Borrar
El parricida de Aia que acabó en el garrote vil

Historias de Gipuzkoa

El parricida de Aia que acabó en el garrote vil

José Francisco Tejería Arsuaga mató a su padre de dos tiros de escopeta por la espalda en el caserío y fue ejecutado en el juzgado de Azpeitia por uno de los verdugos más famosos de España

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 30 de diciembre 2024

El nombre de José Francisco Tejería Arsuaga es prácticamente desconocido hoy en día, pero hace más de cien años se hizo tristemente muy popular en toda Gipuzkoa por un trágico hecho que consternó tanto al mundo rural como al urbano del territorio, y que tuvo una amplia difusión tanto en la prensa local como en la madrileña. Cometió un parricidio en su caserío de Aia el 20 de agosto de 1898. Fue juzgado y ejecutado en Azpeitia a garrote vil en 1900 por uno de lo verdugos más famosos de España. Se convirtió en el último ajusticiado del siglo XIX en Gipuzkoa.

El caserío de Aia en el que se produjo este crimen rural se conocía con varios nombres. Mugaratz era el más popular entre los vecinos, pero también se denominaba Mugaraz, Mugaratza, Muatz o Muats. Estaba en pleno macizo de Ernio. En el residía José Antonio Tejería Garmendia, nacido de Zizurkil en 1831 y que quedó viudo en 1885, año en el que falleció su esposa, Josefa Antonia Arsuaga Agote, con quien tuvo diez hijos. Vivía junto al matrimonio formado por José Francisco, su hijo mayor, y la mujer de este, Manuela Carlota Aldalur, de 25 años. Tenían tres hijas: Josefa Ignacia de 3 años, Lorenza Agustina sin cumplir los 2, y María Josefa de seis meses. La familia contaba con la ayuda de un criado, Marcial Tolosa Sarasola.

Situación conflictiva

Gracias a las capitulaciones matrimoniales el padre debía recibir dos onzas anuales (alrededor de 160 pesetas o un euro hoy en día) más su manutención. A cambio, su hijo mayor quedaba beneficiado con alrededor de dos tercios del patrimonio de sus progenitores. Abarcaba el inmueble, sus pertenencias, sus ganados y sus enseres, siempre que pagara las legítimas al resto de sus hermanos.

Vista de la Venta de Iturriotz y al fondo el caserío Mugaratz, donde se produjo el parricidio. Ojanguren / Gure Gipuzkoa

En el caserío Mugaratz se vivía una situación conflictiva que se agravó cuando José Francisco descubrió que sobre la finca pesaban deudas anteriores que habían sido contraídas por su progenitor y que supuestamente él desconocía. Como muestra de sus crecientes desavenencias con su padre, hay que decir que ambos eran de fuerte carácter, no le pagó su estipendio anual durante dos años. Además, presentó una denuncia ante el juzgado de Azpeitia por presuntos incumplimiento de las capitulaciones. Un hecho que también pudo influir en ese impago fue la muerte en 1894 de Ignacio María, el hijo menor de José Antonio y hermano de José Francisco, y que residía en San Sebastián. Al parecer, al fallecer soltero su padre pudo cobrar las legítimas del finado. Hay que tener en cuenta que la porción de bienes de que un testador no podía disponer por haberla reservado la ley a determinados herederos fue siempre uno de los elementos que más conflictos familiares generaban en los caseríos. Aún hoy en día también.

A esta lista de disputas familiares hay que añadir que José Francisco estaba arruinado, ya que en esos tiempos las familias apenas podían sobrevivir de las rentas del caserío. Además, por culpa de su padre agentes del Juzgado de Azpeitia le embargaron varias vacas y terneras.

El parricidio

Todos estos factores desembocaron en un parricidio. Fue cometido alrededor de las ocho de la tarde de un caluroso 20 de agosto de 1898. José Antonio Tejería recibió dos disparos por la espalda cuando recogía en el cercado de su caserío al ganado que había estado pastando en el monte.

