En los últimos años se ha producido una curiosa resurrección histórica de un eminente personaje guipuzcoano. No otro que el almirante, y general, Blas de Lezo.
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Ese decantado marino nacido en la jurisdicción de la ciudad de San Sebastián a finales del siglo XVII, en ... Pasajes de San Pedro, despertó primero bastante interés en la España de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Así entre la inconveniente Guerra hispano-estadounidense de 1898 y la luctuosa guerra civil de 1936, no faltaron muchos escritos sobre el almirante pasaitarra. Nombres como López Alén, Valentín Picatoste o el poeta falangista José María Pemán convirtieron a Blas de Lezo en alguien conocido, en aquel país tan necesitado de recordar victorias pasadas para paliar las derrotas de Cuba y Filipinas y tan aturdido como para no constatar que en 1898 había batido al poderoso ejército estadounidense en Puerto Rico. O que ya para 1900, gracias a los buenos oficios diplomáticos del también donostiarra Fermín Lasala y Collado, estaba recuperando en África el tiempo y el territorio imperialista perdido. Un segundo imperio español que, sin embargo, parece no existir más allá de un puñado de libros de Historia que no leen quienes, al parecer, sí leen sobre el 'Desastre' del 98 o sobre la veterana hazaña de Cartagena de Indias en 1741.
Sin embargo después de la publicación de 'La Historia de España contada con sencillez', parece que Blas de Lezo -exceptuando a la Armada española- fue enviado a un rincón bastante oscuro del que sólo lo sacó un libro de un político colombiano: Pablo Victoria, que en el año 2005 parece dio el pistoletazo de salida para la publicación de muchos otros libros sobre Lezo. Entre ellos los de varios novelistas donostiarras como Juan Pérez-Foncea o Álber Vázquez.
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A todas esas publicaciones siguió una curiosa reacción (y más en un país que lee más bien poco) y que convirtió a Blas de Lezo en un personaje que pasó así del olvido a convertirse en una especie de héroe refundador de un Nacionalismo español que parece resurgir tras largas horas bajas y se manifiesta en, por ejemplo, enfervorizadas proclamas en redes sociales o en actos cuasi religiosos ante la estatua del almirante erigida en el centro de Madrid.
¿Estaría todo esto justificado mirado serenamente desde la Historia española, europea, vasca, guipuzcoana, donostiarra…?
La respuesta a una pregunta como esa pasa por manuales de Historia más que respetables dignos de toda clase de aplausos que, sin embargo, parecen tan olvidados como Blas de Lezo entre, aproximadamente, 1950 y 2005.
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Sería el caso de la Historia de España de Ramón Menéndez Pidal, una monumental enciclopedia redactada, durante décadas, por numerosos especialistas y esencial para quienes, ahora, quieren volver a conocer la Historia de ese país en el que Blas de Lezo ha sido convertido en una figura tan central como lo podría ser George Washington para la Historia de Estados Unidos.
En el volumen XXIX* de ella se explica algo que debería ser conocido hasta el último detalle por los hoy numerosos admiradores de Blas de Lezo.
Se trata del contexto en el que se dio la ahora famosa Batalla de Cartagena de Indias en la que él, con mayor o menor discusión, juega un papel que se ha ido magnificando y sacando de un contexto racional a medida que, desde el libro de Pablo Victoria, el personaje se inflaba hasta límites que, acaso, a él, le hubieran abochornado.
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Ese contexto tan fundamental es la guerra que se llamó 'de Sucesión austriaca'. Se trata de un conflicto en el que España, Francia y Gran Bretaña, las tres potencias que se disputan en el siglo XVIII el control de los mares, de Europa y de los imperios coloniales más allá del Atlántico, vuelven a enfrentarse. Utilizando como 'casus belli' la cuestión de quién iba a sentarse en el trono del imperio austriaco en Viena. Una cuestión que preocupaba, y mucho, a la poderosa alianza de las dos potencias borbónicas: Francia y España.
El volumen XXIX* de esa recomendable Historia de España de Menéndez Pidal nos explica así perfectamente el resultado de Cartagena de Indias: Gran Bretaña, en esas fechas, más allá de su Historia glorificada en el siglo XIX, apenas puede hacer frente a ese combinado de franceses y españoles que la derrotan numerosas veces en numerosos frentes. Bajo esa luz, y sin que el genio militar de Blas de Lezo pierda nada de su brillo, queda claro que la expedición de Vernon era casi un esfuerzo desesperado -incluso ridículo en su pretenciosidad- de desfondar a una España que estaba masacrando a los británicos y sus aliados por doquier dentro de la firme alianza con la Francia de Luis XV.
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Cartagena de Indias, ciertamente podía haber caído en manos del almirante Vernon y su malavenido compañero de armas: el general Wentworth. Y eso pese al valor y la pericia del virrey Eslava al mando de la plaza y del almirante Blas de Lezo. Sin embargo desde el punto de vista de las circunstancias históricas, Gran Bretaña estaba, en realidad, escenificando un acto de valor casi suicida ante Cartagena de Indias. Algo que quedaría aún más claro en la bahía de San Sebastián apenas dos años después de que Vernon tuviera que batirse en una vergonzosa retirada desde ese puerto sudamericano…
Es posible que cueste creer lo que nos relata el documento del archivo general guipuzcoano JD IM 3/4/69, pero es rigurosamente cierto. Tanto como cualquier documento británico sobre esa época. Y para quienes tengan curiosidad, su contexto ya está publicado en el Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián desde el año 2016.
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Diversa correspondencia contenida en ese documento indicaba que Gran Bretaña, en esos momentos, únicamente disponía de flotas muy deterioradas y mínimas con las que intentar un nuevo ataque a costas europeas o extraeuropeas controladas por la alianza de Francia y España. Como, por ejemplo, la bahía donostiarra.
Así las cosas sólo cinco barcos británicos podrán acercarse hasta la Concha a finales de mayo del año 1743 en el que sigue esa Guerra de Sucesión austriaca que Gran Bretaña perderá estrepitosamente en 1748.
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El papel que hace esa flotilla británica en ese momento en la Concha no podrá ser más vergonzoso… Al menos una de sus unidades tratará de aproximarse a la bahía. No llegará muy lejos, huyendo sin presentar combate cuando las baterías del Castillo de Urgull, servidas por veteranos marinos donostiarras, disparen sobre ella…
A tal punto, pues, había llegado el lamentable estado de Gran Bretaña en una guerra abundante en desastres -como el de Vernon- para ella y que esa retirada vergonzante ante la ciudad natal de Blas de Lezo hacía aún más obvia.
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Un pequeño hecho histórico sin duda, pero a tener en cuenta por quienes hoy quieran ponderar la biografía del almirante y la verdadera medida de lo que realmente ocurrió en Cartagena de Indias en 1741…
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