Secciones
Servicios
Destacamos
No es revelar ningún gran secreto que la relación de los grandes estudios cinematográficos de Hollywood con la Historia ha sido, cuando menos, bastante agria. La reciente polémica en torno al 'Napoleón' de Ridley Scott es bastante elocuente.
Si de la época actual, más cuidadosa -al menos en teoría- con las cuestiones de ambientación, nos retrotraemos a la que llaman la 'Edad de Oro' de Hollywood, esto no hace sino empeorar desde el punto de vista de la exigencia de un mínimo de calidad.
Pero en esa época dorada de Hollywood era difícil esperar -y obtener- otra cosa. El público norteamericano y, el que recibía sus exportaciones en el resto del mundo, acababa de pasar en esas fechas -los años 40, 50… del siglo pasado- una larga época de penurias iniciada por la Gran Depresión de 1929 y culminada por la destrucción causada por la Segunda Guerra Mundial. Eso significaba que ese público que vivía unas existencias cotidianas pesarosas, tratando de reconstruir, por ejemplo, una Europa asolada por guerras como la civil española y la segunda mundial, no quería gastarse el poco dinero que tenía en ver en la gran pantalla más penurias. Y así lógicamente reclamaba, a ser posible, ver esa guardarropía de raso de brillantes colores, dorados y plumas, en ambientes exóticos y cargados de aventuras trepidantes. En Versalles, en el Salvaje Oeste, en el bosque de Sherwood… o en las islas del mar Caribe de la época de los filibusteros.
Así es como aquel Hollywood produjo -por decenas- películas que iban desde adaptaciones de las chovinistas novelas de C. S. Forester dedicadas a su capitán Hornblower, hasta las de piratas y corsarios de toda laya. Como el ya clásico temible burlón de Burt Lancaster o la versión para aquellas grandes pantallas de «El señor de Ballantrae» de Robert Louis Stevenson, pasando por numerosas producciones de serie B a veces bastante difíciles de digerir para un público actual.
Y, por supuesto, las libertades que la llamada 'fábrica de sueños' hollywoodiense de esa época dorada se tomaba con la Historia real, poco importaban al hastiado y cansado público del mundo de la segunda posguerra mundial.
Fue así como se produjo en 1945 la película titulada en su inglés original 'The Spanish Main' y en español 'Caribe' o 'Los piratas del mar Caribe'. Su protagonista, el capitán Laurens van Horn, se inspiraba -más bien vagamente- en un personaje histórico: Laurens de Graaf, conocido, por su peculiar estatura, con el apodo de 'Lorencillo'.
Noticia relacionada
Carlos Rilova Jericó
El parecido entre ambos se reducía a dos rasgos esenciales: los dos eran holandeses y los dos, tras estar en contacto con las autoridades españolas en el Caribe, se habían dedicado a la piratería. Hollywood, aparte de conceder más estatura a su pirata holandés y cambiarle el apellido (por el del capitán, Van Hoorn, que lo inició en la carrera de pirata), le dio nobles motivos para dedicarse a ella: la presunta crueldad de los españoles sobre sus vastos dominios americanos que, por supuesto, justificaba cualquier clase de justa venganza en busca de, también, justa reparación por los más que presuntos desmanes cometidos sobre británicos, franceses, holandeses y, en definitiva, cualquiera que no fuera español…
La realidad histórica, una vez más, no podía ser más distinta. El verdadero pirata holandés, Laurens de Graaf, inicia su carrera -según fuentes anglosajonas- hacia 1674 y según otras en 1685. Y lo hace no por haber sufrido ningún agravio de un cruel gobierno español en el Caribe. Por el contrario De Graaf prestaba servicio como artillero en un barco español. Cosa muy lógica, teniendo en cuenta que la República holandesa era en esos momentos fiel aliada de la corona de España, seguro refugio entonces contra las ambiciones de Luis XIV. El nuevo gran enemigo de toda Europa y en especial de Holanda.
Lo cierto es que objetivamente Laurens de Graaf, lejos de ser el héroe romántico del Hollywood de 1945, resulta ser un hombre bastante solapado si descartamos la inverosímil versión anglosajona que dice que había sido esclavizado por españoles. Más teniendo en cuenta que su primera mujer era una canaria. Además, al parecer, su deserción de la Armada española estuvo relacionada con el deseo de salvar su vida in extremis cuando su barco es capturado por filibusteros y estos le ofrecen la posibilidad de no pasar por la plancha a cambio de unirse a su tripulación. Lógico cambalache teniendo en cuenta que un artillero era una muy preciada posesión para cualquier barco armado en guerra.
Por motivos tan poco brillantes, Laurens de Graaf se hizo famoso. Y por razones poco nobles también, como asaltar y saquear poblaciones españolas en las costas del Caribe -Veracruz, Campeche, Tabasco…- maltratando a la población civil.
Es así como se le dedicaron unos versos, nada elogiosos, que cayeron en manos de un marino guipuzcoano de altura: el que, con el tiempo, sería el almirante -y general- Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga.
De esos versos despectivos tuvo constancia el marino mutrikuarra en el año 1688, cuando elaboraba su fascinante, e instructivo, 'Arte de fabricar reales'. El codiciado tratado de ingeniería naval cuyos resultados asombraban a los marinos británicos más de un siglo después.
Gaztañeta, hombre de mente compleja, como correspondía al equivalente del siglo XVII de un científico actual, utilizó algunas páginas de su tratado manuscrito para poner en él lo que llamó «curiosidades». Entre ellas estaban unos «SONES DE GUITARRA» donde se hablaba de «Lorençillo» y todas sus piraterías y se le denigraba por ellas, llamándole incluso «perro luterano» en esos versos. Cosa bastante llamativa -y reveladora por otra parte- porque Laurens de Graaf era uno de esos escasos holandeses fieles al Catolicismo con pocas posibilidades de prosperar en su país de origen. Lo que explicaría su rápido paso al servicio de una potencia católica como España y su matrimonio en Canarias con una hidalga española -algo bastante bien recogido en la película de 1945- aunque no su deserción de España entre 1674 y 1685.
Noticia relacionada
Carlos Rodríguez Vidondo
Curiosamente para Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga, en 1688, en pleno auge de sus incursiones, Laurens de Graaf era tan sólo una «curiosidad» reducida a una melodía -para cantar con acompañamiento de guitarra- que él consideró digna de figurar en las páginas en blanco de su genial tratado de ingeniería naval. Sólo allí estaba ese gran enemigo del rey al que servía el marino mutikuarra como eficiente ingeniero naval. Ocupaba, pues, el mismo lugar que otras curiosidades como la educación que el amo debía dar a sus criados para que llevasen una vida productiva y moralmente ejemplar (algo que algunos de los sirvientes de Gaztañeta no observaban con mucho celo) o la propia dieta que el futuro almirante y general seguía y en la que se mencionaban incluso los sofisticados postres de helado que la elegante Francia de Luis XIV disfrutaba ya en ese entonces.
Todo ello parece indicar que el temible 'Lorencillo', pese al daño que causaba, no mermaba mucho, allá por 1688, el valor de marinos guipuzcoanos como Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga...
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Ángel López | San Sebastián e Izania Ollo | San Sebastián
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
Fernando Morales y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.