Según la investigación llevada a cabo por la Guardia Civil, padre e hijo mantuvieron una acalorada discusión. Posteriormente el primogénito se apostó en el suelo, en una zona de matorral. Los disparos que efectuó a su progenitor no fueron a quemarropa, sino que se realizaron a una distancia corta y con una trayectoria de abajo arriba. Había dos orificios de entrada en la espalda, pero solo uno de salida en el pecho.

El posible móvil

Una teoría que cobró fuerza tanto entre los vecinos de Aia como en la prensa de la época era que el móvil del parricidio fue que el padre debía a su hijo cinco pesetas. El periódico 'La Voz de Guipúzcoa' publicó, con comillas, las respuestas del progenitor: «No te apures; ya sé que te debo cinco pesetas, pero tengo para pagártelas. Mira (sacando del bolsillo del pantalón unas llaves y mostrándoselas) en el arca cuento con cerca de 4.000 reales». Todo apunta a que era verdad, puesto que tenía un mueble con cerradura que contenía casi 1.000 pesetas. Pero también había quien aseguraba que era el hijo quien adeudaba dinero a su padre.

Los disparos no fueron a quemarropa, sino a una distancia corta y con una trayectoria de abajo arriba

El padre no murió en el acto. Fue capaz de llegar a la Venta de Iturriotz, situada a cerca de 300 metros del caserío. En ese establecimiento habían escuchado los dos tiros y habían visto que un individuo se ocultaba con rapidez en el bosque, pero como anochecía no pudieron identificarlo. Las heridas eran muy llamativas, ya que la sangre salía a borbotones de ellas. Después de tres horas de agonía falleció.

Imagen de archivo de la Venta de Iturriotz. Gure Gipuzkoa

En ese lapsus de tiempo pudo acusar a su hijo mayor de los disparos, «semeak galdu nau», declaró, y realizar un testamento oral ante cinco testigos. Cuatro años antes lo hizo en favor de su primogénito. El patriarca tenía un peculio personal de doce onzas (casi 1.000 pesetas) y 17 yeguas. Sus herederas serían sus tres hijas, Bernarda Ignacia y Juana Vicenta, casadas y residentes en Larraul y Alkiza, respectivamente, y su hija monja. Cinco hermanos del primogénito estaban en América y no se sabía nada de ellos. Curiosamente, el testamento no fue aceptado hasta un año más tarde por el Juzgado de Azpeitia. Se alegó que no todos los testigos eran vecinos de Aia, ya que dos residían en Asteasu.

Una coartada fallida

Volviendo a los pormenores del parricidio, en la Venta de Iturriotz se personó la Guardia Civil y se llevó el cadáver. Se le practicó la autopsia por orden del juez de Azpeitia y fue enterrado en Aia. Por su parte, José Francisco, al que la prensa calificó de «hijo desnaturalizado» huyó tras el crimen y sin llegar a forzar el arca donde su padre escondía sus ahorros. Caminó hasta Zarautz y cogió el tren con destino a San Sebastián. Se dirigió al barrio de San Martín. En el antiguo hostal Sebastopol pidió a su propietaria que si alguien le preguntaba sobre su estancia contestara que había pasado dos días en su fonda. Luego acudió a una farmacia, compró bicarbonato. Al parecer, padecía de problemas estomacales desde hacía años. Pidió una tarjeta de visita del establecimiento para que le sirviera de coartada si era investigado por el crimen. Regresó en tren a Zarautz y llegó andando a su caserío, donde fue detenido por la Guardia Civil y conducido por cinco agentes en coche al juzgado de Azpeitia.

El acusado se declaró inocente en primera instancia. Mantuvo que no había estado en la escena del crimen y que, incluso, ignoraba que su padre había sido asesinado. En su defensa alegó que había viajado a San Sebastián para comprar bicarbonato y presentó como prueba la tarjeta de la farmacia.

La cárcel de Azpeitia. Fondo Imanol Elias / Aranzadi

Los investigadores no le creyeron. Tres días más tarde, el 23 de agosto, al ver que su versión caía en saco roto, se declaró culpable ante el juez de instrucción de Azpeitia Florencio Salcedo, quien ordenó su ingreso en la prisión local. Durante una visita, su esposa le entregó una lima que había ocultado dentro de la comida con el fin de que pudiera escapar por la ventana de la celda, pero fue descubierto por los guardianes alertados por el ruido producido por su intento de fuga. Contaba con ayuda del exterior, familiares suyos, para huir en un carro.

