Antes de que el ferrocarril uniera, sobre el Bidasoa, la Península con Francia y el resto de Europa, existió el llamado Camino Real de Coches.
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Así el río Bidasoa, y la Isla de los Faisanes, como es bien sabido, fueron escenario para intercambio de príncipes y princesas y para discutir espesos tratados de paz que hacían y deshacían Europa y con ella gran parte del mundo.
El año 1659 fue uno de los más agitados a ese respecto. Se firmaba allí entonces una paz que, se suponía, iba a asentar definitivamente las disputas por el control del continente entre España y Francia. Lo cierto es que aquel tratado, como muchos otros, pronto fue papel mojado. Como si el cardenal Mazarino y don Luis de Haro hubieran arrojado al Bidasoa los pliegos que acababan de firmar.
Así, tras ese año 1659, la guerra entre España y Francia volvió a estallar, sucediéndose casi sin interrupción. En 1667, en 1673, en 1688… hasta que, a partir de 1700, Francia, incapaz de afrontar las coaliciones sostenidas y financiadas por España, invertirá las alianzas consiguiendo que el último Habsburgo español nombrase heredero a un príncipe Borbón.
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Desde ese momento, y hasta la revolución francesa, España y Francia serían firmes aliadas salvo durante contadas, y breves, excepciones.
A partir de 1792, con la ejecución de Luis XVI, las cosas cambiarían, retornando, más o menos, al estado en el que se encontraban en 1700. Es decir, con España unida a todas las potencias que se enfrentaban a Francia.
La situación volvería a cambiar en 1795, con la Paz de Basilea, que constataba que el nuevo estado revolucionario francés era demasiado poderoso como para ser derrotado ni siquiera por una alianza general de Europa como las que habían desgastado a Luis XIV hasta el punto de llevarlo a hacerse con el trono español por medio de la intriga y la diplomacia. Y no a través de la guerra.
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Así pues, desde 1795 en adelante, España y Francia volverían a ser fieles aliadas. De hecho el reino peninsular aguantó estoicamente todas las convulsiones políticas que su nuevo aliado iba sufriendo.
Así la Corte de Madrid aceptó al gobierno termidoriano que había acabado con el baño de sangre de los jacobinos (al fin y al cabo Teresa Cabarrús, una española, con raíces vascas y navarras además, había sido una de sus principales impulsoras). Después aceptó el Consulado. Y también aceptó que de ahí uno de los tres cónsules, Napoleón Bonaparte, decidiera crear un imperio francés a partir de las numerosas victorias que él y otros generales revolucionarios menos conocidos habían conseguido para aquella nueva Francia.
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Napoleón se convertía así en el árbitro de Europa y de ese modo, una vez más, el Bidasoa, la terminal guipuzcoana del Camino Real de Coches, se iba a convertir en escenario de un nuevo drama histórico relacionado, esta vez, con aquel ambicioso teniente de Artillería corso que se había elevado, a base de genio y audacia, hasta la corona imperial y el dominio casi absoluto de aquel continente tan decisivo que era Europa…
El Archivo General guipuzcoano tiene entre sus numerosos expedientes uno anotado en sus índices como JD IM 1/2/23. Según su ficha se conserva en muy buen estado. Cosa nada sencilla tras haber sufrido los avatares de dos siglos que incluyeron las guerras napoleónicas.
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El expediente indica que en él se recogen los actos relativos al tránsito por la provincia de la llamada reina de Etruria.
¿Quién era tan ilustre persona a la que se rendía homenaje en tierra guipuzcoana de modo tan serio?
Era la hija de Carlos IV y de María Luisa de Parma, hermana, por tanto, del futuro Fernando VII. Como estos otros personajes históricos ella, María Luisa Josefina Antonieta de Borbón, reina de Etruria, iba a sufrir las consecuencias de la revuelta Política de esa Europa napoleónica.
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En sus «Memorias» publicadas en 1814 en francés por un editor parisino, la reina contará cómo acabó en tierras vascas a partir del 3 de mayo de 1808. Dice así que apenas recuperada del sarampión que había padecido en esos críticos momentos, tomó desde Madrid el camino hacia la frontera.
Pese al cuidado que pusieron las autoridades guipuzcoanas en recibirla y agasajarla, María Luisa no dedica a ese momento demasiada atención.
Así en las «Memorias» pasa directamente de Madrid a Bayona, donde se encuentra con sus padres que le revelan la funesta situación en la que, finalmente, les han puesto las ambiciones de Napoleón.
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Las palabras de Carlos IV y su mujer que recoge su hija en estas «Memorias» resultan categóricas. Más o menos vienen a decirle que la casa de Borbón ha dejado de reinar desde ese momento.
Aun así María Luisa se niega a aceptar el designio napoleónico y exigirá ver al emperador, que, en esos momentos, se encuentra en Bayona. Entrevista a la que Bonaparte se negará de manera agria.
Se cerraba así el último acto de la tragedia que había comenzado en Madrid y culminaba en Bayona tras pasar la reina de Etruria por tierras guipuzcoanas, donde se le rendirá el debido homenaje. Pese a que, en la práctica, María Luisa ya no era nadie. Tan sólo una prisionera de estado de Napoleón Bonaparte que la había sacado de aquel Madrid amotinado el 2 de mayo tan sólo para despojarla, cómodamente, de todo vestigio de soberanía sobre su estratégico reino italiano, con base en Florencia y rebautizado con el pintoresco nombre de «Etruria».
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En esas horas en las que María Luisa pasa por tierras guipuzcoanas ella, todavía, parece no darse por enterada de que finalmente Bonaparte se ha vuelto contra los Borbón, a los que, en ese mayo de 1808, no les quedan más defensores que los amotinados en Madrid y unas autoridades locales (incluidas las guipuzcoanas) que aún mantienen cierta consideración hacia ellos.
Algo que María Luisa no demuestra valorar demasiado -como se deduce de lo que dice en sus «Memorias»- entregándose, más bien resignada, a los despóticos designios de Napoleón que de Bayona le ordena ir a Valençay y de allí a Fontainebleau, donde permanecerá prisionera de estado hasta que el imperio napoleónico y sus ambiciones se derrumban.
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Realmente la reina de Etruria calculaba mal en esos momentos tan tristes para ella. Otros documentos guipuzcoanos de esas fechas tan épicas, tan románticas si se quiere ver así, hablan de que poco tiempo después del paso de María Luisa por esta provincia, toda una nación, desde allí hasta Gibraltar, se ha alzado en armas para derrotar a ese mismo Napoleón que ha traicionado tantas esperanzas y confianzas. Pronto, mientras María Luisa y sus hermanos marchan camino de Valençay llegan a esa provincia noticias de que el motín del 2 de mayo es ya toda una declaración de guerra, que, en pocos años le devolverá a ella sus tierras y patrimonio...
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