Historias de Gipuzkoa

Un pequeño guipuzcoano en la corte de Felipe 'El Grande'

Velázquez retrató tres veces al enano Francisco Lezcano, echador de cartas y compañero de juegos del príncipe heredero

Jueves, 23 de febrero 2023, 07:09

Nos trasladamos al llamado Siglo de Oro español, el XVII, y a la fabulosa corte de Felipe IV, rey apodado 'El Grande'. En torno a su majestad, por el Real Alcázar de Madrid pululaba toda una muchedumbre de funcionarios y sirvientes: secretarios, escribanos, tesoreros, mayordomos, ... caballerizos, guardarropas, sacerdotes, médicos, cocineros, músicos... sin que pudieran faltar enanos, bufones y truhanes encargados de entretener y divertir a la familia real y a sus cortesanos. Pues en aquella época tanto más importante se consideraba a un monarca cuanto más extensa y variada fuera la nómina de raros y extravagantes a su servicio, las también llamadas 'gentes de placer'.

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Desde Polonia llegaban tantos enanos palaciegos que se llegó a pensar que los fabricaban mediante algún artificio

España era potencia internacional en la producción de 'locos' que se exportaban a las cortes europeas, mientras que de Polonia llegaban tantos enanos palaciegos que se llegó a pensar que los fabricaban mediante algún artificio (se rumoreaba que a los recién nacidos les aplicaban un ungüento en la columna vertebral y en las articulaciones para frenar su desarrollo). Polaco era precisamente uno de los más afamados e ilustres de todos los tiempos, Joseph Boruwlaski, caballero erudito, cosmopolita y exquisito que en sus escasos 99 centímetros concentraba enormes saberes (hablaba polaco, alemán, francés e inglés, y disertaba sobre matemáticas, filosofía o religión), además de talentos artísticos (componía música que él mismo interpretaba mediante una guitarrita y un violoncito a su tamaño). Pero el hipersensible Joseph, inestimado por su poquedad física, sufría al verse tratado por sus semejantes poco más que como un muñeco sofisticado.

Hagámonos cuenta de las humillaciones, pesares y dificultades que lastraban la vida de aquellos que por su condición chiquita no podían dedicarse al ejército, entrar en la Iglesia ni casarse ventajosamente, y para quienes el 'oficio de burlas' era una manera de abrirse camino dignamente. No es broma: hacerse el loco, y hacerlo bien, suponía un modus vivendi para escapar a la marginación y a la miseria, como bien lo explicó el bufón judeonavarro Francesillo de Zúñiga en su memorable 'Crónica Burlesca del Emperador Carlos V'.

Entre demasía y mengua

A enanos y enanas de la corte de Felipe IV los conocemos hoy por los retratos realizados por Diego Velázquez. Entre ellos, hay uno por el que este sentía cierta predilección al punto que le hizo posar varias veces frente a su caballete: se llamaba Francisco Lezcano o Lazcano y respondía al apodo de 'El Vizcaíno'; es decir, era vasco y, por su apellido, con gran probabilidad guipuzcoano. Comúnmente, a príncipes e infantas se les asignaba un enano como asistente personal y compañero de juegos, y así se ve por ejemplo en 'Las meninas'. Con esa función ingresó Lezcano en la corte en 1634 al servicio del príncipe Baltasar Carlos, entonces de cinco años, heredero directo al trono cuya vida se truncó prematuramente en la adolescencia.