El juicio

Por la envergadura del delito y este último episodio la causa pasó a la Audiencia Provincial de Gipuzkoa. José Francisco abandonó la cárcel de Azpeitia e ingresó en la de Ondarreta, que contaba con mayores medidas de seguridad, para ser juzgado en la Audiencia de San Sebastián. El juicio se inició el 22 de marzo de 1899. Estuvo presidido por un tribunal compuesto de tres jueces y contó con jurado popular, compuesto por ciudadanos del distrito de Azpeitia. La vista se desarrolló durante todo el día siguiente, finalizando alrededor de las 23.30 horas.

El acusado declaró en el juicio que su padre mantuvo tratos carnales con su mujer y que incluso la violó

El fiscal recordó a José Francisco su declaración ante el juez de Azpeitia. Entonces había confesado tener «muy malas ideas, incluso la de matar» a su padre. Señaló, incluso, «que le tentó el demonio». El procesado aseguró no recordar esas palabras y recalcó que hizo esa declaración «con la cabeza trastornada». A continuación realizó una acusación muy grave contra su padre. Aseguró que éste mantuvo tratos carnales con su mujer y que incluso la violó. Una prueba nueva, que desacreditó al acusado y a su defensa, pues no se incluyó en el sumario y resultó poco creíble. Pese a ello, el presunto parricida insistió en que fueron sus compañeros de cárcel en Azpeitia y su abogado los que le impulsaron a sacarlo a la luz, algo que él no había hecho «por vergüenza».

Relató ante el tribunal que salió del caserío a las 4 de la mañana de aquel 20 de agosto para sacar a pastar al ganado. Cuando volvió a casa encontró a su padre con su mujer en la cama. Más tarde, su padre le trató de «jesuita» y le amenazó con un palo. Él cogió la escopeta y se le disparó. Afirmó que su padre tenía un carácter violento y que maltrataba a su mujer, su nuera, de la que había llegado a abusar en pleno campo. Se trataba de unas acusaciones muy duras para la mentalidad de entonces de la sociedad guipuzcoana. La defensa pidió que la mujer testificara, pero el fiscal se opuso por ser una prueba no presentada en tiempo hábil, algo que aceptó el tribunal.

«Los de casa…, los de casa…, mi hijo… ¡que haya un hijo que dispare un tiro a su padre…!»

A continuación testificó el dueño de la Venta de Iturriotz. Dijo que encontró a la víctima herida y que este manifestó: «los de casa…, los de casa…, mi hijo… ¡que haya un hijo que dispare un tiro a su padre…!». Agregó otro detalle importante en labios del moribundo: «porque los otros están en América...». Quiso dejar claro ante el tribunal que las relaciones entre padre e hijo eran normales y que no había «más que palabras de las que hay en todas las familias». Aseguró desconocer cualquier relación carnal entre padre y nuera. Calificó de «laborioso y sufrido» y no de «enamoradizo» al asesinado.

La plaza de Aia en 1915. Gure Gipuzkoa

También testificaron los médicos forenses, correspondientes a Aia y a Azpeitia. Detallaron que el cuerpo de José Antonio presentaba dos balazos con orificios de 5 mm., con una de salida, pues un balazo dio con la sexta costilla, la rompió y se desvió su trayectoria, que era de atrás a adelante, de abajo a arriba. Mantuvieron que las heridas eran mortales de necesidad.

Por su parte, los testigos de descargo fueron seis, Todos ellos insistieron en los aspectos más negativos de la víctima. Tacharon al fallecido de hombre de carácter, retraído y sin amigos. Aseguraron que «motivaba frecuentes desavenencias en el seno de la familia». También corroboraron las violaciones del patriarca hacia su nuera.

