con un palmo de narices. Felipe contrarresta encargando a su buen amigo y fiel aliado Martín de Muxica la redacción de un detallado diario donde se describieran los estrafalarios y delirantes comportamientos de Doña Juana para dejar constancia de que las desavenencias conyugales eran producto más de los desvaríos de la española que de las infidelidades del lujurioso flamenco. Y así nace la negra leyenda urdida alrededor de nuestro paisano, acusado por los siglos de contar que la futura reina no estaba del todo en sus cabales.
El famoso diario de Martín relata episodios tan pintorescos como este: Doña Juana, atacada por los celos y sospechando que Felipe ha perdido interés por su cuerpo manchego, insta a las esclavas moras a que le apliquen encantamientos y mágicos saberes de Oriente para el rescate de su atractivo: filtros, baños, ungüentos, tintes, suaves tejidos, perfumes aromáticos, y demás pamplinas cosméticas. En otros tiempos tan recatada y beatona, ahora Juana se entrega a esos juegos sarracenos cayendo en el más atroz ridículo: se pasea pringosa de mantecas y afeites, ataviada como la momia incorrupta de la Magdalena, lo que provoca el despiporre de los cortesanos.
Cuenta también Muxica que Felipe, abochornado, expulsa a patadas a las moras, encierra a Juana en la cámara matrimonial y, luego de una violenta reprimenda, se abandonan a una noche de amor con excitante algarabía. Y a la mañana siguiente, creyendo ella que el hechizo había surtido efecto, recupera a sus esclavas y repite las largas sesiones de abracadabra y disfraz.
Día tras otro, los pleitos entre Juana y Felipe monopolizan la comidilla palaciega, mientras Martín consigna concienzudamente la crónica de sus batallas de alcoba. «Doña Juana está loca, y el señor Don Felipe cerca está de perder también la chaveta», viene a decir el goierritarra.
Siendo ya suficientemente explícito y extenso, 'El Hermoso' hace copias del diario y lo difunde por las cortes europeas. Fue el 'best seller' del año. Sin desdecir por completo lo escrito, Juana excusa que los celos la estaban consumiendo. Y descarga contra Martín por difundir a sus espaldas «las más odiosas infamias». Le ordena abandonar la corte. Muxica fue destinado a Hondarribia con el cargo de alcalde y capitán de su milicia. Felipe le prometió que se volverían a encontrar en España, pero no hubo ocasión: el flamenco murió a los meses, en Burgos, dicen que envenenado.
También la reina Isabel expira admitiendo en su testamento que la princesa tal vez no estuviera en condiciones para gobernar. Su viudo Fernando convoca a las cortes castellanas para leerles el escrito de Martín que justificaba la necesidad de tomar a su cargo la regencia. Como quiera que el maquiavélico aragonés será el principal beneficiario de la inhabilitación de la última Trastámara, se ha especulado mucho sobre una posible conspiración contra la infausta Juana. Puede que hubiera un poco de todo: locura y conjura.
El hecho es que los partidarios de Juana acusaron al guipuzcoano de haberse compinchado con Fernando de Aragón para usurpar el trono a su hija. Desde entonces, la memoria de Martín permanece arrinconada en un rincón oscuro de la historia de España.
Hasta su fallecimiento en el verano de 1516, Martín Muxica y Echebarría serviría a Fernando el Católico en muchos e importantes asuntos tanto en el país como en misiones diplomáticas.
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