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'El príncipe Baltasar Carlos con un enano', que no es otro que Lazcanillo. Museo de Bellas Artes de Boston

La figura de nuestro paisano se ha identificado en tres extraordinarios lienzos de Velázquez. El primero, una suntuosa composición titulada 'El príncipe Baltasar Carlos con un enano' donde el niño, envestido con todos los atributos principescos, ocupa el centro de la tela en posición mayestática; por debajo, su diminuto amigo en gracioso escorzo con un sonajero en una mano y una manzana en la otra. Se ha objetado que el cuadro data de 1631, tres años antes de que nuestro Francisco ingresara en la corte, pero recientes interpretaciones han descubierto una superposición temporal entre el plano superior y el inferior el cual sería un añadido de fechas posteriores. Respecto a la razón de reunir en una misma composición la majestad principesca y la bizarrería retaca, con ello se pretendía, al decir de los tratadistas de la época, que «entre demasía y mengua se divisara mejor la hermosura y proporción de lo que es cabal». Es decir, que por contraste se buscaba dar prueba de la perfección moral y la donosura de la realeza, así como de su magnanimidad al acoger en su cámara a gentes salidas de la 'corte de los milagros'.

Francisco de Lezcano, retratado por Velázquez en 'El príncipe Baltasar Carlos en el picadero', en la esquina inferior derecha. Colección Duque Westminster

También asoma su achaparrado cuerpecillo en 'El príncipe Baltasar Carlos en el picadero', agazapado tras la grupa del caballo de su protector. Desde allí apunta con el dedo hacia el lado opuesto donde se halla el siempre presuntuoso conde-duque de Olivares, quizá como muda acusación contra el muy odiado ministro. Pero, sobre todo, Lezcanillo es el protagonista de uno de los más conocidos retratos de Velázquez: 'El niño de Vallecas', título absurdo que alguien le adjudicó caprichosamente en el siglo XIX. Según los entendidos, ningún otro enano velazqueño iguala a este por su tratamiento y profundidad psicológica. La pureza de la figura, concentrada en las manos sosteniendo un mazo de cartas, el colorido apagado y el marco grutesco revelador del carácter introvertido del personaje, transpiran la dulce melancolía de un universo de infinita soledad. Una obra maestra.

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Lezcanillo es el protagonista de uno de los más conocidos retratos de Velázquez: 'El niño de Vallecas'. Museo del Prado

La Margaritona y 'el Pollo de Cartagena'

La baraja que tiene entre manos nos informa de que Francisco se ganaba un sobresueldo leyendo el porvenir con las barajas, como echador de suertes. Cuentan las crónicas que, como buen vasco, Francisco era de pocas palabras y de inclinación taciturna, aunque cuando alguien le daba una moneda para que le vaticinara el porvenir con los naipes se le soltaba la lengua y despertaba el ingenio. No era aficionado a la vida social. Apenas frecuentaba más que lo justo la tertulia de la Margaritona, alcahueta de la calle del Barquillo, que era círculo de preferencia de los enanos de la corte alrededor de un chocolate y una copa de aguardiente.

Taciturno

Como buen vasco, Francisco era de pocas palabras, aunque cuando alguien le daba una moneda para que le vaticinara el porvenir se le soltaba la lengua y despertaba el ingenio

En sus años de profesión cortesana sólo intimó de verdad con un colega: Pepe Alvarez, alias 'el Pollo de Cartagena'. Más que amigos se querían como dos hermanos, por lo cual para el pequeño guipuzcoano fue un golpe irreparable que al 'Pollo' lo encerraran en el manicomio de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza, castigo habitual para los locos que se pasaban de la raya... o que retornaban a la normalidad, que venía a ser lo mismo. El delito de Pepe fue que, durante una suntuosa recepción palaciega, no tuvo mejor idea que, desde una balconada, ir arrojando sobre las egregias cabezas de los Grandes de España los piojos que iba pescando en su infesta pelambrera.

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Un doctor sabelotodo describió al protagonista del famoso cuadro como a «un cretino oligofrénico de perruna fidelidad». Pero las hilachas biográficas que conocemos, junto con el sutil tratamiento psicológico que le dispensó Velázquez, apuntan, muy al contrario, a un Francisco Lezcano vivo, lúcido y chispeante. Un tipo pequeño tras el que se vislumbra una historia grande.

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