El fiscal califica el crímen de «nefando, espantoso y horrible»

Por último, el fiscal resumió el delito como parricidio con agravantes de alevosía y premeditación. Calificó el crimen de «nefando, espantoso y horrible», y destacó que había provocado un «escalofrío» en Azpeitia, Gipuzkoa y en España entera. En su alegato final insistió en que las afirmaciones de las supuestas violaciones a la esposa del acusado no eran más que un engaño «para aventar sus cenizas cubriéndolas de infamia». A su juicio no tenían ningún valor.

La defensa, por su parte, solicitó el reconocimiento de los atenuantes de arrebato, obcecación y vindicación por ofensa grave. Aseguró que el acusado era un buen padre de familia. Recordó que emigró a América y enviaba dinero a su caserío. Subrayó que intentó ceder sus derechos de primogenitura a uno de sus hermanos pero que su padre, que le había obligado a volver de América, no se lo permitió. Destacó, además, que pagó las legítimas y que se encontró con viejas deudas insospechadas. No olvidó que su padre le denunció para que le embargaran el ganado. El abogado mantuvo que el fallecido tenía un carácter brusco e irascible, que buscaba enojar a su hijo.

Pena de muerte

A continuación el presidente del tribunal, Castro Arés, hizo un resumen de todo lo dicho en el juicio, y entregó al jurado las preguntas sobre las que debían decidir su veredicto. Sus componentes pasaron a deliberar y concluyeron que José Francisco era culpable. Consideraron que el crimen fue premeditado, por la espalda, sin riesgo para el atacante, que no hubo adulterio ni vindicación por ofensa grave y que tampoco existieron amenazas del padre hacia su hijo mayor.

Ante estas conclusiones y teniendo en cuenta la petición del fiscal, el tribunal dictó sentencia de pena de muerte. Era la primera en la Audiencia Provincial de Gipuzkoa desde que se estableció en San Sebastián en 1882.

Se lanzó una campaña en favor del indulto del parricidio, e incluso se pidió la medida de gracia a la reina María Cristina de Habsburgo

El abogado del condenado a garrote vil apeló hasta ante el Tribunal Supremo, pero sin resultado, ya que ratificó la sentencia a muerte, al igual que el Consejo de Estado. Solo quedaba la medida de gracia, el indulto. Para ello el Consejo de Ministros debía proponérselo a la reina regente María Cristina de Habsburgo. Pasado el año nuevo de 1900, La Voz de Guipúzcoa', al no haber respuesta, inició una amplia y contundente campaña en favor del reo. Hasta fue denunciado por reproducir una información de la publicación 'Petit Gironde' censurando la sentencia que condenaba la sentencia.

La petición del indulto fue respaldada por los alcaldes de San Sebastián y de Aia, al igual que por importantes personalidades guipuzcoanas, aunque no eran muy optimistas. Hasta los senadores y diputados por Gipuzkoa, Bizkaia y Álava se reunieron en el Congreso con el presidente del Consejo y con otras altas instancias política de Madrid para solicitar el indulto.

Mientras tanto, el condenado seguía preso en la cárcel de Ondarreta. «estoy seguro que mi padre me perdonó y que si resucitara no querría que me matasen», aseguraba. En el penal se recibían telegramas y cartas de clemencia Uno de los argumentos que esgrimían sus autores era que en Gipuzkoa no se había levantado el patíbulo por crímenes comunes en mucho tiempo. Hubo quien confiaba en que la reina aprobaría la medida de gracia ya que veraneaba en San Sebastián y conocía bien a los guipuzcoanos.

Todo fue inútil. La orden de que el reo fuera trasladado a la cárcel de Azpeitia para su ejecución llegó el 12 de enero. Dos días después José Francisco salió de la prisión de Ondarreta y fue llevado por cinco guardias civiles en coche a esa localidad, a donde llegó «sereno y resignado», según la prensa. Inmediatamente fue puesto en capilla. El día 15 se le comunicó que la ejecución sería pública y se llevaría a cabo a las 8 de la mañana del día siguiente.

El verdugo de Burgos, Gregorio Mayoral, y un aparato de garrote vil como el que utilizaba para las ejecuciones.

