![Sodomía en Urretxu, 1569](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2023/10/04/urretxu.jpg)
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Una noche de julio de 1569, el vecindario de Urretxu se despertó con las grandes voces y las escandalosas palabras que se escuchaban desde la posada de la calle de Arriba donde dos huéspedes reñían violentamente. Hasta allí se llegó rápidamente el alcalde y juez ... ordinario, Domingo de Galdos, a fin de poner orden y tomar declaración a los contendientes.
Uno, Pedro de Vicuña, trajinero alavés, acusaba al otro, Joanes de Ibarguren, vendedor ambulante y vecino de Altzo, de agresión sexual. Según dijo, al poco de acostarse Joanes se introdujo en su cama y le «hizo presa de los compañones y natura» (los genitales y el pene), burlándose de su pequeño tamaño. Pedro le rechazó pero, más tarde, ya cuando dormía, sintió cómo Joanes le alzaba el camisón «y le quiso cabalgar por el culo teniendo la dicha natura derecha y enhiesta». Esta vez la reacción del alavés fue mucho más contundente: tomó a su agresor por los testículos con una mano mientras con la otra le abofeteaba y apostrofaba a gritos «¡puto hereje!». Fue en ese punto cuando se sobresaltaron las gentes de la posada y del vecindario.
El buhonero Ibarguren era hombre de cierta edad, flaco y de pequeña estatura, casado y con dos hijos. Por su oficio, pasaba la mayor parte del tiempo viajando por los pueblos guipuzcoanos y de las provincias limítrofes. No se le escapaba la gravedad de la acusación de sodomía, «delito y maleficio nefando contra natura», razón por la que en su declaración intentó rebajar los hechos a inocente divertimento entre dos hombres que conversan sobre mujeres y comparan sus genitales. Respecto a la furiosa arremetida de Pedro contra él, la achacó a sus pesadillas «por ser hombre que en sueños acostumbra a desvariar».
Una vez recogidos los testimonios, el alcalde y juez ordinario de Urretxu, el citado Domingo de Galdos, resolvió que Joanes ocultaba la verdad y para forzarle a que lo hiciera solicitó el servicio del verdugo del Corregimiento, un tal Alonso de Morga, asalariado de las Juntas de Gipuzkoa. Como se sabe, los guipuzcoanos en su calidad de hidalgos gozaban de inmunidad frente a castigos físicos; sin embargo, en 1497 se había introducido una excepción si se trataba de probar tan gravísimo delito como la sodomía.
El 25 de agosto, en la cárcel de la vieja casa concejil de Urretxu, en presencia del juez y del escribano, Joanes fue sometido a tormento a base de cordeles y garrote. Sujeto a una escalera con la cabeza hacia abajo, con piernas, muslos y muñecas fuertemente apretadas con cuerdas a modo de torniquetes, el verdugo fue oprimiendo las maromas mediante garrotes al tiempo que el juez le preguntaba cuántas veces anteriormente había cometido «el pecado de crimen nefando con varón o mujer o bestia». A las negativas del reo, el sayón ceñía aún más los cáñamos de modo que la circulación sanguínea se obstruía y el dolor se volvía insoportable.
En el límite del dolor, se quebró su resistencia y rompió a hablar. Fue describiendo, uno por uno, supuestos encuentros en mesones y posadas de Vitoria, Pamplona, Ormaiztegi, Tolosa, Hondarribia y otros lugares donde tuvo o intentó tener trato carnal con hombres generalmente de paso como él, trajineros, zapateros, mulateros..., muchas veces aprovechando que compartían cama según era costumbre en la época para pagar menos. En las primeras cinco rondas de tortura, Joanes confeso quince relaciones. Pero al juez ello le pareció insuficiente y ordenó proseguir con el suplicio, imperturbable ante los lamentos del agarrotado quien juraba que «aunque le den veinte muertes y hagan pedazos no ha cometido más de lo que tiene dicho y confesado». Finalmente, perdió el conocimiento.
A la reanudación del interrogatorio, cambió el método. Ahora se le aplicaría la llamada 'toca de agua': atado nuevamente a la escalera, con una suerte de embudo en la boca, el verdugo le iría forzando a beber tanta agua como fuera capaz de absorber. De este modo se le arrancaron otras seis confesiones, lo que daba un total de 21 actos carnales a lo largo de trece años. De ellos, solo tres podrían calificarse de consentidos, y en uno más fue el propio Joanes quien rechazó a un muchacho veinteañero «el cual era francés y quiso cabalgar a este confesante y no le dio la gana resistiéndole». El resto en su mayoría quedaron en amagos no consumados, bien por repulsión de los hombres tentados o bien por el temor a ser descubierto. No obstante, la legislación de la época no discernía entre el conato fallido y la ejecución plena, de manera que el solo intento se consideraba crimen nefando.
Confesó que, además de los viajantes antes aludidos, sus acercamientos en busca de «acceso y copulación carnal» se dirigieron hacia mancebos de entre 20 y 24 años, así como a criados y muchachos de 12 a 14 años cuya mocedad en algunos casos pudo facilitarle la plenitud del abuso.
El relato pormenorizado de los 21 episodios tampoco dejó satisfecho al juez Galdos, por lo que ordenó al verdugo que retomara las maniobras hasta «que diga y declare y confiese su verdad». Pero Joanes ya no daba de sí: manifestó que «aunque le ahoguen y maten no tiene más que decir ni confesar»; y que deseaba morir. Terminó así el interrogatorio. Descendido de la escalera, le ataron con cadena y grilletes y le depositaron sobre un camastro.
Al día siguiente, alcalde y escribano acudieron a visitar al reo en su celda. Lo encontraron colgado de una viga con un cordón al cuello. De inmediato se llamó a vecinos «para que vieren como el dicho Joanes de Ybarguren estaba ahorcado y muerto naturalmente», según registró literalmente el escribano, detalle importante puesto que eximía de toda responsabilidad moral a los torturadores.
Pero aún le aguardaba una última humillación al desdichado buhonero. Por decisión del alcalde, el cadáver fue paseado a lomos de un animal de carga por las calles de Urretxu mientras el pregonero anunciaba a voces su delito. Luego, sería echado al fuego y reducido a ceniza, la peor de las condenas que podía darse a un cristiano en la vida ultraterrena ya que le impediría participar de la resurrección de los muertos en el día del Juicio Final. De tejas abajo, todos sus bienes quedaron confiscados y sus herederos pagarían las costas del proceso.
Debemos a la historiadora Milagros Alvarez Urcelay el conocimiento de esta causa que es la única relacionada con la sodomía masculina que hasta el momento se conoce en los territorios vascos durante el Antiguo Régimen. En palabras de esta docente e investigadora de la sexualidad transgresora y su castigo en Gipuzkoa durante los siglos XVI al XVIII, la causa contra Joanes de Ibarguren «constituye un singular ejemplo de lo que pudo ser la realidad de la homosexualidad masculina en nuestros territorios, no solo por su carácter de exponente único de ella, sino también por la variedad de las situaciones que contiene y la crudeza de sus descripciones».
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