Historias de Gipuzkoa

Recadistas de Gipuzkoa: un oficio de ida y vuelta

Cada comarca y población importante disponía de estos profesionales con funciones de transportistas, carteros, avisadores y, en ocasiones, de correveidiles

Jueves, 9 de marzo 2023, 07:56

Hoy, para enviar o recibir paquetes, documentos o regalos contamos con empresas de mensajería dotadas de vehículos y de personal debidamente encuadrado, y con una red de puntos de entrega y recogida. Pero hasta hace relativamente poco, este trabajo lo hacían personas a título individual, ... las y los recadistas, con medios elementales. No había comarca ni población importante en Gipuzkoa que no dispusiera de recadistas, cuyos nombres y lugares de parada eran conocidos por todos y a quienes se requería para llevar o traer bienes de cualquier tipo. Cumplían la función de transportistas, de distribuidores comerciales, de carteros, de avisadores, de intermediarios y en algunos casos también de correveidiles.

Publicidad

Desde finales de la Guerra Civil el oficio se fue masculinizando, pues anteriormente eran sobre todo mujeres las más dedicadas. Se cuenta que las había capaces de recorrer en un solo día decenas de kilómetros cargadas de paquetes a pie o a lomos del tradicional 'borrico de la recadista', esto antes de que se fuera imponiendo el carrito tirado por pottoka, y ya bien adentrado el siglo XX los coches y furgonetas. Pero los y las recadistas que nosotros hemos conocido se movían sobre todo en ferrocarril combinado con el autobús y con la bicicleta en los pequeños desplazamientos. Estampa habitual era la de los recadistas con grandes cestas subiendo o bajando de los trenes y empalmando conexiones en las estaciones de RENFE, del tren del Urola, del 'Topo' o del Vasco-Navarro del Alto Deba.

Había recadistas capaces de recorrer en un solo día decenas de kilómetros cargadas de paquetes a pie o a lomos del tradicional 'borrico de la recadista'

Cada profesional tenía una ruta fijada que normalmente unía su comarca con alguna de las capitales vascas. Una o varias veces a la semana hacían ese recorrido de ida y vuelta, dejando o recogiendo encargos en las paradas intermedias sin necesidad de bajar del tren por el procedimiento de intercambiar bultos a través de la ventanilla con los clientes o con los colegas de la localidad; porque, al igual que las compañías de mensajería actuales, también ellos y ellas trabajaban en red. Por cada servicio cobraban un tanto en función de la distancia y del volumen del objeto transportado.

Domingo, recadista en Tolosa, con su carretilla. Dirigió una propiedad de 'Transportes Múgica', y llevaba personas y mercancías de Tolosa a Betelu, y viceversa.

Disciplina y honradez

En la prensa histórica de Gipuzkoa encontramos numerosos anuncios como este de 1918: «Recadista de Oñate a San Sebastián. Saldrá todos los jueves de dicho pueblo recogiendo encargos en Mondragón, Vergara, Placencia, Eibar y demás pueblos del trayecto. Acudiendo al paso del recadista, excepto en Eibar, que los recibirá en la Zapatería de Román Balanzategui (calle María Ángela) y en San Sebastián en Kojoenea». Es decir, que los clientes, tanto para la entrega como para la recogida, debían esperar en la estación al paso del tren, salvo en la villa armera y en la capital donde contaban con bases operacionales. Muy conocidos como depósitos de recadistas eran en Donostia los bares Benito y Guria, cerca de la estación de Amara, o El Zarauztarra en la Parte Vieja.

Publicidad

Solían aprovechar las diferencias de precios entre capitales vascas para sacar algún rendimiento a la compraventa

En algún caso, los recadistas ejercían como vendedores a comisión. Cuando detectaban la demanda de un determinado producto (de calzado o higiene, telas, medias de señora, etc.), traían muestras para ofrecer al vecindario y por cada pedido se llevaban un tanto. También solían aprovechar las diferencias de precios entre capitales (en Vitoria el coste de la vida era inferior al de San Sebastián) para sacar algún rendimiento a la compraventa entre una ciudad y otra.

Desde los pueblos, los recadistas transportaban habitualmente productos de consumo como huevos, alubias, mantequilla… También les encomendaban gestiones administrativas (entrega de instancias o de impresos en dependencias oficiales o en bancos de la capital), y para ello portaban una cartera que custodiaban con especial vigilancia. No raras veces se les confiaba dinero para realizar pagos, incluso en cantidades importantes, sin que mediara recibo o justificante alguno. De ahí que aptitudes valoradas en el oficio eran la disciplina en el cumplimiento de los servicios y la honradez.

Publicidad

A su regreso de la capital los recadistas traían trajes, vestidos, calzado, sombreros o décimos de lotería por Navidad, entre otras muchas cosas. De vez en cuando recibían alguna solicitud atípica como la de llevar agua de La Concha a un vecino de un pueblo guipuzcoano del interior al que el médico se la había recetado.

Angel Cruz Jaka, recadista popular de Zumarraga, posa mirando un cuadro de su casa.

Minuta «por llevar recuerdos»

El o la recadista era figura popular y, además de imprescindible para la circulación de bienes e intercambios en una época de escasa movilidad, generalmente apreciada como gente expansiva y comunicativa. Se solían dar los tipos pintorescos, como 'Catharro', apodo de un recadista gigantón que cubría dos veces a la semana el trayecto entre Eibar y Vitoria en un carro tirado por caballos y acompañado de un perro con tan malas pulgas como su dueño. Contaba Donato Gallastegui, de Bergara, que al llegar a la población hacía sonar su corneta y cantaba: «El que tenga una maleta / que me traiga a mí / txikitan bat / perruan bi / errialian dozena erdi / el que tenga una maleta / que me traiga a mí». De este modo invitaba a los vecinos a que le confiaran sus recados por los que cobraba según fueran al por menor o al por mayor.

Publicidad

Tuvimos el privilegio de conocer y de tratar a Ángel Cruz Jaka Legorburu, durante cuarenta años recadista del Alto Urola y prolífico historiador del pasado de Urretxu y Zumarraga. Orgullosamente decía Jaka que su oficio fue para él una universidad que le puso en contacto con personas de las que pudo aprender mucho. De su amistad con otros espíritus inquietos como el suyo surgió en 1959 la Academia Errante para recuperar lo mejor y más valioso de la cultura vasca en un periodo de amordazamiento de las expresiones autóctonas. Experiencia sin parangón en la dictadura, la Academia terminó cuando agentes de la Brigada Político Social de Gipuzkoa exigieron a Ángel Cruz Jaka el cese inmediato de sus actividades pues de lo contrario acabarían 'descubriendo' que transportaba propaganda ilegal en sus paquetes. Triste desenlace que retrata unos tiempos no menos tristes.

Y es que el de recadista era un oficio peligroso en tiempos convulsos. En las guerras eran sospechosos como confidentes, y en la posguerra tenían fama de estraperlistas por lo que estaban sometidos a especial vigilancia. Cuando eran sorprendidos con tabaco, café, harina, chorizos o patatas, la policía se lo incautaba haciendo mella en sus humildes economías.

Publicidad

Para terminar, una divertida anécdota que recoge Carmelo Urdangarín en su notable recopilación de oficios tradicionales. Un vecino pelmazo cada vez que se encontraba con el recadista de su localidad le pedía que en la capital diera «Recuerdos» a un familiar allí residente. Tantas veces se lo repitió, que el mandadero, harto del encarguito, acabó pasándole una minuta «Por llevar recuerdos»; y al fin cesó la tabarra.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad