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El rey de Albania que provenía de BidaniaTodo era novelesco y fascinante en la vida de Juan Pedro Aladro. Empezando por sus supuestos orígenes familiares. Decía que, estando en Nápoles al servicio del futuro Carlos III de España, su bisabuelo se enamoró de la princesa heredera de Albania que vivía exiliada en ... Italia. Se casaron y tuvieron un hijo, su aitona, que vino al mundo en la guipuzcoana Bidania. Juan Pedro haría valer este linaje para postularse como legítimo aspirante al trono balcánico. A ello le empujó otra poética circunstancia: su difunta bisabuela, la Princesa Kastrioti, se le apareció en un sueño para conminarle: «Combate por la liberación de Albania y te convertirás en su rey».
La capacidad de convicción de Juan Pedro, su aristócrata forma de vida y las maneras de personaje tocado por Clío, la diosa de la Historia, hacían que pareciese verídico todo lo que contaba. Así, para acreditar que descendía directamente de Jorge Kastrioti, llamado Skanderbeg, fundador de la dinastía real albanesa y héroe nacional por su resistencia al invasor turco a finales de la Edad Media, Aladro se exhibía teatralmente a pecho descubierto: desabrochándose la pechera, enseñaba una marca de nacimiento en el hombro derecho con forma de hoja de puñal, estigma familiar que, según afirmaba con voz grave, solo los Skanderbeg poseían. A los cándidos patriotas albaneses no les quedaba sino rendirse a la 'evidencia': se encontraban ante el legítimo sucesor del gran padre de la nación.
En cuanto a sus 'paisanos' vascos, difícilmente podían poner en duda la palabra de un caballero y hombre de mundo que pese a haber nacido en Jerez de la Frontera y no haber vivido nunca aquí, se expresaba en un elegante y correcto euskera. Además de eso, estaba al tanto de todas las novedades culturales del país a través de la revista Euskal Erria, a la que estuvo suscrito desde su creación en 1880, y de cuantas publicaciones salían de la imprenta Baroja que puntualmente se le remitían desde Donostia a su domicilio parisino.
Hijo natural de la gaditana Isabel Aladro Pérez, quien durante los primeros veinte años le hizo pasar por su hermano menor, en 1866 el empresario vinatero Juan Pedro Domecq, propietario de las famosas bodegas jerezanas, reconoció su paternidad y lo designó como heredero único de su inmensa fortuna. Adoptó entonces el nombre de Juan Pedro Aladro Domecq y empezó una nueva vida.
El extravagante Aladro estudió Derecho en Sevilla e hizo carrera como diplomático representando a España en Bruselas, París, Viena, La Haya y Bucarest entre 1867 y 1885. En reconocimiento a sus altos servicios de mediación entre las naciones, fue investido como Caballero de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y como Comendador de la Orden de Carlos III en su país, Gran Oficial de la Estrella y Gran Cruz de la Corona en Rumanía, Gran Cruz Jakovo de Serbia, Gran Cruz de San Alejandro de Bulgaria, Gran Oficial de la Orden de Osmanje de Turquía, Caballero de Francisco I de Nápoles y Caballero del Santo Sepulcro de Jerusalén, entre otras distinciones. También tuvo una breve experiencia política como diputado a Cortes en 1872 por el distrito de Villalba, provincia de Lugo, alineado con la facción monárquica alfonsina.
Fue precisamente la prematura muerte de Alfonso XII en 1886 lo que le hizo renunciar a su carrera y trasladarse a vivir a París, entonces capital diplomática europea, desde la que desplegaría una amplia campaña con el objetivo de ceñirse la corona de la futura Albania independiente. Con los contactos que había trenzado en el pasado, buscó apoyos en las principales cancillerías y también en el Vaticano donde fue recibido por el Papa con todos los honores.
Al mismo tiempo, reunió en torno a sí a los dispersos nacionalistas albaneses entre los que promovió el culto a su personalidad, cosa relativamente sencilla para un hombre riquísimo rodeado de partidarios pobrísimos. No escatimó medios: imprimió y distribuyó por toda Europa diarios y folletos en favor de su causa, repartió dinero y armas, y sufragó las actividades del Partido Nacional Albanés que en 1899 lo proclamó líder incuestionable con gran solemnidad: «Acuérdate de que te apellidas Kastrioti y llevas en tus venas sangre del gran Jorge Kastrioti Skanderbeg; que nosotros sufrimos y te llamamos en nuestra ayuda. Sé nuestro príncipe».
Al producirse la insurrección albanesa de 1911, Aladro armó tropas y se puso al frente para combatir al ocupante otomano. Tras tres días de encarnizada lucha, los turcos fueron derrotados en el desfiladero de Derelik, posición estratégica entre Albania y Montenegro. Juan Pedro no tardaría en escribir a sus amigos vascos anunciándoles la «nueva Covadonga Albanesa».
Pero el vaticinio que en sueños le hiciera su bisabuela la Princesa Kastrioti no se cumplió. A la declaración de independencia de Albania a finales de 1912, siguió un congreso internacional para la elección del nuevo monarca donde las potencias centrales europeas vetaron su candidatura por motivos religiosos, al entender que un católico español no podría gobernar un país cuya mitad de la población era de credo musulmán.
Una vez rotas sus ilusiones de majestad, Juan Pedro se dedicó al cultivo de las que fueron siempre sus grandes aficiones: la bibliofilia (poseía una suntuosa biblioteca con más de trece mil ejemplares, muchos de ellos rarezas), la adquisición de obras de arte y la cría de caballos de carreras que mantenía en su palacio de Jerez de la Frontera, ciudad donde una plaza con su nombre hoy le recuerda.
Se le definió como «perfecto caballero, fiel cristiano, excelente hijo y gran amateur de las bellas artes», a lo que habría que añadir notable políglota pues, como hemos dicho, hablaba correctamente euskera, también el español y el albano, por supuesto, pero dominaba igualmente el francés, el italiano, el inglés, el alemán y el ruso.
Casó tardíamente, a los 67 años, con una condesa belga, Juana Renesse y Maelcamp. La Princesa Kastrioti, como se hacía llamar, acabaría sus días, ya viuda, en San Sebastián, en la villa Alkolea del alto de Egia; fue enterrada en la iglesia San Ignacio del barrio de Gros en 1920.
Su marido le precedió unos años pues falleció en febrero de 1914 en su hotel particular de París situado muy cerca de la Torre Eiffel. En una carta dirigida a los redactores de la revista Euskal Erria, se despedía así: «Euskalerria aurrera! Adelante Vasconia! Shkiperia perpara! Adelante Albania!».
Sin duda, un personaje irrepetible.
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