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Hay dos cuadros del Patrimonio Nacional español que pese a aparecer, casi siempre, en un segundo plano en televisión, se han hecho bastante famosos al menos en tierra guipuzcoana. Están en la antesala del Palacio de la Zarzuela donde se da habitualmente el discurso navideño de la Casa Real o juran o prometen sus cargos los nuevos gobiernos de España. Esos dos cuadros en cuestión son una vista del puerto de Pasajes y otra de la bahía de La Concha.
De esta cuestión ya se ha hecho eco la Prensa guipuzcoana -empezando por este mismo diario-, a finales de este año pasado de 2023.
Así ha quedado explicado que esas dos telas son producto de los pinceles de Luis Paret. Lo que no ha quedado tan claro es lo que une al cuadro que representa el puerto de Pasajes y a la fiesta nacional estadounidense del 4 de julio. Unos lazos, a través del laberinto de la Historia, que, sin embargo, existen.
En general todas las biografías suelen explicar, casi a la perfección, el período histórico en el que esas vidas se desarrollaron. La del pintor de esas vistas de La Concha y Pasajes no es una excepción. Luis Paret nace en 1746 de padre francés y madre española. Afincada la familia en Madrid, el joven Paret, merced a influencias en la Corte, es admitido a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde se forma como pintor.
Años después, el principal mecenas de Paret, el infante Luis de Borbón, será también el causante de que este artista acabe en tierras vascas. La conducta galante de ese príncipe, hermano del rey Carlos III, será, en efecto, la culpable del exilio de su protegido que, además de artista a sueldo suyo, actuará también como facilitador de las aventuras amorosas de Luis de Borbón. Algo que desagrada sobremanera al confesor de Carlos III y al propio monarca, una verdadera excepción entre la nobleza dieciochesca que, tal y como mostraron novelistas como el autor de «Las amistades peligrosas», se entrega despreocupadamente y con gusto a esa clase de diversiones.
Los vastos dominios españoles en la época proveen pronto de un destino para ese castigo ejemplar. Así Luis Paret es desterrado en 1775 a Puerto Rico. De allí se le permite volver a España hacia 1778, pero ordenándole mantenerse a cuarenta leguas de distancia de la Corte, de Madrid y de los Palacios Reales.
La respuesta de Paret será drástica, decidiendo irse mucho más allá de ese círculo virtuoso de cuarenta leguas. Así es como recala en Bilbao, donde inicia una exitosa carrera pintando para la ilustrada y pujante burguesía y aristocracia vasca
Uno de sus clientes será un eminente prócer guipuzcoano: Xavier María de Munibe e Idiaquez, más conocido como el conde de Peñaflorida, uno de los puntales de esa Ilustración vasca, fundador de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País...
El tiempo, la distancia y el eco de la admiración que Paret despierta, traerán el perdón real en 1786. Es entonces cuando el aventurero pintor recibe el encargo del rey de pintar, a un ritmo de dos por año, esas vistas de puertos del Cantábrico, empezando por Pasajes y La Concha donostiarra.
¿Hasta qué punto Paret era consciente de que al pintar esas vistas, al estilo de un Canaletto, tan cotizadas en el siglo XVIII europeo, estaba también levantando acta visual de un lugar de gran valor histórico?
Probablemente Luis Paret debía de tener presentes sus recuerdos de lo ocurrido en Pasajes justo cuando él vagaba por allí, huyendo de las iras de Carlos III. Pues en 1778 ese puerto iba a convertirse en uno de los escenarios donde se forjaba la Historia mundial de los dos siglos siguientes. En ese año, Gran Bretaña ya llevaba dos sosteniendo una guerra cruenta con sus súbditos del otro lado del Atlántico, las llamadas trece colonias (o provincias) de la América inglesa que habían decidido declararse independientes el 4 de julio de 1776.
La corona española era muy consciente del peligro que suponía apoyar a esos territorios insurgentes, pero al mismo tiempo también era consciente de que respaldar a esa revolución norteamericana ofrecía grandes posibilidades de tomarse la revancha por las pérdidas sufridas al ayudar a Francia contra Gran Bretaña durante la guerra anterior, conocida como «de los Siete Años».
Fue así como Pasajes, ese puerto que más adelante pintaría Paret representándolo de un modo casi bucólico, se convierte en una de las principales bases desde las cuales el severo Carlos III apoya la revolución norteamericana y su guerra contra el rey británico. Sabido es también que desde allí, además de miles de doblones de a ocho en mercancías y en suministros de guerra, también salen entusiastas aristócratas franceses como el marqués de La Fayette que suponen un apoyo sustancial a esa revolución norteamericana hija de esa Ilustración que tan bien representa, en tierra guipuzcoana, el conde de Peñaflorida retratado por Paret.
Así, de ese paisaje de Pasajes, parten convoyes enteros con la misión de llevar no sólo líderes de prestigio como el marqués de La Fayette, sino mosquetes, piezas de Artillería, pólvora, munición… Es decir: toda aquello de lo que carecen en gran medida las tropas del Ejército Continental levado por las trece colonias que se han declarado independientes de Gran Bretaña un 4 de julio de 1776.
En uno de esos convoyes, bajo la bandera de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, navega José Joaquín de Ferrer y Cafranga, un muchacho pasaitarra de apenas diecisiete años enviado por su padre, intendente de la Marina Real, a aprender los rudimentos del oficio de comerciante en lo que hoy llamamos Venezuela.
La flota en la que navega este insignificante desconocido, caerá víctima de la guerra ya declarada entre España y Gran Bretaña. Una circunstancia en principio desafortunada pero que hará del joven Ferrer y Cafranga una pieza poco conocida pero esencial para la naciente nación americana. Prisionero de guerra bajo palabra en Londres, José Joaquín aprenderá, además de los conocimientos más avanzados que Gran Bretaña puede proveer en Astronomía, Matemáticas, navegación…, el idioma inglés a la perfección.
Eso, tras el fin de la guerra en 1783, lo llevará, ya como comerciante, a Nueva York y Filadelfia. Allí, además de dedicarse a esa labor hasta 1812 (inicio de otra guerra entre Gran Bretaña y Estados Unidos) será miembro de la Sociedad Filosófica Americana donde se codeará con personalidades como Thomas Jefferson, padre fundador de esa potencia que nace el 4 de julio de 1776, y cultiva la Astronomía y la Cartografía con un grado de perfección tal que los propios norteamericanos reconocerán que gran parte de los mapas de su país no habrían existido de no ser por aquel pasaitarra.
Esa es, en definitiva, la Historia que, después de todo, evoca esa vista de Pasajes pintada por Luis Paret. Un paisaje guipuzcoano que en los días en los que ese artista lo vera por primera vez, se estaba convirtiendo en un punto donde nacía una influyente nación que celebra su cumpleaños cada 4 de julio.
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