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Vasallos con su señor.
Vasallos y señores: La lucha por la libertad en el señorío de Oñati

Historias de Gipuzkoa

Vasallos y señores: La lucha por la libertad en el señorío de Oñati

A lo largo de la historia, el deseo por controlar un territorio ha generado numerosos conflictos. En 1388, el señorío de Oñati se convirtió en el escenario donde los oprimidos desafiaron el poder dominante

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 24 de octubre 2023, 07:19

El 10 de agosto de 1388, Beltrán Vélez de Guevara, el señor de Oñati, tuvo un día complicado. Aquel jueves, ochenta y ocho de sus vasallos le habían convocado a una reunión junto a la iglesia de San Miguel: querían confirmarle que no le pagarían más tributos.

Acompañado por su hijo Pedro, el señor de Oñati salió de su casa torre y caminaron juntos hacia la iglesia, que estaba solo a cinco minutos de distancia. Muy probablemente, recorrió ese corto camino rodeado de sus parientes, escuderos y criados bien armados, consciente de que en aquella reunión podían cruzarse más que palabras.

El desafío de los vasallos

Se daba la circunstancia de que unos días antes, el señor de Oñati y su gente habían entrado por la fuerza en las casas de muchos de esos vasallos. Uno por uno asaltaron los domicilios, apresaron a sus dueños, les confiscaron las vacas, cerdos, ovejas, carneros, la cebada, la sidra y se apropiaron de su dinero. Beltrán Pérez Vélez de Guevara sabía cómo estrangular la supervivencia de los habitantes de su jurisdicción.

En realidad, el señor de Oñati quería que sus súbditos le pagaran los tributos que cada año estaban obligados a entregarle. De hecho, las poblaciones de Oñati, Leintz-Gatzaga, Aretxabaleta y Eskoriatza llevaban años tributando por moler en los molinos, cultivar en las tierras, cortar leña en los bosques, llevar los ganados a pacer en los prados y plantar manzanos, fresnos y castaños en los montes. En definitiva, pagaban por usar las infraestructuras y tierras que estaban en la jurisdicción de lo que por aquel entonces se llamaba «señorío de Oñati». Y es que Beltrán Vélez de Guevara era el propietario de todo ese territorio, incluidas las personas que habitaban en él.

Sin embargo, ese verano de 1388 algunos de sus vasallos decidieron plantarle cara: no solo dejaron de pagarle los tributos, sino que se aliaron para conspirar contra su dominio y poder. Y es que estaban hartos del señor de Oñati.

Pero Beltrán Vélez de Guevara no estaba dispuesto a que se le sublevaran ni a dejar de tener el control sobre el territorio ni mucho menos a perder tan suculentos ingresos. Así que actúo con contundencia, entrando por la fuerza en las casas de sus vasallos y arrebatándoles el ganado, los cereales, la bebida y los maravedís que guardaban. Aquella fue la repuesta que dio a quienes no querían pagarle los tributos.

Casa torre de Zumeltzegi, en Oñati.

No obstante, los vasallos no solo se negaron a ser intimidados por aquel abuso de poder, sino que tomaron una postura valiente. Exigieron que les devolviera lo que les había confiscado y, en caso contario, amenazaron con denunciarlo ante el rey. Para documentar los agravios, llamaron a un escribano y le encargaron redactar un documento que recogiera las quejas y demandas, incluyendo la solicitud de romper el vínculo de vasallaje. Además, le encargaron que convocara al señor de Oñati a un encuentro en la iglesia de San Miguel, donde tendría que leerle el documento y esperar a que aquel diera una respuesta.

La respuesta de los dominantes

Cuando Beltrán Vélez de Guevara llegó ante la iglesia, el escribano desenrolló el documento y comenzó a leer su contenido en voz alta para que el señor de Oñati lo oyera bien. Primero recitó los nombres de los ochenta y ocho vasallos; a continuación, leyó las quejas que estos le presentaban. Por último, le informó de que los vasallos no se habían presentado a la reunión por miedo a que el señor de Oñati los apresara o asesinara.

Tanto Beltrán Vélez de Guevara como su hijo Pedro escucharon atentamente al escribano. Cuando este les pidió una respuesta, le contestaron que necesitaban unos días para reflexionar y le pidieron una copia del documento; de manera que un amanuense volvió a escribir las quejas y exigencias de los vasallos.