En paralelo, el verdugo de Burgos, Gregorio Mayoral, uno de los ejecutores con garrote vil más famosos de España, había llegado en el tren correo hasta Zumarraga el día 14 y en diligencia se trasladó a Azpeitia. Dispuso el levantamiento del cadalso. Al no contar con patio, este se levantó fuera, a un lado de la cárcel. Tres carpinteros, bajo la supervisión del ejecutor, fueron clavando las tablas y tablones de madera.

La ejecución a garrote vil

La prensa detalló que el ánimo del parricida, que había dado buena cuenta de la comida que le llevaron los carceleros, decayó durante la noche antes de la ejecución. Le tuvieron que animar con bastantes tazas de café. Apenas durmió, oyó misa y comulgó.

A pesar de la lluvia torrencial que caía más de 6.000 personas, de toda Gipuzkoa, e incluso de Bizkaia, se dieron cita en Azpeitia dado el cariz del crimen, un hecho contra natura, y lo inusual de una ejecución pública. Las fondas y posadas de la zona se quedaron sin habitaciones debido al gran número de «forasteros» venidos, y hubo bares que no cerraron en toda la noche. Las fuerzas del Regimiento Valencia, guardias civiles, miqueletes y alguaciles fueron los encargados de velar por el orden.

La gente ocupaba las laderas y no se explicaba cómo la enemistad de un hijo con su padre pudo acabar en un parricidio, discutía sobre cuál pudo ser el móvil, cómo se desarrolló el juicio y si era justa o no la sentencia. Se comentaba sobre la última pena capital en la villa del Urola. Al parecer había sido por ahorcamiento, hacía 80 ó 100 años.

El condenado parecía «un cadáver animado» antes de ser ejecutado por el verdugo con tres vueltas de torniquete

En medio de esta gran expectación el verdugo Gregorio Mayoral subió al patíbulo, colocó el garrote vil y lo engrasó ante la atónita mirada del público. Dos soldados estaban junto al telegrafista por si llegaba el indulto a última hora cuando de la cárcel salió la fúnebre comitiva: cuatro soldados con la bayoneta calada, dos jesuitas, el verdugo y detrás el condenado. Este era llevado al vuelo por dos hermanos de la cofradía de la Veracruz. «Parecía un cadáver animado», publicaron los periodistas presentes.

Vista parcial de Aia. Ojanguren / Gure Gipuzkoa

José Francisco vio al verdugo y le flaquearon tanto las piernas como la fe, al punto de que desfalleció. Subió las gradas del cadalso ayudado por los cofrades. Un padre jesuita se dirigió al público en medio de un ambiente de tenso silencio. Lo hizo en euskera a petición del reo. En su nombre pidió perdón a todos los que hubiese ofendido. Dijo también que se arrepentía de haber calumniado la memoria de su padre y que el móvil había sido el dinero. Por último, el coadjutor entonó un Credo como última oración por el alma del reo, siendo coreado por la muchedumbre.

El verdugo Gregorio Mayoral, que según los testigos era más bien bajo y gordo, de ojos pequeños, barba rizada y crecida, mal aseado y vestido con una americana ennegrecida por vieja, ató las pies del reo al madero, luego la cintura y los brazos. Le cubrió el rostro con un paño negro. Los preparativos del ejecutor, sobre todo al arreglar la argolla, fueron recibidos con desagrado por el público. Impasible gracias a su veteranía dio tres vueltas de torniquete. Eran las ocho y diez de la mañana del 16 de enero de 1900. José Francisco Tejería había fallecido. Su cadáver quedó en el palo hasta la puesta de sol. Mucha gente desfiló por delante del cadáver. Fue el final de un parricidio que provocó una honda conmoción en Gipuzkoa durante años. A ello contribuyeron los bertso-paperak del azkoitiarra Joan Mari Zubizarreta Larrañaga, 'Etxeberritxo', (1855-1905). Sus hojas impresas con estrofas sobre el parricidio se vendieron con gran éxito en las ferias, mercados y fiestas.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco El parricida de Aia que acabó en el garrote vil