La España de 1914, que tenía en San Sebastián una de sus cortes de verano, no estaba en condiciones -aparentemente- de entrar en la que entonces se iba a llamar «Gran Guerra» y hoy conocemos como «Primera Guerra Mundial».
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En realidad el país sí podría ... haber entrado en esa conflagración. La capacidad industrial de España, puesta a prueba durante el conflicto, demostraría que, si se hubiera querido, el país pudo haber sido uno de los participantes en aquella guerra tan temida como esperada por muchos. España, incluidas notables empresas de armamento guipuzcoanas, demostró, a lo largo de aquellos cuatro años que iban de 1914 a 1918, que ese país podía abastecer de munición y armamento a los beligerantes sin mayor problema y con un notable beneficio.
Con respecto al material humano, tampoco parece que hubiera mayor problema. Portugal, en no muy distintas o, incluso, peores condiciones económicas y sociales que España, entró en el conflicto forzada por sus relaciones de subordinación con Gran Bretaña y abasteció al terrible Frente Occidental de numerosos efectivos cuya historia es aún injustamente muy poco conocida, pero no por eso menos real.
Si España no entró en el conflicto la causa más probable habría que buscarla en uno de los más destacados veraneantes de San Sebastián: el rey Alfonso XIII. Pese a sus lazos familiares con las principales casas reinantes enfrentadas en esa 'Gran Guerra', el rey que paseaba despreocupadamente por La Concha en aquellos meses de verano de la 'Belle Époque', no debía de ser ajeno a las consecuencias que podría traer la entrada en guerra para un trono que no era tan firme como aparentaba. La corona portuguesa ya había caído en 1910. La italiana se tambalearía en 1918 pese a ser una de las vencedoras de esa Primera Guerra Mundial. La rusa no pudo acabar peor incluso antes de que terminase la guerra…
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La resistencia de los sucesivos gobiernos españoles, entre 1914 y 1918, a oír los llamados tanto de los aliados como de las Potencias Centrales para que España entrase en guerra, es una buena prueba de esa cauta prudencia del soberano.
Algo que, sin embargo, no evitó que aquella corte de verano donostiarra, lo mismo que la de invierno, se convirtiera en un hervidero de intrigas y de espías. Algunos no tan famosos como la ya mítica Mata Hari (cuya presencia se detecta tanto en San Sebastián como en la costa del Bidasoa) pero sí mucho más bulliciosos. Como Bolo Pachá, que, según se dijo, en el mismo corazón del mismo veraneo donostiarra, trata de comprometer, en octubre de 1916, al conde de Romanones -en ese momento ejerciendo de jefe de gobierno- para que España, al fin, se decida a apoyar a sus parientes austríacos entrando en guerra a favor de los Imperios Centrales.
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La inveterada astucia y sinuosidad del conde impidieron, una vez más, que esto llegase a ocurrir. Pero esas cualidades no pudieron evitar que los ecos de la guerra repercutiesen sobre la Costa Vasca, donde con tan relativa placidez veraneaba el acuciado gobierno de España. Así otros espías, otras intrigas -desde los elegantes salones de té de hoteles como el «María Cristina», hasta las playas y puertos guipuzcoanos- hicieron sentir -con contundencia- los efectos de aquella «Gran Guerra» en esta provincia fronteriza. Demasiado fronteriza.
Los primeros incidentes se registraron en una fecha tan significativa como el 13 de febrero de 1917. Justo cuando en París se detenía a la agente H-21, más conocida como Mata Hari. Ese mismo día se recogía en la Prensa guipuzcoana un grueso hecho del que habían sido testigos los tripulantes del pesquero hondarribiarra Goizeko-Izarra II. Uno de ellos, José Maria Zamora, declaraba a «El Liberal Guipuzcoano» que cuando volvían a puerto tras faenar, hacia las 5 y media de la tarde, habían visto emerger junto a ellos a un submarino alemán que empezó a cañonear las fábricas de Bocau y Bayona con hasta 18 disparos. A ese fuego respondieron las baterías francesas que protegían esa costa. Obligando al U-Boot a sumergirse.
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¿Cómo habían logrado los marinos alemanes tan exacta información para atacar uno de los puntos neurálgicos de la fabricación de suministros francesa? Para «El Liberal Guipuzcoano» el incidente estaba estrechamente relacionado con la presencia en la ciudad fronteriza de un automóvil calificado de «extraño», que llevaba a bordo a «dos señores de aspecto alemán» que se acercaron hasta el Faro de Higuer, donde preguntaron por la distancia a la que faenaban los pesqueros hondarribiarras e incluso pidieron al farero unos prismáticos que él se negó a darles. Para ese periódico donostiarra quedaba así claro que se trataba de espías alemanes, con el objetivo de reunir información sobre el paso de barcos mercantes por esa latitud, a fin de que sus submarinos pudieran atacarlos...
Otros números posteriores de «El Liberal Guipuzcoano» recogían más información sobre lo ocurrido. Así en el de 14 de febrero de 1917 se comentaban -a través del corresponsal hondarribiarra de ese rotativo- las declaraciones francesas sobre los daños causados, que se minimizaban, señalando además las autoridades del país vecino que el objetivo alemán había sido, sobre todo, minar la moral de combate de esa localidad vascofrancesa. En el del día 15 se plasmaban, en primera plana, las impresiones de un periodista anónimo que presenció desde el fuerte de Guadalupe el ataque alemán. A vista de pájaro y en compañía del comandante de ese puesto, que había calificado de «mucha audacia» la acción del submarino teutón. También se recogían ahí las declaraciones del patrón del Goizeko-Argia II, Cashimiro Póthoa, que indicó que, estar bajo ese fuego cruzado, les había proporcionado un buen susto.
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Meses después, en el verano de ese año 1917, se convertía en certeza la especulación del redactor de «El Liberal Guipuzcoano» sobre la implicación de los dos presuntos espías de aspecto alemán buscando coordenadas en esa latitud para que los submarinos del Segundo Reich llevasen a cabo ataques como esos contra convoyes aliados.
Así, a principios de julio de 1917, «La Constancia», periódico de linea editorial opuesta a «El Liberal Guipuzcoano», informaba en su edición del día 6 de una formidable explosión en la bahía hondarribiarra a las siete de la mañana, propiciando la alarma entre los vecinos de esa ciudad.
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La explicación de «La Constancia» apuntaba, de manera bastante morigerada -como correspondía a un rotativo germanófilo- que la explosión podría haber sido debida a un ataque de submarinos alemanes contra un convoy aliado, pues en esos momentos, uno de los que pasaba ante la costa hondarribiarra, había hecho una maniobra extraña, dispersando sus unidades, siguiendo unas la ruta marcada y volviendo otras a la costa española. Si bien «La Constancia» -germanófila hasta el fin- también señalaba que podría haber sido esa explosión fruto de un descuido con una mina…
Este habría sido, pues, el fruto de la acción de los espías alemanes en aquella Costa Vasca que vivía los últimos años de una bella época que moría en los campos de Francia. Como cantaba Carlos Gardel en el escalofriante tango «Silencio».
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