Tras cuatro días de análisis y debate con sus abogados, el señor de Oñati llamó al escribano y le pidió que redactara la respuesta. Le dijo que tan solo había pedido lo que sus antepasados habían exigido en su tiempo: los tributos que le pertenecían. También remarcó que serían considerados traidores aquellos que negaran la autoridad del señorío de Oñati y que él estaba en su derecho a castigarlos por ello. Asimismo, les informó de que, según el Derecho, era imposible romper con el vínculo de vasallaje: ellos habían nacido en esa tierra y, por tanto, eran de su propiedad. Y eso era así «de çient et de dosientos et de tresientos annos, et más tiempo, fasta aquí».

Pero la respuesta no terminó ahí. El señor de Oñati continuó explicando los motivos por los que había entrado por la fuerza en la casa de los vasallos. Resultaba que las autoridades de Navarra, Gipuzkoa, Araba y Bizkaia se habían presentado ante él quejándose de que los habitantes de su señorío les habían robado ganado. Para comprobar si aquello era cierto, había convocado a sus vasallos ante la iglesia de San Miguel. Sin embargo, no solo ninguno de ellos se presentó, sino que se levantaron en armas contra él. De manera que llamó a sus caballeros, escuderos y criados, y juntos fueron casa por casa, arrestaron a los traidores y confiscaron sus bienes.

Campesinos.

El señor de Oñati concluyó la respuesta asegurándoles que no serían arrestados ni asesinados si se presentaban ante él, siempre y cuando reconocieran que vivían en un territorio de su propiedad. Por tanto, les exigía obediencia absoluta.

Mencía de Ayala, una mediadora en el conflicto

Tras aquel verano, la tensión continuó entre los vasallos y Beltrán Vélez de Guevara. Mientras el señor de Oñati se negaba a devolverles los víveres y bienes, los súbditos siguieron en su lucha por la libertad. A medida que transcurrían los días, los vasallos buscaban nuevas formas de resistir: organizaron reuniones clandestinas y promulgaron ordenanzas que iban en contra de los intereses del señor de Oñati.

Sin embargo, la situación fue insostenible cuando las familias dejaron de tener cereales con los que hornear pan, carne con la que preparar los guisos y leche para elaborar quesos. Con el paso de las semanas, a las mujeres les resultaba cada vez más complicado preparar un plato a sus hijos. Entonces la resistencia empezó a flaquear.

Al mismo tiempo, en la casa torre de los Guevara comenzaron a llegar voces discrepantes sobre la situación que padecían los vasallos. Algunos caballeros y escuderos hablaron con el señor de Oñati para que este entregara a sus súbditos los víveres que les estaba confiscando. Pero también hubo caballeros y escuderos que se reunieron con los vasallos para que estos cedieran a las peticiones de Beltrán Vélez de Guevara.

Un día, varios de los vasallos, acompañados de sus mujeres e hijos, se presentaron ante las puertas de la casa torre. Allí un criado les abrió y les hizo pasar a la sala donde el señor de Oñati les esperaba. En aquella habitación, las voces masculinas y femeninas se intercalaron suplicando misericordia. A cambio del perdón, los suplicantes le garantizaban el vasallaje. Y es que bajo esa situación de opresión no podrían resistir mucho tiempo más: velar por la supervivencia de sus familias era lo más importante.

Tras aquella visita y ante la situación de desesperación que padecían las familias, Mencía de Ayala, la esposa de Beltrán Vélez de Guevara, interpeló a su marido para que pusiera fin al conflicto. Aunque reconocía que los vasallos habían actuado en contra de la voluntad de su esposo, le pedía que no dejara morir a aquellas mujeres y niños. Tenía que buscar un solución para que la situación terminara.

A la petición de Mencía de Ayala se le sumó la de Isabel de Castilla, la esposa de Pedro Vélez de Guevara. La influencia y autoridad de estas dos mujeres les permitieron mediar en el conflicto de una forma significativa.

Vasallos con su señor.

Finalmente, Beltrán Vélez de Guevara cedió a las palabras de Mencía de Ayala y a las súplicas de la población. Tras casi un año de conflicto, el 7 de junio de 1389, el señor de Oñati otorgó el perdón a muchos de sus vasallos.

Para dejar constancia de su decisión, el señor de Oñati encargó la redacción de una «carta de perdón» a un escribano. En ese documento, explicó que concedía el perdón a una parte de sus vasallos, mientras que desterraba de sus tierras a los cabecillas de la sublevación. También ordenaba la quema de sus hogares y la tala de sus manzanos. Esta medida se tomaba para asegurarse de que no regresarían. De esta forma, el territorio volvía a estar bajo su control y dominio.

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